Para comenzar, debo decir que la coyuntura no me ha sido especialmente hostil. Debe ser por suerte, pero siempre me ha aparecido la guagua salvadora, para sacarme de los atolladeros. Me las he arreglado para no ir tan apretado. Lo cual no quita que comprenda y me sensibilice ante la difícil situación en la que se encuentra el pueblo, en cualquier rincón del país.
Durante estos días he tenido algo de tiempo para reflexionar. Entre las cosas que me han llamado la atención se encuentra la solidaridad de los que se mueven en autos, que se detienen a recoger personas para dar botella. No se trata solo de los que paran cuando las autoridades los obligan, sino de los que lo hacen por propia voluntad. Varios funcionarios me han montado en sus carros, y allá voy yo, en la parte de atrás, sintiéndome ligeramente culpable por escribir artículos contra la burocracia.
Este martes 24 de septiembre, Donald Trump dio su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Dijo, entre otras rocambolescas frases, que en el socialismo y el comunismo no se trata de ayudar a los humiles, sino de “solo poder para la clase dirigente”. Carlos Marx, donde quiera que esté, debe estar boquiabierto de perplejidad. Escuchar eso de la boca del bufón que se sienta en el trono imperial, en verdad indignante.
Uno, que normalmente se siente decepcionado de la lentitud y del burocratismo que carcome al gobierno cubano, tiene por fuerza que preguntarse: ¿por qué lo quiere destruir Donald Trump? Si este gobierno es tan poco revolucionario, ¿por qué bloquearlo con tanto ahínco, al punto de criminalizar a los buques que llevan petróleo a la Isla?
En mis análisis he llegado a la conclusión de que en Cuba existen dos contradicciones sociales básicas importantes: Una es la vieja disputa entre el poder revolucionario socialista y las fuerzas más reaccionarias del capitalismo global, con sedes principales en Miami y Washington. La otra es la que existe entre el pueblo y la dirigencia burocratizada, la cual ha surgido como producto de la estructura política que se creó para blindar ese poder.
Ese es el resultado de mis análisis. No obstante, también comprendo que no todo el mundo puede verlo con claridad. Para muchas personas, la segunda contradicción, entre pueblo y burocracia es la única importante, por lo que no se miden en embestir contra el gobierno. Eso tiene una razón objetiva: es que, en la cotidianidad del cubano, el imperialismo es un fantasma sin rostro, algo de lo que se habla todo el tiempo, pero no se ve, mientras que el funcionario que no se baja del carro o del avión tiene rostro, nombre y apellidos. El ser humano tiende a dirigir su furia hacia lo que tiene más cerca, hacia lo que lo pincha directamente.
Hace falta ver a un Trump despotricando sobre el comunismo, y a un coronel dando botella, para darse cuenta de que hay algo que merece ser defendido. Hay algo en el fondo de nuestra realidad cubana que le quita el sueño a Trump y a los sicofantes de la nueva derecha. Porque esa es la pregunta que debemos hacernos: ¿qué es lo que quiere destruir Trump?
Lo que quieren arruinar es el acumulado cultural del socialismo cubano. Por más carcomida que esté la capacidad revolucionaria de nuestro gobierno, después de tantos palos que nos ha dado la vida, este sigue siendo el país que ha vivido una de las más osadas revoluciones anticapitalistas. Tenemos décadas de experiencias acumuladas de todo lo que se puede hacer en una sociedad que ha renunciado al egoísmo capitalista. Han sido años de independencia política y orgullo soberano, fuera del lugar que debería tocarnos en el mapa de la geopolítica capitalista.
Hacia allí van sus flechas, no hacia el gobierno solamente; su objetivo es llegar a nosotros, los ciudadanos, y presentarse como nuestros salvadores para que renunciemos y nos entreguemos al modo de vida normalizado por el capitalismo global. Nos dicen carneros y ovejas, porque lo que quieren en realidad es que regresemos a sus corrales.
Entonces, esa permanente estrategia imperialista para robar nuestros cerebros y corazones, complica todo lo que podemos hacer en Cuba como activistas contrarios al burocratismo. Debemos conservar cierto celo protector. No se trata de defender a la burocracia, a los que justamente se escudan en el bloqueo para seguir haciendo mal las cosas. Se trata de preservar el espacio de soberanía política, impensable dentro del mundo actual, que nos han legado la Revolución y el Socialismo. Es nuestra más preciada herencia.
No se puede golpear al gobierno cubano como si fuera una inmensa campana de bronce. En realidad, es una campana de vidrio, y si la rompemos, tal vez nos quedemos para siempre a la intemperie. Con esto quiero hacer una respetuosa crítica a muchos de los que también escriben, como yo, en medios alternativos, y que me parece mueren de ganas de golpear campanas.
Cuando se mira más de cerca, se ve que las dos contradicciones en realidad son dos variantes de la misma. Esto es, porque el burocratismo no es más que continuidad de la dominación en el socialismo, es como un pedazo de capitalismo que vive con nosotros, y que nace de nuestros demonios interiores, del egoísmo que no hemos logrado dominar como seres humanos. Y el imperialismo sabe eso, y lo fomenta, entra en sus cálculos. Sí, cuando los EE.UU. bloquean un país, están contando con que la crisis económica sacará lo peor de los seres humanos, incluso de los que hasta ayer eran supuestamente revolucionarios.
Los burócratas le hacen el juego al imperialismo, aunque no siempre sean conscientes de ello. Los imperialistas lo saben, y ven con buenos ojos el envilecimiento de los revolucionarios. Por eso, entre otros motivos, no se deciden a invadir con todas sus fuerzas a Venezuela y Cuba; les es más rentable apretarlas económicamente, y que sea el propio burocratismo con sus desmanes el que destruya el acumulado cultural socialista.
Por eso tampoco aceptaré las descalificaciones que nos hacen a los que nos dedicamos a la crítica. Ni los interesados llamados a la unidad abstracta. Porque en este momento, luchar contra el burocratismo y contra el envilecimiento que aflora en nosotros mismos como seres humanos sometidos a situaciones extremas, es una auténtica labor antimperialista. El acumulado cultural del socialismo cubano merece ser defendido.
Yassel A. Padrón Kunakbaeva
La Joven Cuba
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