Este miércoles 20 asumió la presidencia de los Estados Unidos Joe Biden, en el marco de un enorme despliegue que incluyó a más de 20 mil efectivos de la Guardia Nacional. El nuevo mandatario brindó un discurso con críticas implícitas a su predecesor en el cargo y cuestionó el ataque fascista contra el Capitolio del 6 de enero, haciendo un llamado a la “unidad”, flanqueado por expresidentes demócratas (Obama, Clinton) y republicanos (Bush jr.), así como por el vice de Trump, Mike Pence. Este llamado a la reconciliación es una señal que la investigación del asalto al Capitolio no se va a profundizar ni avanzar en develar quiénes estuvieron detrás en la organización de esta acción. Ni hay una acusación penal contra Trump y el juicio político está condenado a desvanecerse. Franjas de los propios demócratas son partidarias de archivarlo. Mientras Biden exaltaba en su discurso que los valores democráticos habían logrado imponerse frente a la asonada fallida, lo cierto es que la democracia yanqui bajo la nueva gestión demócrata debuta con la impunidad y apañamiento de los fascistas.
El discurso de Biden fue un discurso con referencias críticas al racismo, el cambio climático, a la necesidad de “reconstruir la clase media”, y una artera comparación entre la lucha de las mujeres por el derecho al voto y la llegada a la vicepresidencia de Kamala Harris. Biden toma nota de las masivas movilizaciones de mujeres de hace algunos años y de la rebelión popular de 2020 tras el crimen de George Floyd, pero no para cumplir sus demandas, sino para neutralizarlas desde el poder.
La “unidad” que pregonó Biden en su discurso es un intento de lograr el apoyo de un ala del Partido Republicano y de la clase capitalista en su conjunto para afrontar un cuadro calamitoso marcado por la pandemia (que ayer superó los 400 mil muertos en el país) y la crisis económica.
Tras cuatro años de misoginia, racismo y prédica fascistoide trumpista, el discurso de Biden-Harris busca también recuperar algo de la imagen deteriorada del imperialismo yanqui en el planeta. El mandatario dijo, además, que buscará “hacer que EE.UU. sea otra vez la fuerza de bien en el mundo”. Bien leído, esto es una confirmación de la continuidad del injerencismo imperialista, que suele disfrazarse bajo los ropajes del “bien” y de la “libertad” y de los «derechos humanos». No hay que olvidar que Biden fue presidente de la comisión de asuntos exteriores del Senado, desde la que apoyó la invasión de Afganistán e Irak. Por lo pronto, es oportuno señalar que en la asunción estuvo presente la delegación diplomática designada por Juan Guaidó. Esto ya nos da una pauta que la intervención norteamericana dirigida a destituir el régimen bolivariano van a continuar.
Fascismo y antifascismo
Los mítines convocados por la ultraderecha para esta jornada no tuvieron repercusión. Seguidores de QAnon (algunos de los cuales participaron del golpe del 6) habían planteado por las redes una “marcha miliciana del millón” en Washington para evitar la asunción de Biden. Pero otros sectores promovieron acciones locales. Algunos grupos (Boogalloo Boys) realizaron en los días previos movidas de milicianos armados de algunas decenas frente a los capitolios estatales (It’s Going Down).
Aunque no se trata de grandes convocatorias, no hay que perder de vista que Trump mantiene el amparo a estos grupos (se despidió del poder con un indulto a Steve Bannon, uno de los promotores de esta clase de agrupamientos) y que cada día salen a relucir más las conexiones que tienen con el poder político y empresario y el aparato de seguridad -recordemos que en la acción del 6 de enero hubo varios policías involucrados.
En contra de estos sectores, se están desarrollando algunas contramanifestaciones. Este 20, hubo una concentración en Denver. “¡Estamos diciendo que aborrecemos a la extrema derecha más de lo que les tememos! ¡No confrontar a los fascistas es más peligroso que enfrentarlos! ¡No protestar es más peligroso que protestar!”, dicen los convocantes. También hubo una acción en San Francisco, alentada por organizaciones de izquierda (UFCLP, WWW, FSP).
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Biden anunció, en su día inaugural, una batería de medidas. Algunas de ellas remueven decisiones de Trump, como los decretos de regreso al Acuerdo de París (compromiso global para reducir emisiones) y a la Organización Mundial de la Salud. Otros son concesiones a grandes movimientos de lucha, como la suspensión del oleoducto Keystone, o la ampliación de las moratorias para los desalojos y el pago de préstamos estudiantiles y el aumento del salario mínimo a 15 dólares. La gestión demócrata inaugura su mandato echando lastre, lo cual habla del escenario convulsivo al que deberá hacer frente condicionado por la sombra de la rebelión popular.
En materia migratoria, se presentan algunas medidas que merecen un análisis específico. Si bien flexibilizarían algunas de las restricciones impuestas por Trump, los funcionarios que Biden ha nombrado para el área son cuestionados por haber participado del gobierno de Obama, que ostenta el récord de deportación de migrantes. Toda reforma, además, debería pasar por un largo trámite preliminar en el Congreso. La decisión de congelar el muro con México es puramente simbólica, dado que ya existen vallas en la frontera entre ambos países y acuerdos con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador para detener las caravanas migratorias.
La situación norteamericana plantea la necesidad de la movilización masiva de los trabajadores y las organizaciones de lucha para derrotar al fascismo. Al mismo tiempo, los trabajadores necesitan poner en pie una fuerza independiente que desarrolle un programa propio de salida a la crisis, rompiendo toda subordinación con Biden y el Partido Demócrata.
Gustavo Montenegro
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