El posicionamiento ante los cambios que están en curso en la sociedad cubana presenta un panorama variopinto que puede generar numerosas clasificaciones según los criterios que se adopten, pero en cuyo trasfondo se mueven dos enfoques: ver al mercado como panacea o verlo como desafío. Un tercer posicionamiento sería desconocer las relaciones mercantiles, pero tal punto de vista carece de realismo.
Los que tienden al primero de ambos enfoques verán a la ideología como estorbo, los del otro como imprescindible auxiliar.
Frente a esta variopinta realidad emergen dos asuntos fundamentales a tener en cuenta.
Por un lado, la necesidad de centrar el análisis en lo primordial: la salvaguarda de la plena independencia y de la soberanía nacional, sin las cuales será imposible continuar la construcción social en Cuba con un proyecto propio de país en correspondencia con los intereses nacionales mayoritarios de justicia social y solidaridad.
La anterior afirmación parece una verdad de Perogrullo, sin embargo, se ven no pocos análisis que soslayan esta premisa, como si la defensa de la independencia y de la soberanía nacional –que tienen al socialismo como fundamento y garantía- estuviera asegurada para siempre, como si no fuese necesario pensar y actuar en consecuencia cada día vida y cada paso en lo económico, lo político, lo social, lo cultural para preservarlas.
Por otro lado está el contexto en el que este imperativo tiene lugar. Cualquier análisis que se haga de la realidad cubana actual no puede desconectarse del medio regional y mundial sin correr el riesgo de equivocar el tiro. Y la situación es hoy altamente compleja y su evolución puede generar graves consecuencias para el país. Hoy más que nunca la cohesión, el accionar colegiado y unido son decisivos para el presente y el futuro de Cuba.
Repasar algunos antecedentes
En la vida los procesos solo son lineales en nuestras mentes. Los alineamos en la abstracción para comenzar a entenderlos, pero para conocerlos bien, es preciso entrar en la madeja de su complejidad. Entre las consecuencias que nos dejó lo que dimos en llamar “Período Especial”, estuvo la deformación que borró los límites de lo correcto y lo incorrecto en las formas de apropiación del producto social.
La demora por años en procurar la articulación eficiente de las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política, obró negativamente en los comportamientos sociales.
No se asumió la realidad de que solo la recuperación del valor de la fuerza de trabajo traería la recuperación del trabajo como valor (lo que además se corresponde con la visión marxista de la ética, una ética de carne y hueso, no etérea, no descolgada de la cotidianidad) y quedó largamente postergado el medular tema de la valoración del aporte real y su relación con la distribución del producto social.
El desconocimiento de las relaciones mercantiles y de la psicología del intercambio de equivalentes que estas han cultivado por siglos en la conciencia de la humanidad, si bien funcionó por un tiempo en el proceso revolucionario y aparentó ser un salto al futuro, resultó a la larga contraproducente para el funcionamiento saludable de la economía, ya que el productor y la sociedad en general no estaban en posibilidad de reconocer modos de distribución no acordes con el valor del trabajo, más allá de la educación, la salud y la seguridad y asistencia social. De uno u otro modo, el agua tomaba su nivel y el intercambio de equivalentes ganaba la batalla diaria de la cotidianidad.
Naturalmente, la contrapartida no tenía por qué ser abandonar el metabolismo socioeconómico del país -basado en el predominio de la propiedad social socialista y la planificación- al dominio del mercado y de la propiedad privada. De ahí lo que ahora se intenta hacer: una reforma económica, conocida como actualización, dirigida a regular las relaciones mercantiles a través de los diferentes mecanismos de que dispone el Estado socialista entre ellos los límites a la propiedad y la ganancia, los impuestos, las normativas de responsabilidad social, la política laboral, etc. Todo ello requerido del acompañamiento de un correlato político ideológico renovado.
Un proceso de reformas no es necesariamente “reformismo”, una reforma es revolucionaria, si la hacen revolucionarios con principios revolucionarios y con finalidades revolucionarias. Y la actual reforma no es ni más ni menos que el reconocimiento del papel que pueden jugar las relaciones mercantiles en el reordenamiento del metabolismo socioeconómico, sin permitir que estas impongan su jerarquía al resto de los ámbitos de la vida del país. Lo que está en juego hoy en la sociedad cubana son los principios y las políticas de justicia social y solidaridad, columnas y estandartes del proceso revolucionario cubano.
Las conquistas materiales y espirituales de la sociedad cubana en más de medio siglo de transformación revolucionaria presentan un balance positivo en relación con el ideal socialista. El Partido ha impulsado los esfuerzos por una orientación socialista de la construcción socioeonómica a través de la integración de tres direcciones principales que se ven plasmadas en los documentos que se han ido haciendo y rehaciendo en los últimos años con sucesivas consultas populares y que continúan abiertos a su desarrollo: Las proyecciones hasta el 2030, los Lineamientos y la Conceptualización.
