jueves, 2 de abril de 2020
Estados Unidos: epicentro de la pandemia y de la crisis mundial
Estamos asistiendo al completo descrédito de todas las instituciones políticas del capitalismo estadounidense
El número de muertos en Estados Unidos por coronavirus ya superó a las víctimas fatales reportadas oficialmente por China. Es el país más afectado por número de casos, a razón de más de 20.000 infectados diarios. El estado de Nueva York es el epicentro de la epidemia, con cerca de 76.000 casos y 1.550 muertos. El principal asesor de salud del país predice que millones contraerán el Covid-19 y entre 100.000 y 200.000 personas morirán.
Las consecuencias económicas y sociales de dicha catástrofe son gigantescas. Se calcula que la contracción de la economía alcanzaría un 25% y hasta un 30%. Una cifra muy superior a la crisis de 2008, en que la economía retrocedió un 10%, sólo comparable con la del crack del ’29 y a una velocidad mayor inclusive. Esta situación ha provocado uno de los derrumbes bursátiles más preanunciados en la historia.
Estamos asistiendo al completo descrédito de todas las instituciones políticas del capitalismo estadounidense, que ha demostrado ser incapaz de prepararse o responder a una pandemia -sobre cuyo riesgo muchos especialistas venían advirtiendo previamente-, lo cual, a su turno, aviva todas las tensiones internas.
El régimen político tomado de conjunto ha empezado a crujir, empezando por la relación entre el gobierno federal y los estados en la que se constata una fractura. Cada vez más gobernadores se han ido sumando a la cuarentena, en contraposición con la política de Trump, que venía abogando por aflojar las restricciones en materia de circulación y actividad, así como de distanciamiento social.
El crecimiento exponencial del contagio ha obligado al magnate a pegar un giro y disponer una cuarenta hasta finalizar Semana Santa, el 12 de abril, pero posiblemente sea tarde, después de semanas en que se ha propagado el virus, mientras el magnate venía minimizando la gravedad de la pandemia. No hay que descartar que la conmoción política que se está registrando termine por echar por tierra las expectativas reeleccionistas de Trump.
La crisis política se ve agravada por la denuncias en todo el país sobre la falta de suministros vitales, hospitales inundados, inaccesibilidad de pruebas y médicos. Abundan los informes de caos absoluto en la producción y distribución de equipos críticos, resultado de décadas de deterioro de la infraestructura social y de salud básica.
El gobernador de Nueva York reclamó 40.000 equipos y apenas recibió 2.000 después de interpelaciones sucesivas. Los hospitales Nueva York están desbordados y muchos pacientes han empezado a ser trasladados a otros estados.
Crisis social
La crisis sanitaria va de la mano de la crisis económica y social. El retroceso del PBI traería aparejado un salto mayúsculo del desempleo. Como resultado de la crisis económica de 2008 se eliminaron unos 26 millones de empleos. La crisis actual podría superarlo ese número y en un espacio de tiempo mucho más corto. Lo cierto es que las solicitudes del desempleo en estas últimas semanas ya se acercan a los 4 millones de trabajadores.
Se avecina una ola de quiebras que ya está en curso. Un caso emblemático es el de la renombrada cadena minorista Macis, que acaba de anunciar el despido de 130.000 empleados.
Lo que hay que entender es que no estamos ante una crisis pasajera. El coronavirus empalma con una crisis capitalista previa, que estaba en pleno desarrollo. La economía mundial avanzaba a una nueva recesión. Estados Unidos no escapa de esta tendencia, y eso se constataba con el desinfle que venía sufriendo la actividad económica, que había descendido por debajo del 2%. Wall Street ya había tenido tres temblores a lo largo de 2019, en medio de un enorme endeudamiento público y privado. La deuda del gobierno federal, previo al coronavirus ya superaba el PBI norteamericano, en tanto la deuda corporativa ascendía a 16 billones de dólares -o sea, el 75% del PBI- y, por lo tanto, su continuidad estaba en tela de juicio con independencia de la pandemia. Lo que está como telón de fondo es la crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales que se venía traduciendo en una caída de la inversión, la productividad y la tasa de beneficio. Es probable que muchas de las empresas cerradas debido a la pandemia nunca vuelvan a abrir, con lo cual las tendencias recesivas desemboquen en una depresión.
Esto plantea penurias inauditas para amplios sectores de la población, que tiene como blanco a los trabajadores formales sometidos a la pérdida de sus puestos de trabajo y rebajas salariales, pero con más razón a los trabajadores informales y precarizados. El cierre de actividad no esencial pone en tela de juicio la sobrevivencia de miles de personas que vivían del día a día para acceder a un ingreso o los trabajadores de bajos salarios.
