Aunque compañeros de lucha, sus escoltas, sus amigos íntimos y su querida esposa le dijeron que no fuera a la fábrica Michelson a pronunciar un discurso —noticia dada el día anterior por Pravda— Lenin acudió a conversar con los obreros.
En las afueras de Moscú, el 30 de agosto de 1918, una mujer traidora de su género femenino, eserista, anarquista y contrarrevolucionaria, Feiga Jaimova Roitman, alias “Kaplán”, al salir el hombre que en diez días estremeció el mundo mediante la célebre Revolución de Octubre de 1917, le disparó por la espalda tres tiros de una pistola Browning calibre 25.
De tal felonía, organizada y financiada por los enemigos del socialismo de Rusia y del exterior, no murió enseguida. Duró tres años de gradual agonía con intervalos de lucidez y trabajo. Un total de 27 médicos atendieron al líder revolucionario, hasta su fallecimiento.
Cuatro infartos o isquemias cerebrales golpearon el cuerpo y la mente de Lenin, pese al abnegado quehacer de los médicos. El primero en mayo de 1922. Los facultativos le pidieron que no escribiera, no leyera y que hablara lo necesario solamente. Él respondió: “Pero no me pueden prohibir que piense”. El segundo fue en diciembre de ese mismo año, que le paralizó el lado derecho de su anatomía y tuvo que retirarse de la vida pública. El tercero en marzo de 1923 quedó postrado en cama sin poder escribir, ni leer, ni hablar. El cuarto y definitivo tuvo lugar a las 18:50 del 21 de enero de 1924.
La autopsia
Cinco horas necesitaron los médicos para realizar la autopsia del cadáver de Lenin. Sus vísceras se enterraron al pie de las murallas del Kremlin. Su cerebro era una reliquia demasiado valiosa para ser enterrada sin investigación alguna.
Distintas versiones rodaron por aquellas horas de dolor de toda Rusia y en otras latitudes del planeta. Unos malintencionados, otros enemigos natos, juzgaron a la ligera las causas reales de su muerte y dijeron que una enfermedad venerea contraída con una mujer de amor libre le había “pegado” una infección que devino en “neurosífilis” o sífilis cerebral. Otros expresaron que falleció por el tratamiento de ese mal con arsénico en elevadas dosis. Sin embargo, algunos especialistas comentaron que había muerto por un factor genético: “la mutación irreversible del gen NT5E de la ruta metabólica del calcio, que le provocó una excesiva calcificación y le convirtió su masa cerebral en una piedra”.
Aquella trascendental y secreta autopsia que fue firmada por solo 8 de los 27 médicos que lo atendieron, perseguía fundamentalmente comprobar las verdaderas causas de la muerte de Vladimir Ilich y, algo no menos importante: indagar acerca de indicios físicos de su reconocida genialidad.
Participaron en la autopsia el anatomopatólogo ruso Alexei Ivanovich Abríkosov; el Comisario de Salud de la URSS, “Semashko”; el doctor Filímonov, jefe del Departamento de Patología del Instituto del Cerebro de Moscú y otros neurocirujanos; el Jefe del Equipo, Oskar Vogt, alemán, y sus ayudantes; el médico “Minor”, y el Capitán del KGB “Most”.
El jefe del equipo médico que efectuó la autopsia tal vez más importante de la historia humana, no fue un galeno cualquiera, sino el alemán Oskar Vogt, un especialista de las neurociencias, entonces considerado uno de los mejores del mundo, quien a partir del atentado a Lenin visitó Moscú durante los años 1920 y 1930.
Ese neurofisiólogo y neurocirujano reunió a los más encapotados especialistas en enfermedades y accidentes del cerebro, entre ellos a prominentes profesionales de la Medicina de la URSS y de otras naciones como los académicos E.V. Schmidt, A.I. Strukov, S. Sarkissov, L. Van Bogaert y A. Dewull.
Apenas es necesario aclarar que la autopsia se realizó con la fiscalización de autoridades de la Salud Pública y la presencia de un representante de los servicios secretos de la Unión Soviética.