Esta visión integral parte del reconocimiento de la necesidad de alcanzar una articulación eficiente de las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política, para crear un clima lo suficientemente armonizado, en el que individuos y grupos sociales encuentren el espacio adecuado para generar la iniciativa, la creatividad y el entusiasmo laboral, imprescindibles para el crecimiento económico.
La decisión de orientar la estructura económica hacia una economía mixta, lejos de significar el fracaso o el retroceso del socialismo, es demostración de su vigencia y capacidad pese a las aún persistentes carencias sociales y a los enormes desafíos que enfronta. Prueba de ello es la vigencia y aceptación de la planificación.
Sobre el valor de los documentos
Los documentos son expresión de la comprensión de la complejidad y envergadura de los cambios, a la vez que base, fundamento, para enfrentar con coherencia y esfuerzos unidos la realidad de las relaciones mercantiles, aprovechando su lado constructivo y controlando y anulando la tendencia a imponer su jerarquía en la sociedad, mientras crece y se fortalece la economía y se avanza en la educación socialista.
Ello implica, sin embargo, un colosal desafío en el plano de las ideas, ya que esas mismas medidas reponen, amplían, la base económica y social para que se reproduzca y fortalezca la psicología del intercambio de equivalentes, el individualismo y el egoísmo, y se re-articulen los valores del pensamiento liberal. Este proceso está en curso hoy, las más de las veces imperceptiblemente.
La ideología socialista
En el plano específico del pensamiento, de las ideas, entre las funciones fundamentales de la ideología están las de aglutinar los esfuerzos, orientar las acciones y prever hasta donde sea posible sus consecuencias para los intereses que representa y defiende. Pero esa orientación y esa previsión tienen virtualidad y efectividad en proporción directa al estado general de la sociedad, no solo a la solidez y profundidad de las diferentes convicciones que en ella existen, sino también al estado de ánimo social, al nivel de satisfacción con su existencia que tiene la ciudadanía.
De ahí que la labor ideopolítica corra el riesgo de la ineficacia si es pensada exclusivamente en el plano subjetivo, en el plano de las ideas, si no toma en cuenta las necesidades de la gente, si no es actual, si no cambia sus contenidos y su estética a tono con cada nueva realidad, si pretende influir en la conciencia y los comportamientos humanos con los mismos contenidos, simbología y estética del pasado.
“La ideología –recuerdo haber escuchado de un querido compañero- es también un pedazo de pan”.
Lo que ocurre con la ideología ocurre también con el ideal.
Identificarse con un determinado ideal y promoverlo, no necesariamente significa identificarse con algo perfecto, abstracto, sino con un ideal concreto, posible, alcanzable y que contiene la orientación estratégica que persigue.
Una visión compleja, dialéctica, de la realidad social indica de inmediato que no es posible imaginar una reforma económica (menos de la magnitud de la que se viene realizando hoy en Cuba) en dirección hacia una sociedad de orientación socialista y suponer que solamente cambiará la economía y no la gente, las prácticas, las organizaciones, el estilo, las instituciones, la comunicación política, etc.
Si bien es cierto que no pueden realizarse con éxito las reformas en medio de una situación caótica, incontrolada, no lo es menos que la desestimación de las necesarias transformaciones en lo político -y ello se refiere a cambios de carácter estructural, institucional, jurídico, de contenido, de métodos, de estilo de trabajo- puede dejar el terreno libre a la influencia del mercado y de su correlato ideológico liberal.
El proyecto de socialidad que articulan los principios de la ideología revolucionaria cubana está contenido en estos documentos, ellos son expresión de la ideología socialista. Pero la ideología, su valor real no es “lo que está en los documentos”. El texto vive en el contexto. Lo que permite distinguir y eventualmente enunciar y argumentar una determinada ideología, solo puede encontrarse en el sistema de relaciones sociales, en la conciencia social.
De ahí que hablar de “trabajo ideológico político” alrededor de esos documentos solo tiene significado real, práctico, eficiente, si el activo revolucionario, los dirigentes y militantes, son capaces de explicarse y explicar su significado positivo en el sistema de relaciones concreto en el cual están ejerciendo su influencia y simultáneamente probar su vigencia, profundizar en sus contenidos, precisarlos, mejorarlos, vinculando así lo singular con lo general, con el contexto del país.
Si algo ha ocurrido en la actividad política del partido es la deficiencia en el enfoque integral. Un ejemplo es la tendencia a circunscribir el trabajo político ideológico “al radio de acción”, algo muy alejado de lo expresado arriba acerca del sistema de relaciones concreto en el cual se ejerce influencia política. ¿Por qué? Simplemente, porque es imposible analizar una situación dada como si esta estuviera aislada, separada del contexto social general. La gente no lo está. El debilitamiento de la labor ideológica, comienza precisamente por esa visión “desconectada”.
