Un resurgimiento de la astrología como no se había visto en los últimos cuatro siglos ha tenido lugar en amplios sectores de la sociedad. No es de sorprender que las creencias religiosas, metafísicas y en general, cualquier creencias en realizaciones fantásticas del ser, sufran cambios en el tiempo, con alzas y bajas. Pero cabe preguntar, ¿por qué precisamente la astrología recobra un nuevo aire después de un letargo de casi medio milenio? ¿A qué se debe su creciente influencia en la juventud, en un arco que recorre desde la izquierda a la derecha, ideológicamente hablando? ¿Por qué este fenómeno ocurre en detrimento de otras creencias, como el catolicismo por ejemplo?
Finalmente, ¿por qué en la actualidad se da este curioso proceso, amasando un negocio multimillonario en materia de libros y publicaciones, justamente cuando nuestro conocimiento en la astronomía es más vasto que nunca, con una revolución a cuestas en materia de observaciones en las últimas tres décadas? El misticismo en los cuerpos celestes resurge como un ave fénix entre sus cenizas. Adentrémonos en este mundo.
Movilidad religiosa y de creencias
Para aclarar de qué estamos hablando, vayamos a los números crudos. La última Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en Argentina, realizada por el instituto CEIL-CONICET arroja datos que echan luz sobre el tema. La cantidad de argentinos que se definen como católicos viene disminuyendo en los últimos 70 años de manera lenta, pero constante. De 93,6% de la población que se definía como católica en 1947 (según datos censales), al 76,5% en 2008 y a un 62,9% en el 2019. Del total de encuestados, un 33% de los argentinos dice creer en la astrología y un 76% en distintos tipos de “energía”, con una connotación fantástica.
Más interesante, este porcentaje de creyentes en la astrología, no desciende cuando tomamos sólo a quienes se declaran como “sin religión”, manteniéndose o incluso subiendo de 33% a un 33.8%. Si comparamos estos números con 2008, la astrología y las creencias en “energías” esotéricas, fueron las únicas pseudo religiones que han aumentado porcentualmente (a un 7 y 12%, respectivamente), en detrimento de Jesucristo (-9% ), los ángeles (-12%), los santos (-18%) o el gauchito gil (-7% ).
“¿A qué se debe la creciente influencia de la astrología en la juventud, en un arco que recorre desde la izquierda a la derecha, ideológicamente hablando? ¿Por qué esto ocurre en detrimento de otras creencias, como el catolicismo?”
Un debate reciente pero en boga
Si nos quedamos en Argentina, hace dos años y a raíz de la contratación de la “coach” astrológica Luján Brinzoni por parte de Rodríguez Larreta para asesorar al gobierno porteño, Alberto Rojo (físico e investigador del CONICET) y Agostina Chiodi (politóloga de la UBA) se cruzaron en un debate en la Revista Anfibia en dos interesante artículos que atestiguan el estado actual del debate en pugna.
El primero esgrimiendo las mejores herramientas disponibles del método científico positivista, la segunda haciendo gala de las bondades de un “conocimiento que no se basa en la evidencia […] sino en una herramienta de autoconocimiento para gestionar la vida”.
Curiosamente, hace cuatro décadas, y en ocasión de un hecho similar, esta vez con el Salón Oval como protagonista, Ronald Reagan, por entonces presidente de Estados Unidos, contrataba a Joan Quigley (reconocida astróloga norteamericana), después que el expresidente norteamericano sufriera un intento de asesinato. Quigley llegaba al centro del poder político mundial, para asesorar al presidente yanqui en el día a día de la Casa Blanca. Pocos años después y alarmados sobre este hecho notable, los astrónomos Roger B. Culver y Philip A. Ianna, publicaban el libro «The Gemini Syndrome» (el Síndrome de Géminis), una referencia a la hora de discutir este fenómenos moderno. La década de los 70 y 80 vieron un resurgir en estas creencias, que hoy vemos amplificadas en distintos estratos sociales.
