La esperanza de una recuperación de la economía mundial se concentra crecientemente en China. Algunos pronósticos hablan de que en 2021 podría crecer hasta un 9 por ciento, pero esto es vidrioso y tiende a ocultar los escollos y contradicciones que se vienen abriendo paso en el país asiático.
Recordemos que en la crisis financiera de 2008, China ofició de locomotora, contrarrestando la recesión mundial cuyo corazón estaba en las grandes metrópolis imperialistas, empezando por Estados Unidos. Hubo grandes expectativas de que incluso China tenía la capacidad de sacar la economía mundial de la crisis. En lugar de ello, el gigante asiático terminó siendo arrastrado por ella. Ya antes de que estallara el coronavirus, China venía sufriendo una brusca desaceleración. Habían quedado atrás las tasas de dos dígitos y el país asiático estaba creciendo por debajo del 6%, habiendo quienes sostenían que la tasa real era más baja. E incluso este crecimiento más débil había sido sostenido por un endeudamiento de carácter explosivo. La deuda china asciende en la actualidad a casi el 300 por ciento del PBI. De modo tal que China ingresa en esta nueva crisis en una situación más endeble y con menor margen de maniobra que en el pasado y en esa medida, no está en condiciones de cumplir el mismo rol que jugó doce años antes.
Incumplimientos
Los medios de comunicación no le han dado la transcendencia que se merecía a una sucesión de incumplimientos de pago al final del año en los préstamos de empresas que se pensaba que tenían el respaldo del Estado. Esto que pasó relativamente inadvertido; sin embargo, estremeció el mercado financiero chino y disparó la inquietud de los grandes operadores internacionales.
.Según la consultora Mitch Ratings, las empresas estatales incumplieron un récord de 6.100 millones de yuanes en bonos entre enero y octubre, una cantidad igual a la de los dos años anteriores juntos. Pero en noviembre, los problemas empeoraron significativamente, con incumplimientos de tres grandes empresas.
La primera señal de problemas más profundos apareció el mes pasado, cuando la empresa estatal de carbón Yongcheng Coal and Electricity Holding Group, ubicada en el centro de China, dejó de pagar un bono por valor de 152 millones de yuanes.
Dos semanas después, el grupo estatal de tecnología de alto perfil, Tsinghua Unigroup, dijo que no cumpliría con un bono nacional por el equivalente a 199 millones de yuanes.
La semana pasada la compañía anunció que no esperaba pagar intereses o capital en bonos de 450 millones de yuanes. Esto también provocaría incumplimientos cruzados en otros 2.000 millones de yuanes en bonos que vencen entre 2021 y 2028. Tsinghua Unigroup es una firma importante en la fabricación local de semiconductores, una de las apuestas de China, que busca desembarazarse de la dependencia que tiene en el área con las metrópolis capitalistas. Es propiedad mayoritaria de la Universidad de Tsinghua, una de las instituciones académicas más prestigiosas de China y cuenta con el respaldo del gobierno.
Otro incumplimiento ocurrido en el cierre de 2020 corresponde a la firma respaldada por el Estado Brilliance Auto Holdings, que está ligada a la gran empresa alemana de automóviles BMW. Esto representa un giro en la política del gobierno chino, que venía socorriendo a las empresas en apuro, en particular, aquellas más vinculadas al Estado. El interrogante que se ha abierto es hasta qué punto el Estado chino está dispuesto a dejar abandonadas a su suerte a las empresas con dificultades. La necesidad de cerrar el grifo es una cuestión que en particular en los últimos años está en la agenda de discusión de las autoridades chinas ante el hecho del crecimiento monumental de la deuda y el riesgo que esto representa en el sistema financiero, que viene otorgando préstamos de dudosa cobrabilidad. El temor fundado del gobierno, para dar ese paso, era el escenario de cierres y quiebras que este corte podría desencadenar y sus efectos sociales, con cierres y despidos masivos.
Tras los impagos nombrados, el viceprimer ministro chino Lie He advirtió a las empresas que Pekín adoptaría un enfoque de «tolerancia cero» frente a la falta de cumplimiento de los compromisos asumidos. Importa señalar las repercusiones que la nueva política oficial podría tener, con más razón si tenemos presente que del total del endeudamiento corporativo las empresas estatales representan más de la mitad. Por lo pronto, una veintena de empresas chinas suspendieron los planes de nuevas emisiones de deuda por un total de 2.400 millones de yuanes.