Según el propio Oskar Vogt “El cerebro de Lenin era distinto. Tenía algo peculiar. Las células piramidales o las neuronas de la III capa de su cerebro evidenciaban su genio, tal vez por ser más gruesas, de mayor tamaño y estar presentes en más elevada cantidad que lo normal. Y en la capa IV eran células o neuronas más finas que en la mayoría de los demás cerebros humanos de algunas personalidades de relieve mundial que integraban lo que Vogt denominó El Panteón de los Cerebros, fundado inmediatamente después de morir el artífice de la Revolución de Octubre de 1917.
Vogt comentó, en síntesis, que el famoso dirigente soviético tenía una mente muy ágil, con gran sentido de la realidad y de la imaginación, capaz de relacionar ideas con una notable rapidez.
En este equipo élite se coleccionaron las masas cerebrales de personas que según el especialista alemán componían “una peculiar y extraordinaria fuente de la genialidad humana”. Integraban el ilustre grupo Máximo Gorki, Konstantín Stanislaski, Serguei Einsenstein, Iwa Pavlov y Andrej Sajarov, este último físico eminente y Premio Nobel de la Paz de 1975.
Operación comando secreta para proteger la momia de Lenin
Los dos especialistas belgas L. Van Bogaert y A. Dewull (mencionados hace varios párrafos), informaron que la URSS, cuando el KGB conoció de una posible invasión alemana al país, emprendió una Operación Comando confidencial que solo conocían cuatro jefes soviéticos para esconder la momia de Lenin del mausoleo y llevarla con urgencia a un sitio lejano de la Siberia oriental. En su lugar dejaron un cuerpo de goma que era una reproducción exacta, ante la cual las tropas del Ejército Rojo, sin saberlo, se despedían para partir rumbo al frente de combate durante la histórica Gran Guerra Patria cuando 14 ejércitos atacaron la tierra de Lenin.
Todo esto lo conocimos en lo fundamental gracias al Informe gestionado por el agregado de prensa y cultura de la Embajada de la Federación Rusa en La Habana en 2013, Serguei Oboznov, conseguido por historiadores de Moscú, a su vez autorizado en la Oficina de Vladimir Putin en la capital rusa. Por esa misma vía obtuvimos información fidedigna de la investigación que el equipo dirigido por Oskar Vogt hizo durante varios años con la participación de una veintena de especialistas del cerebro que estudiaron las miles de láminas en que dividieron la masa cerebral de Lenin. Con ese fin cada uno firmó la fecha de la devolución de ellas. Tales médicos recibieron del gobierno soviético 30 000 pesos oro per cápita.
Todos los investigadores de distintos países cumplieron a pie juntilla el compromiso, menos el mismísimo Oskar Vogt, que se negaba a devolver su parte. Ante esa traidora negativa, el KGB envió a cinco agentes seleccionados por su audacia e inteligencia (cuatro hombres y una bella mujer) quienes por vía fluvial secreta entraron en Berlín; tocaron a la puerta del famoso médico y lograron rescatar a inicios de 1945 la última porción de láminas que hizo posible armar el rompecabezas del cerebro de Vladimir Ilich Uliánov, “Lenin”.
El redactor de estas líneas vio en el Instituto del Cerebro de Moscú, en el frío invierno de 1979 (en unión del fotógrafo Reinaldo González, ya fallecido) el bello cerebro rosado brillante de Lenin, dentro de un pomo blanco transparente, ya armado como un rompecabezas, allí cuidado por dos agentes del KGB con armas largas.
Luis Hernández Serrano
enero 21, 2024
Bohemia, Cuba
Fuentes consultadas
Libro “Salud y Poder” de Eugene Chazov, ex ministro de salud de la Unión Soviética; Informe del titular de Salud Pública de la URSS en 1970, B.V. Petrovsky, autorizado entonces por Mijail Suslov, miembro del Buró Político del PCUS, encargado del centenario del natalicio de Lenin, traducido en La Habana por Jorge Díaz López y el libro inéditoYo vi el cerebro de Lenin, del autor de este trabajo.
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