Otro ejemplo es el de adoptar decisiones sin un verdadero y efectivo proceso de consulta, de participación ciudadana, de escuchar con atención al pueblo, no para cubrir el expediente de la participación, sino como herramienta insoslayable de la eficiencia.
Hay que repensar autocríticamente la comunicación política.
Hablar con la gente
Otra realidad que conspira contra el propósito de hacer de los documentos una fuerza viva y efectiva, es la insuficiente interacción de los dirigentes políticos y de la administración central del Estado con el público. Aunque no faltan los buenos ejemplos, persiste la idea de concentrar la atención de las estructuras partidistas y administrativas en el “funcionamiento” con la suposición de que los documentos per se resultarán convincentes, cuando su actual formulación, por más que tiene una elaboración de varios años, sigue siendo perfectible y requerida de continua explicación.
El público necesita de un constante esclarecimiento de los principales temas y al calor de esa práctica pueden insertarse y argumentarse los contenidos de los referidos documentos para “aterrizarlos” en la cotidianidad.
El discurso político
Aunque como se dijo arriba los documentos constituyen el resultado de sucesivas consultas, todavía resulta un tema a resolver el de la correspondencia adecuada entre los propósitos de los documentos, el discurso político y la realidad ciudadana.
Predomina en el mundo simbólico la repetición de lo ya sabido (incluyendo los contenidos textuales de los documentos), lo pasado, cierta exageración en las adjetivaciones, poco diálogo de fondo con el público, una visión demasiado positiva de la realidad y poco ejercicio crítico.
Sin dejar de evidenciar con toda justicia los logros obtenidos y sostenidos, así como los valores sedimentados en nuestra historia, se necesita un nuevo relato político y su continua renovación, de manera que logre presentar en clave actual nuestra auténtica reserva cultural, los valores que hemos acumulado en la historia revolucionaria, los contenidos concretos de los propios documentos aprobados por el Partido; un discurso capaz de seducir, de convencer, con una estética a tono con los requerimientos modernos.
Un discurso político que pueda ser asumido por los diferentes auditorios por su realismo, su profundidad, la suficiente y oportuna información, los argumentos bien sopesados y que a la vez dialogue con la gente, abierto al escrutinio de la ciudadanía.
Es preciso tomar conciencia de las disímiles fuentes de información que hoy tiene la sociedad cubana. Dado que nuestros medios de comunicación social, particularmente los nacionales, mantienen una presentación inercial de la realidad en la que se ven pocos y tímidos cambios, puede tenerse la impresión de que esa es la información, de que esos son los contenidos que circulan en la comunicación social, pero la realidad es otra.
El desarrollo del discurso político necesita del auxilio de las ciencias sociales. Es preciso estudiar sistemáticamente la comunicación social en el país, es imprescindible un observatorio de medios que de seguimiento al su impacto en la sociedad cubana, que de cuenta de las insuficiencias de los medios propios en el propósito de ocupar un lugar preeminente en la atención del público.
Los medios de comunicación
A los medios de comunicación social corresponde un papel decisivo en la labor de multiplicar las ideas, testimoniar los avances y las dificultades, comentar los errores y los aciertos. También investigar y dar a conocer problemas e irregularidades visibles o no a primera vista y en ese plano ser vigilantes y auxiliares de la participación democrática de la ciudadanía.
En los valiosos procesos de debate de los contenidos de estos documentos con el pueblo, ha faltado un acompañamiento lo suficientemente activo como para que el mundo simbólico reflejase los problemas, los puntos de vista y las esperanzas de la gente y de ese modo reconocerse colectivamente y multiplicarse en el empeño. Los medios han sido parcos en extremo en revelar el contenido de las valiosas intervenciones y propuestas durante los sucesivos procesos de discusión de esos textos y se ha perdido la posibilidad del enriquecimiento de la discusión, de verse la sociedad a sí misma en tan importantes y trascendentales procesos.
Por tal razón, tampoco se han aprovechado las capacidades y plena disposición de los profesionales de los medios para acompañar los debates.
Estamos ahora en un momento positivo para asimilar activamente los conceptos, estrategia, planes y objetivos contenidos en el trío de textos. Solo con los esfuerzos mancomunados de los dirigentes políticos y administrativos, el activo militante del país, el sistema educacional, los medios de comunicación, el universo cultural y la decisiva participación del pueblo se podrá anclarlos en nuestra cotidianidad, convertirlos en arma para el desarrollo socioeconómico y cultural de la nación. Es el desafío ahora.
Darío Machado Rodríguez
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