El nuevo gobierno de Afganistán, presentado este martes 7, se encuentra dominado por los talibanes. Los principales cargos corresponden a la fuerza pastún y no parece que en la extensa lista de ministros haya figuras de otros grupos étnicos o políticos, y menos aún sectores que hubieran colaborado con la invasión imperialista. El vocero de la organización aclaró, sin embargo, que “el gobierno no está completo” y se trata de un gabinete provisional.
En las semanas previas a la formación del nuevo gobierno, tanto China y Rusia como las potencias occidentales habían reclamado apertura a los talibanes. Estos se habían comprometido a forjar un gobierno islámico “amplio” e “inclusivo”, pero en los principales cargos sobresalen figuras de la vieja guardia del grupo. El primer ministro es Hassan Akhund, un dirigente que ocupó posiciones de mando durante el gobierno talibán en los ’90. En un cargo semejante al de un viceprimer ministro está Abdul Ghani Baradar, quien firmó los acuerdos de Doha que pactaron la retirada norteamericana. Sirajudin Haqqani, dirigente de la red homónima, será ministro del interior y controlará de ese modo las fuerzas de seguridad; es sindicado como el nexo de los talibanes con Al Qaeda. Fuera del gabinete se encuentra Mullah Hibatullah Akhundzada, el líder máximo.
Los talibanes parecen haber tenido éxito los últimos días en sofocar a las fuerzas del Frente Nacional de Resistencia en el valle de Panshir, un reducto montañoso en el que se habían concentrado los últimos contingentes opositores armados, incluyendo a miembros del gobierno títere depuesto. De este modo, los talibanes controlarían ya el 100% del territorio nacional. Hay algunas protestas contra el régimen, incluyendo a grupos de mujeres, pero son pequeñas. En muchos casos, han sido reprimidas.
El principal problema para el nuevo gobierno es la situación económica. El imperialismo cortó las fuentes de financiamiento y algunos países (como Alemania) detuvieron la ayuda monetaria que enviaban. Ante la falta de divisas, se impuso un corralito. El pueblo afgano vive hace décadas en una situación social desesperante.
En este escenario, los talibanes están intentando anudar acuerdos con China, potencial prestamista y reconstructor del territorio. Beijing ha saludado la conformación del nuevo gabinete porque pondría fin a “tres semanas de anarquía”, pero volvió a insistir en la necesidad de un gobierno amplio. El gigante asiático quiere orden en el país para que no se malogre la nueva ruta de la seda. El corredor China-Pakistán, en desarrollo, tiene en el territorio afgano una pieza clave. Además, al gobierno de Xi Jinping le preocupa el accionar en Afganistán de grupos islamistas que promueven la separación del territorio de Xinjiang. Y también teme que la toma del poder por parte de los talibanes ofrezca refugio a los grupos que atacan intereses chinos en la zona pakistaní de Baluchistán.
A diferencia de los países occidentales, los chinos mantienen abierta su embajada en Kabul (incluso habían iniciado conversaciones con los talibanes en las semanas de la ofensiva final), pero aún no han reconocido al nuevo gobierno.
Rusia, que todavía cataloga a los talibanes como organización terrorista, tampoco se apresura a admitir al nuevo régimen. El vocero del Kremlin indicó que de momento los contactos son fundamentalmente técnicos.
Quien ha avanzado un poco más es Pakistán, país contiguo a Afganistán. El jefe de los servicios secretos, sospechados de apoyar a la organización pastún, visitó el país en estos días. El gobierno pakistaní no ha ocultado su satisfacción por la victoria; el primer ministro Imran Khan, quien desplazó del poder a la Liga Musulmana pero promueve un “estado de bienestar islámico”, sostuvo que los talibanes habían “roto los grilletes de la esclavitud” (Atalayar, 7/9). Pakistán, una potencia atómica, se ha recostado en los últimos años sobre China, como un contrapeso frente al apoyo norteamericano a su rival histórico, la India, que también tiene un arsenal nuclear. Pero a la vez, Islamabad mantiene vínculos sinuosos con el imperialismo, incluyendo un apoyo formal a la lucha antiterrorista. En 2019, suscribió un acuerdo con el FMI por 6 mil millones de dólares a cambio de un “ajuste estructural”.
Todos estos son los países que se candidatean para ganar posiciones, a expensas del imperialismo. En cuanto a las potencias occidentales, estaba programada para hoy una reunión del G7 (Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Japón) para discutir el tema. En una entrevista con la agencia afgana Tolo News, el secretario de Estado Anthony Blinken condicionó cualquier trabajo común al respeto de los derechos humanos, mayúscula hipocresía por parte de la principal potencia global, que dejó 50 mil civiles muertos en su invasión. Por ahora, siguen la política del ahogo económico.
El golpe histórico sufrido por el imperialismo está conduciendo a una reconfiguración de toda la región.
Gustavo Montenegro
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