El paquete de rescate
El Congreso norteamericano acaba de aprobar una ayuda económica multimillonaria de 2,2 billones de dólares. Trump se ha apresurado a hacer una gran demagogia destacando la asistencia a los más necesitados. Pero esto no puede encubrir que el grueso de los recursos va dirigido al rescate del capital. Los más de 2 billones de dólares, muy superior al rescate bancario de 700 mil millones aprobado en 2008, subestima sustancialmente la escala real de la ayuda del gobierno a las grandes empresas. La mayor porción del proyecto de ley, 500 mil millones para financiar préstamos garantizados a grandes corporaciones, está diseñada para ser apalancada por la Junta de la Reserva Federal en unos 4,5 billones en préstamos y subsidio. Esto equivale a un respaldo prácticamente ilimitado a las con ataduras reales.
La ley asigna 300 mil millones de dólares para pagos directos en efectivo a más de 150 millones de hogares, que recibirán 1.200 dólares por adulto o 2.400 por pareja, más 500 adicionales por cada niño. Este es un subsidio de una sola vez y no incluye trabajadores indocumentados. Además, contempla 250 mil millones de dólares para extender los subsidios de desempleo por 13 semanas y agregar 600 por semana a los beneficios proporcionados por los estados. El subsidio por única vez es concebido por Trump como un recurso pasajero, para descomprimir la enorme presión popular, mientras vuelve a la carga y despeja el terreno para “abrir” el país y obligar a los trabajadores a volver a las plantas y lugares de trabajo, apoyándose en las presiones crecientes que ejerce la clase capitalista.
Por su parte, 500 mil millones de dólares son destinados, a su turno, para financiar los costos de la lucha contra la epidemia de coronavirus y otras necesidades sociales. Sólo se reservan 16 mil millones para que los hospitales adquieran equipos de protección personal y respiradores, suma que ya ha sido denunciada como insuficiente por distintos estados y sectores de la salud.
La disparidad obscena entre los recursos destinados a las empresas y lo que se asignan a los trabajadores afectados y a la salud pública dio lugar a una denuncia encendida por parte de la congresista demócrata socialista, Alejandra Ocasio-Cortéz, quien rechazó el proyecto. Esta actitud contrasta con la del senador de Vermont, Bernie Sanders, quien apoyó la ley que fue acompañada por la bancada demócrata. La inclusión de un artículo disponiendo el subsidio del desempleo fue el argumento para respaldar el proyecto, por parte de ambos partidos que, además del salvataje corporativo y a la banca, tiene, en la letra chica, una serie de cláusulas que permiten a las empresas burlar los condicionantes para recibir los beneficios, entre los cuales figura la necesidad de mantener los puestos de trabajo.
Salta a la vista los límites insalvables de la estrategia que enarbola la izquierda demócrata nucleada detrás de la candidatura de Sanders, quien estaría por desistir en su carrera presidencial luego de las nuevas derrotas sufridas en las primarias posteriores al supermartes y que ya ha adelantado su decisión a cerrar filas en el seno el Partido Demócrata y, por lo tanto, apoyar a Biden. El respaldo dado por Sanders al rescate habla de los intereses de clase a los cuales tributa el senador. Esto coloca al rojo vivo la cuestión clave y estratégica de la independencia de clase que, todo indicaría, no es el camino que habrían optado los demócratas socialistas, que habrían decidido no sacar los pies del plato y seguir atados al Partido Demócrata.
Perspectivas
La perspectiva más auspiciosa viene del lado de los trabajadores. Aumenta la frecuencia de huelgas y protestas de trabajadores que exigen protección contra el coronavirus en los últimos semanas (ver nota de Prensa Obrera). Enfrentan la voracidad patronal que presiona por reanudar la producción y preservar sus ganancias, aunque eso acelere la propagación del Covid-19 y, por lo tanto, el total de muertos.
El hecho de que sea la principal potencia capitalista del mundo la que tenga el récord de infectados y, muy pronto al paso que va, de muertos es una señal inconfundible del agotamiento histórico de un régimen social. Da cuenta del antagonismo irreversible entre una organización basada en el lucro y la vida, así como de la salud de la población.
La ley fogoneada en común por republicanos y demócratas está muy lejos de movilizar el inmenso poder de la tecnología y la industria, de la infraestructura y recursos existentes de una manera planificada y coordinada para combatir la pandemia, en todos los planos posibles. Es una tarea reservada a los trabajadores norteamericanos y de todo el mundo, que deben plantear sus demandas, como ya lo vienen haciendo en las huelgas y protestas en Estados Unidos, y unirlas a la batalla en favor de una salida propia e independiente frente la gigantesca catástrofe económica, social y sanitaria en desarrollo.
Pablo Heller
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