domingo, 17 de enero de 2021

Absolución política del golpe de Trump y militarización del país


Los diarios de hoy dan cuenta de investigaciones del FBI que aseguran que los asaltantes del Capitolio de EEUU, el pasado 6 de enero, tenían entre sus propósitos el secuestro y/o asesinato de legisladores, incluso del vicepresidente Pence. El asalto en cuestión, recordemos, fue patrocinado por el presidente en ejercicio, Donald Trump. Concluir de estas revelaciones que la finalidad de la operación era postergar la certificación de la victoria de Biden, por parte del Congreso, se ha convertido en un eufemismo. En el golpe de hace seis días están involucrados sectores de la Policía, de las Guardias Nacionales y de las Fuerzas Armadas; las instalaciones del Congreso se convirtieron, en forma premeditada, en tierra de nadie. La trama de la acción golpista nunca se conocerá en profundidad en razón del involucramiento de una parte nada intrascendente del aparato estatal. El toque de queda en la capital del país, Washington, tuvo que ser declarado por la intendenta del distrito, ante la vacancia de cualquier otra autoridad. Es claro, en definitiva, que Trump no perdió el tiempo, en sus cuatro años de mandato, para organizar una fuerza de milicia. Cuando se votó en la Cámara de Representantes la apertura del juicio político a Trump, sólo desertaron diez sobre 150 diputados del bloque republicano. En la composición actual del Senado, no se reúnen los dos tercios para destituir al presidente golpista. Trump terminará su mandato – constitucionalmente.
 Lo que emerge de aquí es esto: con independencia del destino político-personal de Trump, su mantenimiento en el cargo es una absolución política del golpe. La responsabilidad de esta absolución corre enteramente por cuenta del partido demócrata, el poder judicial y la Corte Suprema, y el alto mando militar que se había pronunciado contra Trump en varias ocasiones. En nombre del pasaje ‘pacífico’ y ‘ordenado’ del mando, se ha evitado una cirujía mayor en el aparato del estado, y naturalmente un llamado a la movilización de masas. En esto consiste el éxito de un golpe que ha fracasado. La izquierda norteamericana no aprovechó la ocasión para ocupar el escenario político con llamados a la calle y a huelgas, incluso después de las grandes movilizaciones del movimiento Black Life Matters. Cuando una caracterización política, en este caso la que asegura que no hubo golpe, no desprende una línea de acción, ello significa que, concretamente, es equivocada. El partido demócrata, quienes en la izquierda van a su rastra y la izquierda neutral (“gracias, no fumo”) se han valido del golpe de Trump, que sin embargo niegan que sea tal, para asestar un golpe a las masas, a las que convocan a no arruinar el cambio ‘civilizado’ del mando presidencial. 
 Pero ese cambio no será ni tan civilizado, ni menos aún pacifico. Trump no asistirá a la ceremonia correspondiente, lo que deja plantada una posición de beligerancia y potencialmente de guerra civil, donde no importa si él será quien la encabece, porque después de todo ya es un hombre grande y con morbilidades. Washington ha sido militarizada – una tropa de 20 mil soldados se hará cargo del cuidado del Congreso. Pero otro tanto ocurrirá en los otros 51 estados. En algunos casos bajo el toque de queda fomal, en otros de hecho. No ha habido golpe, se dice, pero se ha recurrido a la institución más clásica del estado de excepción, que es el estado de sitio. ¿Existe alguna evidencia más concreta que esta de debilidad política? Hace cuatro años, Trump se jactó, mentirosamente, de que habría reunido a la mayor multitud de la historia en el acto público de celebración de asunción de la Presidencia. Biden, suponemos, no renunciará a su propio acto público, pero no lo hace en un marco de libertad sino de intimidación. Si se produjera una asistencia extraordinaria de gente, estaríamos ante una movilización popular tardía, bajo la tutela política del jefe del imperialismo mundial. La izquierda habría perdido su momento, como de costumbre. 
 El planteo de que no hubo golpe porque no se encuentran reunidas las condiciones para su éxito -uno de los argumentos democratizantes -, es una falacia histórica y lógica. De ser cierta esa tesis no habría habido nunca golpes fracasados, que en realidad son cien veces más numerosos que los exitosos. De otro lado, la madurez de las condiciones para un golpe deben verificarse en la práctica, por eso los golpes y las revoluciones también, tienen sus respectivos “ensayos generales”.
 El otro planteo, vinculado a este, de que la burguesía está unida en torno a Biden, es redondamente falso. Se trata de un frente único ocasional y contradictorio. La burguesía se encuentra en un impasse sin precedentes, como la sociedad de la que abreva; atribuirle a Biden ‘un plan maestro’ y un retorno a ‘la normalidad’, sólo puede ser producto de la ignorancia. El escenario internacional del ‘fin de la historia’, después de la disolución de la URSS, no existe más. Desde las crisis que arrancaron en 1997 (precedidas por el gran derrumbe de Wall Street, en 1987 – 25% de caída en un día), cada ciclo capitalista es más severo en su fase de derrumbe, y nunca alcanza un nivel de desarrollo más alto de las fuerzas productivas, como lo demuestra el abismo creciente entre ‘ahorro’ e ‘inversión’, de un lado, y la formación consecuente de una capital ficticio descomunal, del otro. Incluso en una formación capitalista ‘sui generis’ como China, ha habido un desarrollo fenomenal del capital ficticio (endeudamiento), históricamente prematuro. La izquierda democratizante ha pasado del cretinismo anti-catástrófico a la tesis del retorno a ‘la normalidad’. 
 El llamado a la lucha contra el golpe, desde un posición obrera y socialista, ha sido sustuido por la izquierda, en esta crisis, por la convocatoria a formar un partido independiente del bi-partidismo. Mirado con atención, estamos ante un planteo de rescate del régimen político norteamericano en desintegración. Ocurre que está dirigido a un movimiento de izquierda que protagoniza la pequeña burguesía, que en parte se ha metido en el partido demócrata y ha conquistado numerosos legisladores, y en parte hace seguidismo desde afuera del aparato demócrata oficial. En estos términos, el palnteo de una alternativa independiente no constituye una transición política al partido obrero y al partido revolucionario. Las filas de la izquierda pequeño burguesa se inflan y desinflan con llamativa facilidad – es lo que ha ocurrido con los Socialistas Democŕaticos, cuando impulsó la candidatura del indepediente Bernie Sanders, quien acabo apoyando a Biden. Lex, el columnista ‘premium’ del Financial Times, acaba de advertir un proceso de sindicalización en Estados Unidos y Gran Bretaña, incluida la formación de sindicatos nuevos en los servicios y en las grandes empresas de tecnología. Es necesario dirigirse a este ‘auditorio’ que lucha y se organiza, para conseguir plantar un partido obrero en los Estados Unidos. 

 Jorge Altamira 
 16/01/2021

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