Pocas cosas le salen bien al gobierno. Si algo faltaba para empañar una ya deslucida e inocua cumbre latinoamericana por el cambio climático, con la cual Alberto Fernández buscaba mostrarse como armador de acuerdos en la región, ello fue el anuncio del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou de que ya están dando los primeros pasos hacia un acuerdo de libre comercio con China, a costa del Mercosur.
Lacalle Pou citó a los referentes de los partidos de oposición para informarles de los pasos dados en dirección a un acuerdo de libre comercio con China, principal socio comercial del país vecino, destino de uno de cada cuatro dólares que exporta. En el entorno del Frente de Todos advirtieron que los tomó por sorpresa, aún cuando pocas semanas atrás los mandatarios rioplatenses mantuvieron un encuentro en la Quinta de Olivos para limar asperezas tras las conflictivas cumbres del Mercosur de marzo y julio. Si bien es un proceso que está en sus inicios, el anuncio oficial no deja de significar un paso concreto.
La cuestión de la firma de tratados bilaterales había ocupado un lugar destacado entre las tensiones que surcaron el último tiempo al mercado común sudamericano. Sumido en una decadencia por el dislocamiento comercial entre sus países miembro, las bases del Mercosur se encuentran en terapia intensiva. El intercambio intrarregional acumula una década de caída, y ha caído en una cuarta parte desde sus picos históricos. Mientras, China se convirtió por lejos en el principal destino de las exportaciones de todo el bloque, terreno en el cual compiten las naciones sudamericanas para vender su soja, carnes y lácteos. Es lo contrario de una integración económica regional.
El telón de fondo es esta tendencia al desmembramiento del Mercosur. Si el brasileño Jair Bolsonaro había sacado el pie del acelerador en su cruzada por una reducción drástica de los aranceles externos que gravan las importaciones de fuera del bloque -al calor de la crisis política en suelo carioca y la confrontación que implica con las cámaras industriales la eliminación de barreras proteccionistas-, ahora Uruguay reafirma su decisión de avanzar en un acuerdo comercial con el gigante asiático de forma unilateral, rompiendo la práctica de proceder en conjunto entre los distintos países.
Es un viejo anhelo de los sucesivos gobiernos de la banda oriental. El hecho de que cinco años atrás fuera el frenteamplista Tabaré Vázquez quien anunciara desde Beijín el inicio de negociaciones en ese sentido, resta cualquier intento de presentar las disidencias con Argentina en base a diferencias ideológicas (entre neoliberales y nacionalistas). Lo cierto es que China recibe más de la cuarta parte de las exportaciones uruguayas, y su parque industrial -es decir aquellos rubros que se verían afectados por no poder competir con importaciones chinas sin aranceles- es mucho menor que el argentino o el brasileño.
Lo que está en fricción entonces son intereses muy concretos. Si Uruguay quiebra la unidad del Mercosur en cuanto a la firma de tratados comerciales bilaterales no solo correrá con ventaja para sus exportaciones agroindustriales, sino que implicaría una presión por una mayor apertura hacia China de todo el bloque, ya que no solo ocuparán mayores posiciones en el mercado uruguayo a costa de productos argentinos o brasileños, sino que además abre la posibilidad a la triangulación de manufacturas oriundas del país asiático que a través de la nación charrúa podrían comercializarse sin aranceles hacia el resto del Mercosur.
Las luces de alerta que se encendieron de este lado del Río de la Plata tienen así explicaciones claras: Uruguay es el único socio pleno del bloque con el que la balanza comercial argentina registra un saldo positivo. El punto es que en estas décadas las dos economías más grandes aventajaron a los otros países del subcontinente, cuyas menores industrias se vieron expuestas a competir con la mayor escala de la argentina y la paulista. Esto grafica la incapacidad de las burguesías sudamericanas de avanzar en una real integración regional. Por lo demás, en el intercambio con el reino celeste Argentina acumuló en los primeros siete meses del año un déficit superior a los 3.500 millones de dólares, resultado de exportar productos agropecuarios e importar bienes de capital e insumos productivos.
El dislocamiento comercial responde a esta inserción semicolonial de las economías de Sudamérica en un mercado mundial dominado por una guerra comercial entre grandes potencias, especialmente entre China y Estados Unidos. El gigante asiático busca pasos certeros hacia la incorporación de la región en su Nueva Ruta de la Seda, a fuerza de inversiones en nichos estratégicos (lo vemos en Argentina con la intención de quedarse con la concesión de la Hidrovía, pero también represas hidroeléctricas, centrales nucleares, gasoductos y hasta el corredor bioceánico hacia el otro lado de los Andes). De esta manera, intenta desplazar el rol preponderante de los capitales yanquis, ya que si bien China es el principal comprador del Mercosur son notoriamente mayoritarias las inversiones directas de compañías norteamericanas -es decir, las que embolsan la porción más grande del negocio.
La presión de las potencias imperialistas es precisamente lo que puso al Mercado Común del Sur en un atolladero. En efecto, Alberto Fernández viró completamente de su oposición al acuerdo de libre comercio Mercosur – Unión Europea (después de haberlo calificado como una sentencia de muerte de amplios sectores de la industria criolla), pero las tratativas siguen trabadas por los condicionamientos del viejo continente. El primer ministro francés Emmanuel Macron ratificó hace una semana su rechazo a avanzar en el tratado, alegando que contraría su presunta agenda climática, para defender a los capitales agrícolas del país galo de la competencia de las exportaciones del agro del cono sur. Igual de estancadas están desde hace años las negociaciones con Corea, Singapur y otros mercados.
La decisión del mandatario uruguayo de avanzar en un tratado con China es el corolario de este estancamiento. Las declaraciones de alerta del ministro Matías Kulfas, a coro con Daniel Funes de Rioja de la UIA, sobre preservar el Mercosur, no expresan ningún rumbo alternativo de desarrollo industrial ni de integración de la región, sino una posición defensiva y de impasse. El propio parque productivo local opera con un 40% de capacidad ociosa, y las inversiones siguen por el suelo. Buena parte de ello obedece a que las divisas que ingresaron por el boom de los precios de la soja y el maíz se fueron por la ventanilla de los pagos de deuda externa. Si la orientación aperturista de Lacalle Pou es la antítesis de una independencia económica, el gobierno del Frente de Todos no tiene nada para ofrecer. Los vaivenes de Bolsonaro en torno a la cuestión arancelaria expresan esta tensión al interior de Brasil. Como fuera, la dinámica declinante de las economías del Mercosur es un dato irrefutable de la realidad.
Las burguesías sudamericanas han fracasado en un desarrollo autónomo y una integración regional por su carácter de socias menores del saqueo de los grandes pulpos imperialistas, que dominan las grandes ramas de exportación y hasta los sectores más concentrados de la industria. Solo rompiendo con esta subordinación semicolonial, a base del repudio de las deudas externas usurarias y de los programas con el FMI, de la nacionalización del comercio exterior y la banca para invertir los recursos en un desarrollo productivo, es posible revertir el dislocamiento comercial de la región. Es decir, solo gobiernos de trabajadores podrán avanzar realmente hacia una integración,
Iván Hirsch
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