Cuando Donald Trump ganó la presidencia de los Estados Unidos muchos amigos nos escribieron lamentándolo. Casi siempre respondí que cosas peores habíamos enfrentado (y resistido) y que ahora no sería diferente. Pero perdí de vista algo: la división entre los revolucionarios, provocada desde dentro por la incertidumbre y el desconcierto, y promovida lo mismo por la asunción de medidas sin discusión pública que por la creciente presencia de preocupantes procesos de acumulación originaria.
Todo eso, unido a la insistente campaña de un grupo autoproclamado como los leales a la revolución, contribuye a la pérdida de capacidad de resistencia de la gente. La cerrazón de nuestros medios, el autoritarismo de muchos dirigentes, la derivación de cargos políticos a ejecutivos, el acomodamiento paulatino propiciado por políticas que privilegian medios privados antes que colectivos, la concentración de poder en instituciones y personas antes que en el pueblo, son algunas manifestaciones de esa pérdida de legitimidad autoimpuesta por políticas que reniegan de la acción colectiva y diversa para privilegiar a un núcleo duro cuya combatividad y lealtad se suponen incuestionables.
En estos días he recordado aquel título de una película soviética que siempre me impresionó: Fue leal para enemigos y para amigos traidor. Hay que ver quién traiciona más a la revolución, si quien convoca a la discusión pública y abierta de nuestros problemas o quien pretende erigirse en vocero de la propia revolución, mientras invita a los demás a permanecer callados.
Quizás pueda servir de algo recordar la aguda crítica de C.L.R. James a un revolucionario de la envergadura de Toussaint L’Ouverture: “No hizo caso de los trabajadores negros, los desconcertaba en el preciso momento en que más los necesitaba y desconcertar a las masas es dar el golpe más letal a la Revolución”.
Zaida Capote Cruz
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