Desde el inicio de las hostilidades, el 24 de febrero pasado, las dos hiperpotencias nucleares del planeta han iniciado un peligrosísimo pulso. Washington, la Unión Europea, la OTAN y todos sus aliados –incluidas las megaempresas digitales GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft)–, han prometido ahora, en respuesta a la invasión de Ucrania, aplastar a Rusia, aislarla, descuartizarla. Consecuencia: esto se está convertiendo en una guerra mundial de nuevo tipo. Un hiperconflicto híbrido que por el momento, en su arista militar, se está desarrollando en un teatro concreto y local: el territorio de Ucrania. Pero que en todos los demás frentes –político, económico, financiero, monetario, comercial, mediático, digital, cultural, deportivo, espacial, etc.– se ha transformado en una guerra mundial y total.
Latinoamérica no es un actor relevante en el escenario donde se desarrollan las principales tensiones geopolíticas ligadas al conflicto Rusia-Ucrania. Excepto en sus relaciones con Cuba, Venezuela y Nicaragua, Moscú no dispone en la región, ni de lejos, de la influencia que siempre ha tenido Washington y que últimamente ha conseguido Pekín. Por ejemplo, en 2019, para que nos podamos hacer una idea, Sudamérica exportó bienes y servicios por un valor de 66.000 millones de dólares a Estados Unidos y de 119.000 millones a China, pero apenas de 5.000 millones a Rusia.
Obviamente, como al resto del mundo, esta nueva situación global impacta a América Latina y el Caribe. Sobre todo por sus repercusiones económicas. Los precios de todas aquellas materias primas de las cuales Rusia y Ucrania son importantes productores se han disparado. En particular, el petróleo y el gas. Pero también varios metales: aluminio, níquel, cobre, hierro, neón, titanio, paladio, etc. Algunos productos alimentarios: trigo, aceite de girasol, maíz… Y también los fertilizantes. Todos los países importadores de estos insumos se van a ver fuertemente afectados.
En un contexto mundial de inflación en alza (véase “Lo que subyace a la “amenaza” de inflación”), estos incrementos de costes contribuirán en algunas naciones a una fuerte subida de los precios, muy particularmente en los transportes, la electricidad, el pan y otros productos alimentarios. En sociedades latinoamericanas que acaban de ser ya fuertemente golpeadas por las consecuencias de la pandemia de la covid no es imposible, por consiguiente, que en varios países se produzcan protestas populares contra el aumento del coste de la vida (véase el artículo de Ernesto Samper “Un expresidente toma la palabra”). Inversamente, los Estados exportadores de hidrocarburos, minerales o cereales –por ejemplo, Venezuela, Chile, Perú, Bolivia, Argentina, Brasil– se verán beneficiados de la importante subida actual de los precios.
Las nuevas sanciones impuestas a Moscú y el cierre del espacio aéreo en todo el Atlántico norte a los aviones rusos afectará también, en particular, a las potencias turísticas del Caribe, en particular a Cuba y República Dominicana. Para ambos países, Rusia fue en 2021, respectivamente, el primer y segundo emisor de turistas. La guerra de Ucrania les podría hacer perder, este año, unos quinientos mil visitantes, y miles de millones de dólares…
Últimamente, Moscú ha tratado de acercarse a la región por varias vías. Incluso con ocasión de la crisis sanitaria durante la pandemia de la covid-19. Cuando las naciones ricas acapararon las vacunas, el Kremlin supo responder presente: la Sputnik V fue la primera vacuna en llegar (aunque no gratuitamente) a Argentina, Bolivia, Nicaragua, Paraguay y Venezuela. En el aspecto geopolítico, desde hace años, Putin ha tenido la habilidad de aportar apoyo político y diplomático a gobiernos de la región sancionados por Washington como los de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Los cuales, como parte de su estrategia de resistencia frente a las medidas estadounidenses, han intensificado las relaciones con Rusia, inclusive en el aspecto militar.
Recordemos que, cuando fue subiendo la tensión en las semanas antes de la guerra, hubo aquellas declaraciones del viceministro ruso de Exteriores, Serguéi Riabkov, que no descartó un “despliegue militar” en Cuba y Venezuela como respuesta a la política de Washington en Ucrania. A lo cual, el consejero de Seguridad Nacional estadounidense, Jake Sullivan, le respondió que si Rusia avanzaba “en esa dirección”, Estados Unidos “lidiará” con ello “de forma decisiva”. En ese sentido, el presidente de Colombia Iván Duque –único país latinoamericano con estatus de socio extracontinental de la OTAN–, durante su reciente visita a la sede de la Alianza Atlántica, en Bruselas, expresó su preocupación por la “profundización de la cooperación entre Rusia y China, incluido su apoyo a Venezuela”. Y declaró en días posteriores que confiaba que “la asistencia militar de Rusia a Venezuela no se utilice para amenazar a Colombia”… Por su parte, el canciller ruso, Serguéi Lavrov, declaró que Moscú reforzará su cooperación estratégica con Venezuela, Cuba y Nicaragua “en todos los ámbitos”.
En los días que precedieron al inicio de la guerra, Vladímir Putin recibió sucesivamente en el Kremlin, con gran cordialidad, a dos importantes mandatarios sudamericanos: Alberto Fernández, de Argentina, y Jair Bolsonaro, de Brasil. El primero le ofreció al presidente ruso que su país sea “la puerta de entrada” de Moscú a América Latina… Putin le respondió que Argentina debe dejar de ser un satélite de Washington y cesar de depender del Fondo Monetario Internacional (FMI). A Bolsonaro, el mandatario ruso le propuso la construcción de varias centrales nucleares y la dinamización de una alianza tecnológica entre ambos países en áreas punta como biotecnología, nanotecnología, inteligencia artificial y tecnologías de la información.
Días después Rusia invadía Ucrania… Varios mandatarios latinoamericanos –en particular el presidente Nicolás Maduro, de Venezuela– declararon entender la exasperación de Moscú frente a las constantes provocaciones de Estados Unidos y de la OTAN. Pero ningún país de la región se alineó de modo incondicional con las posiciones del Kremlin. Todos, en última instancia, de una manera o de otra, incluidos Cuba, Venezuela y Nicaragua, defendieron el Derecho Internacional, la Carta de las Naciones Unidas, y abogaron por un entendimiento diplomático para resolver la crisis por medios pacíficos y diálogo efectivo que garantice la seguridad y soberanía de todos, así como la paz, la estabilidad y la seguridad regional e internacional.
A pesar de la intensa actividad diplómatica desplegada por el presidente Putin para explicar su punto de vista, en conversaciones telefónicas directas con diferentes líderes latinoamericanos, cuando llegó la hora de la verdad, el 2 de marzo pasado, en la Asamblea General de la ONU, con ocasión del voto de una resolución de condena contra la invasión de Ucrania, Rusia apareció singularmente aislada. Apenas cuatro Estados en el mundo (Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Eritrea) apoyaron su guerra contra Kiev. En América Latina no pudo contar con un solo voto favorable.
Ignacio Ramonet | 07/03/2022
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