Carl Sagan, seguramente el divulgador científico más famoso de todos los tiempos, ya advertía sobre este fenómeno en la «Conexión Cósmica» (1973), comentando el gran interés que despertaba “en mucha gente joven, gente brillante y socialmente bien situada” la astrología. Si nos remontamos unas décadas antes, Theodor Adorno (1903-1969) analizaba la columna del horóscopo del diario Los Ángeles Times, en su ya famoso texto, «Bajo el signo de los astros», llegando a la conclusión que más que arraigar entre los trabajadores la creencia de un efecto directo de las estrellas en nuestros comportamientos, el horóscopo aportaba a la pasividad política de las masas.
Recientemente, youtubers hispanoparlantes y divulgadores científicos, como el Robot de Platón (Aldo Bartra), Quantum Fracture (Jose Luis Crespo) o Date un Vlog (Javier Santaolalla) han dedicado numerosos videoblogs a este fenómeno, con millones de reproducciones a cuestas y atendiendo de diversas maneras una temática que da cada vez más que hablar entre su propio público joven.
¿Pero, de qué habla la astrología exactamente?
Si bien se la suele englobar en una misma disciplina, la astrología se compone de diversas escuelas. Esto no pretende salvaguardarla de la crítica, pero es necesario a la hora de discutir, entender las diferencias entre sus distintas ramas. En un extremo del espectro, tenemos por ejemplo, a la famosa astróloga Ludovica Squirru, que declaraba que a comienzos del año pasado que nos esperaba “un año para compartir en reuniones y encuentros para dialogar, sociabilizar, mover información, pero también, pensar antes de actuar” que contrasta notablemente con la recientemente entrevistada por Página/12, Lucía Gaitán, también astróloga, que argumentaba que en la astrología existe “[…] un grado de complejidad muy alta para hacer una predicción. Yo no creo que el destino esté escrito […]. Como astróloga puedo decir vas a tener un tránsito de Neptuno. El desafío de tu año va a ser sensibilizarte, salir de la lógica racional y cientificista y abrirte a otras formas de percibir el mundo, pero yo no sé si vos lo vas a lograr, si te va a ir bien, si vas a ser feliz con eso”.
A la hora de definir esta disciplina, el conocido astrólogo Dane Rudhyar, comenta que la astrología es “el estudio de las correlaciones que pueden establecerse entre las posiciones de los cuerpos celestes y los hechos físicos o psicológicos y los grandes cambios en la conciencia humana” pero que “la astrología no intenta explicar científicamente cómo ocurren los hechos”. No obstante, una definición diferente fue dada por Nicholas Vore, presidente de la Sociedad de Investigaciones Astrológicas de EEUU, donde según él, “la astrología es la ciencia que estudia la influencia de las fuerzas cósmicas que emanan de los cuerpos celestes sobre el carácter humano”.
Es la necesidad de desmontar este sistema de creencias, lo que vuelve imperante entender y atender los matices que defienden sus voceros y devotos a la hora de ejercer. Está en nuestro deber comprender en todos sus matices la astrología, si nos disponemos a interpelar y no sobresimplificar una disciplina, que después de todo, tiene cinco milenios a cuestas de erudición sideral. Mofarse o ironizar sus designios es finalmente lo que le da grandes ventajas sobre la ciencia a la hora de ganarse un público más amplio. Por lo tanto es importante ocuparnos de atender ambos puntos de vista, el de correlatividades y el de “fuerzas cósmicas”.
¿Astronomía y astrología: un mismo origen?
Es innegable que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas nos causan fascinación como humanidad. Basta esperar una luna llena, un eclipse o la confirmación de un nuevo exoplaneta, para que el interés colectivo se vuelque, al menos por un instante, a entender de qué se trata realmente aquello, o simplemente, contemplarlo.
