La guerra no se limita a las armas, ni al hackeo de los sistemas del adversario. Biden prohibió la importación de petróleo y gas de Rusia (apenas un 4% del total), a sabiendas de que la exclusión de esos combustibles del mercado mundial incrementa los precios internacionales. El barril del petróleo ha llegado a los 140 dólares (el año pasado cotizaba a 40/50), y la mayoría de los expertos lo ponen en 200 dólares a corto plazo; la disparada del precio del btu del gas es aún mayor. Al mismo tiempo, las multinacionales del petróleo se retiran de Rusia, con la excepción de la francesa Total. Como no pueden ni conseguirían vender sus participaciones en las multinacionales rusas, como Rosneft y Lukoil, deberán mandar a pérdida en algún momento esas inversiones. Las sanciones internacionales contra Rusia son, por su amplitud excepcional, una declaración de guerra. El objetivo de esta guerra es ‘resolver’ la cuestión de Ucrania por medio del derrocamiento de Putin, por supuesto, y del cambio completo de régimen en Rusia. Una guerra incluye la preparación de las condiciones para aniquilar políticamente al adversario.
Biden ha visto en esta guerra la oportunidad de acaparar el petróleo de Venezuela para las compañías norteamericanas. Para ello logró una reunión oficial con Maduro, en Caracas, luego de lo cual fueron liberados dos detenidos de nacionalidad o residencia estadounidense por parte del gobierno venezolano. Venezuela volverá a vender su escasa producción a las refinerías norteamericanas que operan en el Golfo de México. La guerra económica desatada por el imperialismo norteamericano va más allá de su objetivo moscovita, y es por sobre todo un arma contra China. El enfrentamiento militar en territorio ucraniano debe ser puesto en contexto mundial.
No faltan, por supuesto, las “mediaciones”. Emmanuel Macron, el presidente de Francia, procura mantener una imagen de ‘independencia’ porque tiene elecciones en abril. El presidente de Turquía, Erdogan, logró reunir a los cancilleres de Rusia y Ucrania, mientras provee drones letales a ésta. La posición de Turquía se complica porque controla los pasos marítimos del sur de la región, que ha debido cerrar parcialmente, a los países en guerra. Solicitado por los oligarcas de Rusia y Ucrania que tienen doble ciudadanía con Israel, también se ha metido en mediaciones Nefatali Bennet –el canciller sionista. Rusia tiene una gran base en las costas del Mediterráneo en Siria. El precario equilibrio en Siria, al sur de Turquía y al norte de Israel, está amenazado de fractura. Haaretz, un gran diario israelí, destaca la posibilidad de que ambos países recompongan la alianza estratégica que mantuvieron hasta hace más de diez años; Turquía forma parte de la OTAN e Israel es un apéndice de ella. Mientras la OTAN denuncia la ocupación de Ucrania por parte de Rusia, Israel sigue su labor de expulsión de los palestinos de los territorios –precisamente ocupados, sin que se les muevan las cejas a los demócratas que supimos conseguir.
Luego de reclamar una confrontación aérea entre la OTAN y Rusia, al pedir que se declare una “zona de exclusión” sobre Ucrania, y una provisión, luego, de aviones polacos, Clarín informa hoy (9/3) que “Zelensky está dispuesto a acordar sobre Crimea y Donbass – “Podemos, dijo, discutir y encontrar un compromiso sobre cómo estos territorios seguirán viviendo”. Si la propuesta (cualquiera sea) no tiene el aval de la OTAN y no es objeto de un tratado internacional, sólo puede interpretarse como un intento de conseguir ‘treguas’ sucesivas para dar tiempo al “flujo incontenible de armas” por parte de la OTAN. Supondría la deposición de la guerra militar económica y la recomposición de los flujos de inversiones anteriores a la guerra. Los gobiernos de la oligarquía ucraniana han venido desarrollando una guerra implacable contra las ciudades separatistas, con un saldo de decenas de miles de muertos, desde 2014.
En cuanto a Crimea, la posesión de la base naval de Sebastopol, en esta península, fue garantizada a Rusia por tratados internacionales que la reconocieron como heredera oficial del conjunto de derechos y compromisos de la ex Unión Soviética. La inscripción de la voluntad de integrar la Unión Europea y la OTAN en la Constitución de Ucrania, determinó la ocupación militar ulterior de parte de Rusia. En resumen, no se debería descartar que el propósito de Zelensky sería extorsionar a la OTAN con la advertencia de que podría llegar a un acuerdo por separado con Rusia. Después de todo, las oligarquías de Ucrania y de Rusia están preocupadas con que la guerra acabe despojándolas de las posiciones que han arrebatado por medio de la disolución de la Unión Soviética.
