sábado, 11 de abril de 2020
Cuando a Batista le sabotearon su fiesta
Sergio González El Curita, el alma de la clandestinidad en La Habana. (Foto: Archivo de BOHEMIA. Autor no identificado)
En la tarde del sábado 6 de abril un joven se presentó en la carpeta del hotel Plaza y solicitó habitación. Firmó como Carlos Díaz Castro. A esa misma hora (4 p.m.), otro muchacho igualmente atento y bien vestido hizo lo mismo en el hotel Lincoln. Llevaba un maletín de playa, de lona carmelita, y dijo llamarse Juan Castro Rodríguez, con domicilio en Independencia 26, Matanzas.
En el hotel Washington, un joven alto se presentó sin equipaje alguno. “El pago es por adelantado”, reclamó el carpetero. “No tengo inconveniente”, replicó el huésped y abonó dos días de estancia. Escribió en la hoja de registro: Guillermo Castro de Peralta, de Finca Lina, Pinar del Río. Tres horas después regresó con una muchacha. Ella llevaba una gran cartera.
En cuatro hoteles más: San Carlos, Nueva Isla, El Central y uno sin nombre en la calle Teniente Rey, estaba ocurriendo lo mismo. Jóvenes de apellido Castro pagaban por adelantado y recibían visitas de algún amigo o amiga. “Eran tan educados, tan correctos”, confesarían después los carpeteros a la policía.
Todos estos hoteles tenían una característica en común: estaban estratégicamente situados en las cercanías del Palacio Presidencial.
Batista quería un homenaje
El levantamiento del 13 de marzo, aunque no logró sus principales objetivos, estremeció a todo el aparato de la tiranía. No solo por la conmoción nacional que produjo y el ejemplo de heroísmo que legó, sino también por la imagen que dejaba en el exterior: un grupo revolucionario organizado, no un individuo aislado, estuvo a punto de ejecutar en su despacho al Jefe de Estado.
En un intento de recuperar el prestigio perdido, la tiranía convocó a un acto de desagravio al tirano frente el mismísimo Palacio Presidencial para el 7 de abril de 1957. Antes, mediante intimidaciones y chantajes, había logrado que las llamadas “clases vivas” del país desfilaran por el Salón de los Espejos para congratular a Batista por haber sobrevivido a la acción revolucionaria.
La forma de reclutar “participantes” de la concentración recordó los métodos del fascismo en Italia y Alemania. Los empleados públicos se vieron en la disyuntiva de asistir o perder sus empleos (en un país con casi medio millón de desempleados). En los municipios del interior, alcaldes y guardias rurales “convencieron” a los campesinos. Ante esta situación, los militantes del Movimiento 26 de Julio en La Habana decidieron “aguarle la fiesta” al tirano.
Según Arnol Rodríguez, combatiente de la clandestinidad, la idea se le ocurrió a Sergio González El Curita. Para su compañero de lucha, Rogelio Montenegro, “Sergio era un conspirador nato, y además muy inteligente, con una gran percepción para saber lo que se tenía que hacer en el momento preciso”.
El Curita convocó dos días antes de la acción a los participantes. Al grupo de Montenegro, al cual pertenecía Nicolás Rodríguez Astiarazaín, lo citó cerca del cine Ensueño. Este rememoraría luego: “Llegó con Machaco en un Plymouth verde y nos explicó cuál era la idea, sabotear todos los hoteles alrededor de Palacio de manera que cuando se estuviera efectuando el acto se sintieran las explosiones, el movimiento
de la policía, los bomberos”.
A cada grupo se le asignaron dos hoteles. Montenegro, Nicolás y sus compañeros tenían la misión de sabotear el Plaza y el New York. Según Rogelio, “Sergio nos resolvió el parque, unos cartuchos de dinamita y nosotros conseguimos el resto de las cosas. Nicolás consiguió el transporte, un amigo suyo nos prestó un auto que no estaba circulado”.
En el New York los revolucionarios encontraron que estaba repleto, no había cuartos vacantes. En el Plaza, alquilaron la habitación 452. Nicolás recuerda la tarde de aquel 7 de abril: “Marcos Bravo y Rogelio se bajaron del auto a media cuadra del hotel con los materiales metidos en una caja de cake y yo fui a buscar un parqueo”.
“No podía dejar el auto en las inmediaciones por razones de seguridad –prosigue Nicolás–, aquello estaba infestado de policías, tenían miles de controles. Me fui hasta Teniente Rey a parquear el auto, en un lugar que creí bastante tranquilo, frente a un parque, había espacio y lo dejé allí”.
“Viré a pie hasta el Plaza y subí a la habitación. Ya me estaban esperando Marcos y Rogelio con el colchón roto. Metimos las balas y la dinamita dentro de la guata, mojamos las cortinas y Marcos nos dijo a Rogelio y a mí que bajáramos primero para no despertar sospechas, que él encendía aquello. Saliendo del hotel los tres, ya se sentían las explosiones”.
Fueron caminando hasta Teniente Rey. “Buscando un lugar tranquilo, no me di cuenta que había parqueado frente a otro hotel, también saboteado, pero por otra célula del 26. Cuando llegamos a esa cuadra, ya habían llegado los bomberos, los policías andaban como locos. Le dije a un bombero que mi auto estaba parqueado allí y me autorizó a llevármelo, nos fuimos delante de la policía”.
Los jóvenes del M–26–7 lograron “aguarle la fiesta” a Batista, como planeó El Curita, sin que se produjera ninguna víctima inocente. La lluvia, en complicidad con los revolucionarios, también saboteó la concentración. Y el pueblo cubano se rió de lo lindo de la tiranía en el homenaje que el tirano quiso hacerse a sí mismo.
Pedro Antonio García
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