Nos olvidamos por un momento del contexto, de nuestros problemas cotidianos y dejamos que nuestra imaginación vuele, trascendiendo a nuestra existencia cotidiana y terrenal. Así, la cautivación humana por los cielos ha producido dos ramas: la astronomía y la astrología, que a pesar de un mismo origen (nuestras interrogantes sobre el cosmos) se tratan de dos disciplinas totalmente distintas.
“La cautivación humana por los cielos ha producido dos ramas: la astronomía y la astrología, que a pesar de interrogarse sobre el cosmos son dos disciplinas totalmente distintas. La astronomía trata de comprender la formación y el comportamiento de los objetos que conforman el Universo observable. La astrología el comportamiento y destino de las personas y hasta sus instituciones. Todo indica que esta surgió como una combinación de la imaginación, miedo y superstición religiosa.”
La astronomía trata de describir y comprender la formación, el comportamiento y el destino de los planetas, estrellas, nebulosas y demás objetos que conforman el Universo observable. La astrología, en cambio, tiene una motivación diferente. Le conciernen el comportamiento y el destino de las personas, y algunas veces, hasta el de sus instituciones. Existe una idea muy arraigada dentro de la astrología, que profesa que esta surgió al principio como una ciencia empírica teniendo un fundamento en la observación, pero todo indica que esta surgió como una combinación de imaginación, miedo y superstición religiosa.
Las primeras prácticas de la humanidad en constatar la hora, el desarrollo del calendario y el conocimiento del cambio de estaciones (tan importante para la revolución neolítica) junto a la orientación espacial que usaban los primeros cazadores basándose en el cielo fueron uno de los primeros registros que dan cuenta de la humanidad observando el cielo. A medida que crecieron las religiones en la Mesopotamia antigua, se estrechó el culto a los dioses astrales y se comenzó a predecir el destino humano. Pero estos augurios astrológicos eran solo una parte de creencias mucho más generales, donde desde babilonios hasta sumerios, veían presagios e indicaciones en todos los sucesos que ocurrían a su alrededor, desde el comportamiento de las aves, hasta los insectos o en las entrañas de los animales.
La astrología: ¿sistema empírico?
Desde entonces la astrología y la astronomía no han parado de bifurcarse en sus prácticas e inclusive a partir del siglo XVII, entre quienes la ejercían. En el mundo antiguo, astrónomos como Eudoxo (370 a de C.), alumno de Platón, o Panacio (140 a de C.), rechazaban las profecías de sus astrólogos contemporáneos. Adentrados en la modernidad, sólo algunas excepciones escapan a la regla, como el físico Johannes Kepler (1571-1630). Afortunadamente, se encargó de separar celosamente sus escritos, pasando a la historia por sus tres leyes astrofísicas sobre el movimiento planetario.
Pero aunque las diferencias y los objetivos fuesen cada vez más dispares, un influjo de conocimiento unidireccional de la astronomía hacia la astrología ha permitido a esta última mantenerse en boga en todo este tiempo transcurrido. Es así como con el desarrollo de la astronomía persa (539-331 a de C.) en la determinación de los periodos y cálculos del movimiento de la Luna y los planetas, hizo posible por primera vez el marco teórico necesario para permitir que se construyeran horóscopos.
La revolución copernicana permitió mejorar la predicción de órbitas planetarias de los seis planetas del sistema solar conocidos hasta entonces, desplazando a la Tierra de su posición privilegiada y en los últimos trescientos años, fueron incorporados al asidero astrológico tres planetas más, con los descubrimientos de Urano, Neptuno y Plutón (después degradado a planeta enano, a finales del siglo XX).
Todos estas revoluciones en el campo del conocimiento, han posibilitado primero y puesto en crisis luego, una disciplina que se enorgullece de haber experimentado pocos cambios en los últimos siglos. Es precisamente, en este creencia de inmunidad centenaria donde más denota su carácter religioso. Sin embargo, a medida que nuestro conocimiento sobre el cosmos ha avanzado, las contradicciones de los distintos sistemas astrológicos han ido en aumento. Por ejemplo, el número de sistemas de “casas astrológicas”, con sus correspondientes influencias en en las personalidad, trabajo o salud, se eleva a más de cincuenta sistemas distintos a lo largo de la historia, aunque actualmente cerca de doce parecen tener alguna utilidad y sólo tres o cuatro son los más utilizados por los astrólogos.