Zelensky llegó a la presidencia de Ucrania apadrinado por el oligarca más importante de Ucrania, Kolomoisky, gobernador de la región de Dnipropetrovsk, cuya ciudad es “el corazón metalúrgico” del país y la “cuna de los nuevos ricos”. El País (2/6/2014) señala también que llegó al puesto de gobernador como consecuencia de un reparto de los gobiernos regionales entre los oligarcas. La corrupción de este entorno presidencial es tal que el FMI ha puesto a la eliminación de la corrupción en el mismo lugar que la eliminación de los subsidios energéticos o las reformas laborales y previsionales en Argentina. Estados Unidos tiene prohibido el ingreso de Kolomoisky porque figura en una lista de estafadores. Este personaje ha organizado y financiado las acciones militares contra las regiones separatistas durante todo este tiempo. En resumen, el patriotismo de Zelensky es el patriotismo de los salteadores de caminos de Ucrania.
Llama la atención, en la abundante exposición mediática que recibe la guerra en Ucrania, la ausencia de cualquier referencia a la clase obrera y al movimiento sindical. Es el resultado de la guerra que han entablado las milicias fascistas de los gobiernos que se turnaron desde 2014 contra el movimiento obrero. La expresión más aguda de ella fue el incendio del edificio de los sindicatos, en la ciudad de Odessa, en 2014, por bandas fascistas, en el que murió medio centenar de sindicalistas. En el movimiento nacional que se enfrenta a la invasión de Rusia predomina, precisamente, la derecha fascista, que no es contrarrestada ni combatida por las tendencias democráticas o que se declaran socialistas, que se disuelven en un frente único contra el agresor. En los pronunciamientos de la llamada izquierda ucraniana no hay referencia al carácter imperialista de esta guerra, ni menos a la OTAN; hasta el día de hoy la vacuna Sputnik no ha obtenido autorización de los Estados de la OTAN. Es lo que ocurre también en Argentina, en el FIT-U, quienes caracterizan, en forma unilateral, una guerra nacional contra el imperialismo ruso, haciendo abstracción de la OTAN, que es la coalición imperialista dominante. Estamos, por el contrario, ante una guerra imperialista, que no puede ser encapsulada en conflictos nacionales; es una guerra mundial por sus alcances y por su desarrollo. El escenario político de la globalización ha cambiado por completo; cuando Estados Unidos decidió invadir Afganistán, en 2011, la Rusia de Putin y el Irán de los ayatolas abrieron sus espacios aéreos a la aviación norteamericana.
Al lado de una izquierda internacional rusofóbica hay también una izquierda rusófila, acompañada por nacionalistas y populares, que justifica y apoya la invasión de Ucrania como una respuesta obligada frente a las amenazas, acciones y provocaciones de la OTAN. Pero los invasores, en este caso, no representan un movimiento social o histórico progresista, sino reaccionario –es la clase social y la burocracia que restauraron el capitalismo y que representan los intereses de sus oligarquías. Las ‘razones’ de unos y otros son justificaciones de sus intereses de clase. Como lo fueron las ‘razones’ de Hitler ante el daño sin precedentes que ocasionó a Alemania el Tratado de Versalles, impuesto por las potencias “democráticas”. Asistimos al estallido de las contradicciones del capitalismo, que se han acentuado como consecuencia de la disolución de la Unión Soviética y de las restauraciones capitalistas. El sacudimiento catastrófico que ha recibido el sistema capitalista mundial no tiene retorno. Una guerra encima de una pandemia es una manifestación de descomposición sistémica irreversible.
Los servicios de Seguridad de la OTAN estiman que Rusia necesitará 600 mil hombres en permanencia para asegurar una ocupación de Ucrania; dicen que en Chechenia fueron necesarios 150 soldados por cada mil habitantes. El problema no es, sin embargo, de números; la opresión nacional por las armas es insostenible. Putin no tiene nada que ofrecer a las masas ucranianas, porque tampoco representa a un Estado emancipador que viene en ayuda de una sublevación popular. La nomenklatura capitalista de Rusia se ha metido a fondo en un callejón que no tiene salida. La “operación militar especial” se alista para ocupar Kiev, la capital de Ucrania, y para una guerra de ocupación. La guerra entrará en fases más dramáticas y abarcará a áreas nuevas en todo el mundo. Para frenar la guerra en expansión y para terminar con la guerra imperialista, los socialistas revolucionarios nos pronunciamos por la guerra de los trabajadores de todos los países contra el capital y sus Estados, y por las luchas de independencia de las naciones oprimidas.
Jorge Altamira
09/03/2022
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