El remedio, sin embargo, puede terminar siendo peor que la enfermedad. El hecho de que las empresas pierdan las garantías del Estado aumentará muy probablemente las dificultades para conseguir préstamos o un sensible encarecimiento de su costo, hasta el extremo de hacerlos prohibitivos. Incrementará la reticencia de las propias entidades crediticias a prestar a sus antiguos clientes. Este escenario potencia los riesgos de default, no solo de las empresas afectadas sino del propio sistema financiero, cuya cartera de préstamos está compuesta de este universo de firmas estatales. Es oportuno tener presente que un parte creciente de los préstamos tienen como propósito cancelar viejas deudas.
Sobreproducción
Pero mas allá de ello, una cuestión tanto o más importante es que las medidas de estímulo no están generando los incrementos del PBI como lo hicieron en el pasado, por lo que la carga de la deuda en la economía se hace cada vez mayor. China tropieza con la crisis de sobreproducción que atraviesa al conjunto de la economía capitalista, empezando en primer lugar por las grandes potencias. El país asiático enfrenta una capacidad sobrante en franjas enteras de la actividad económica, como la producción de acero, carbón o aluminio. Este sobrante se ha acentuado con la recesión en curso y la paralización económica provocada por la pandemia. El gigante asiático no puede escapar a las tendencias disolventes de la bancarrota capitalista y no cuenta con los mismos recursos que en el pasado puso para contrarrestarla.
Los problemas de deuda no se limitan a las grandes empresas. Moody’s Investor Services, que hace un seguimiento de la deuda de gobiernos locales en China, emitió un informe a principios de este mes poniendo una «perspectiva negativa» para la deuda del gobierno local y regional para el próximo año. Tengamos presente que los gobiernos han debido recurrir a un mercado paralelo de financiamiento, los llamados bancos en la sombra y todo indicaría que las tensiones e incluso la amenaza de default estarían creciendo, pues los gobiernos locales no estarían en condiciones de generar suficientes ingresos para cubrir los reembolsos de la deuda.
Idas y vueltas
La crisis mundial ha acentuado las contradicciones de la burocracia dirigente china, que oscila entre adaptarse a las exigencias de una mayor apertura económica y a las leyes de mercado, por un lado, y recurrir al intervencionismo estatal para pilotear un descalabro económico y evitar que la situación social se desmadre, por el otro. Sin ir más lejos, estas idas y vueltas han quedado expuestas esta última semana en que China acaba de suscribir un acuerdo de libre comercio con Europa en que flexibiliza el proteccionismo económico reinante, permitiendo la radicación de empresas europeas, reconociéndoles una participación mayoritaria en esferas de la economía (hasta ahora solo se podía poseer hasta un 49 por ciento del paquete accionario).
Pero, simultáneamente con ello, se han reforzado los controles y el intervencionismo sobre la actividad privada. La desaparición del fundador de una de las corporaciones líderes (Alibaba, una réplica china de Amazon), Jack Ma, de la vista pública en los últimos dos meses, provocó una catarata de especulaciones en las redes sociales sobre su paradero, que se da en medio de una nueva legislación de regulación de los monopolios e injerencia del PCCh en la vida y funcionamiento de las empresas privadas. Otras grandes empresas, como JD Digits, Tencent, Baidu y Lufax reestructuraron y restringieron su operatoria para evitar represalias. Las tensiones con la burguesía china han ido en aumento.
El PC chino ha buscado tener una intervención más activa en las decisiones de negocios. Que podrían llegar hasta el extremo de una disolución de grupos económicos y el traspaso de su patrimonio al Estado. Lo de Jack Ma no es un caso aislado. El gobierno chino viene apelando a la persecución directa, encarcelamiento y a la desaparición de prominentes hombres de negocios de la floreciente burguesía china.
Esto corrobora que la burguesía todavía no ha logrado consolidarse como clase dirigente. Sigue oficiando de segundo violín en un escenario en que el Estado chino sigue concentrando las principales decisiones del país. Este hecho da cuenta -como venimos sosteniendo desde las páginas de Prensa Obrera y en los análisis que el Partido Obrero viene realizando- del carácter inconcluso de la restauración capitalista. La intervención creciente del Estado chino, que como vimos, coexiste con la apertura de la economía, tiene como propósito salvar la restauración capitalista -de ningún modo está dirigida a suprimirla. Pero ese arbitraje excepcional del Estado, contradictoriamente, es una fuente de choques con el gran capital internacional y con la propia burguesía china que creció a la sombra y bajo la protección de la élite dirigente oficial.
La crisis china es un componente cada vez más gravitante de la crisis mundial capitalista. A las contradicciones explosivas de la economía mundial capitalista se le unen las propias del gigante asiático. Ingresamos en un escenario convulsivo de la historia china, cuyo desenlace estará signado, como ya ocurrió en el pasado, por la lucha de clases nacional e internacional.
Pablo Heller
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