“El capitalismo, la etapa histórica donde más se han desarrollado las fuerzas productivas y donde la ciencia y la técnica han sido impulsadas como nunca antes, también provoca una escisión (alienación) entre una sociedad más tecnologizada y a su vez menos consciente de las herramientas que la han llevado hasta el presente estadio.”
La forma de dividir las casas varía de sistema en sistema. Puede corresponder a cierta división angular arbitraria de la eclíptica (plano que forma el sistema Tierra-Sol), llamados sistemas de la casa M o Porfirio. Dividir el horizonte o el ecuador, como el sistema Campono (1297), Regiomontano (1476), Morino, Zariel, entre otros, o como el sistema Alcabicio, Plácido o Koch que utilizan los tiempo relativos siderales de rotación y ocultamiento del plano eclíptico en el horizonte para dividir las “casas”. Lo interesante, es que estos sistemas fallan completamente en ciertas circunstancias. Por ejemplo, el sistema Koch y el llamado sistema de Plácido se derrumban al tratarse dentro del círculo ártico o antártico (dejando al 0.3% de la población sin “casas”, o más de 20 millones de personas) o el sistema Morino falla a lo largo de los trópicos de Capricornio y Cáncer una vez por día. Además, entre sistemas, estos se contradicen flagrantemente. Mientras un astrólogo puede ubicar a Urano en la séptima casa, otro sistema lo puede ubicar en la octava y otro, en la quinta. No todas las casas pueden ser correctas al mismo tiempo, ya que según donde caiga, determina distintas cualidades humanas, muchas veces contradictorias entre sí.
Para completar el panorama, el movimiento de la Tierra de precisión de los equinoccios (como si fuese el movimiento de un trompo, donde su eje de giro se desplaza en un círculo), ha traído un desplazamiento general de los signos astrológicos del zodíaco, que se demarcan por las constelaciones presentes en el cielo y en general se miden en relación con el punto del equinoccio vernal. Estas discrepancias entre los signos zodiacales, casas y observaciones astronómicas pueden parecer quisquillosas, pero no dejan de ser una daga para la autoconsistencia de la propia disciplina. Si creemos en la influencia de los cosmos en nuestro devenir, no es lo mismo en qué casa o signo caigamos a la hora de nacer.
¿Crisis del saber o de la modernidad?
Todo esto nos lleva a la interrogante: ¿la astrología tiene alguna utilidad práctica? ¿Por qué si contamos con todas estas herramientas a un click de distancia, sin embargo sigue creciendo en influencia?
Aquí, el debate nos genera una disyuntiva, porque es claro que la gran mayoría de sus creyentes no creen en el mismo grado que los sumerios creían en ella hace miles de años atrás. La secularidad ha ganado terreno, las predicciones o influencias son mucho menos drásticas que en el pasado y sin embargo se sigue otorgando una influencia sobrenatural a objetos que distan a millones de kilómetros. Este detrimento del contexto que nos rodea subyuga nuestra propia concientización de cómo evoluciona y se desarrolla la sociedad en su conjunto y las distintas formas complejas en que esta sociedad nos afecta y nos moldea en nuestra personalidad. En definitiva, se pone en crisis la capacidad que tenemos de poder torcer esa evolución hacia otros destinos.
Sí la posición de Urano o Mercurio dicta o influye nuestro tránsito por la Tierra ¿Qué necesidad hay de transformar nuestro alrededor? La astrología en este sentido recobra todo el sentido de la enajenación que le daba Feuerbach a la invención de Dios por el hombre (y no al revés). Le proyectamos a planetas inertes o satélites atributos humanos y procediendo de esta manera, nos enajenamos nosotros mismos, para ser dominados luego por los propios cuerpos celestes a los que les hemos dictado tamañas propiedades.
El capitalismo, la etapa histórica donde más se han desarrollado las fuerzas productivas y donde la ciencia y la técnica han sido impulsadas como nunca antes (se desarrolló una vacuna en menos de ocho meses durante el último año, para dar un sólo ejemplo), también provoca una escisión (alienación) entre una sociedad cada vez más tecnologizada y a su vez cada vez menos consciente de las herramientas que la han llevado hasta el presente estadio.
Gritar a los cuatro vientos que debemos volver el método científico para combatir estas creencias, es ignorar, como dijera Marx, que “la exigencia de abandonar las ilusiones acerca de un estado de cosas es lo mismo que exigir que se abandone un estado de cosas que necesita ilusiones [Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel]”. La tarea por lo tanto queda determinada: no es únicamente en el terreno de las ideas (reemplazo de una cosmovisión por otra), sino en el cambio radical del “estado de cosas” actual donde se encuentra la esencia del debate en curso.
“Sin la astrología o cualquier religión, la vida terrenal puede resultar tediosa, agobiante y hasta miserable. Pero, ¿hay algo más pernicioso que negarse a ver la realidad cuando tenemos la evidencia a nuestro alcance?”
El desprestigio de siglos, y en particular de las últimas décadas, en la que se ha subsumido la Iglesia Católica como institución no tiene parangón en sus ya más de dos milenios de existencia. Los casos de pedofilia, el vigoroso movimiento por los derechos de las mujeres y la embestida de la Iglesia contra las ideas de la modernidad (Concilio Vaticano I) la han dejado desacreditada antes las nuevas generaciones a nivel mundial. Pero al igual que un sistema productivo no cae sólo por su propio peso, las creencias religiosas no se superan si no hay una alternativa atractiva que las reemplace. El crecimiento como brotes verdes de las iglesias evangélicas en Latinoamérica, es el ejemplo más claro de este fenómeno. El crecimiento y re-amanecer de la astrología entra también en todo este cuadro.
“¿Y si me sirve para el día a día?”
A modo de cierre, se podrá argumentar que sin la astrología (o cualquier religión, venga al caso), la vida terrenal puede resultar tediosa, agobiante y hasta miserable. Desde estas líneas comprendemos este pensamiento. Finalmente, la religión existe, la mayoría de la población mundial la profesa en sus distintas formas y no ha desaparecido con el correr de los años. Pero ¿ hay algo más pernicioso que negarse a ver la realidad cuando tenemos la evidencia a nuestro alcance? Cualquier postura ética que parta de la negación de querer ver las cosas, o negarlas porque sí, es poco seria y no nos lleva a ningún lado.
Christopher Hitchens (1949-2011), ateo irreconciliable británico, nos advertía que partiendo de la base que vale la pena vivir, se puede luchar contra este pesimismo natural mediante el rechazo a las ilusiones, a la vez que se embellece nuestro panorama. Podemos recurrir a las sutilezas de la ciencia, por ejemplo, o a las maravillas extraordinarias de la naturaleza. Tenemos el consuelo y la ironía de la filosofía, están los esplendores infinitos de la literatura y la poesía, el formidable recurso de la música, el arte y la arquitectura, sin descartar los elementos que aspiran a lo sublime. En todas estas actividades se pueden encontrar un sentido al sobrecogimiento y la magnificencia, que no necesitan de ninguna invocación a lo sobrenatural.
Pero más importante, no abandonemos nuestra cualidad más innata y, capaz más hermosa, la capacidad para trazar nuestro propio camino. La humanidad puede tropezar dos veces con la misma piedra, pero somos los únicos que reflexionamos sobre nuestros tropiezos, para que en algún momento, más tarde que temprano, poder librar de todas las trabas, nuestro andar hacia el porvenir y la infinidad del cosmos.
Pedro Cataldi, becario doctoral en astronomía.
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