martes, 2 de abril de 2019

Los intelectuales y el poder




Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir durante su visita a Cuba, en entrevista con Ernesto Che Guevara.

Jean-Paul Charles Aymard Sartre fue merecedor del Premio Nobel de Literatura en el año 1964, lo rechazó por la regla que se autoimpuso, que consistía en negarse a recibir algún tipo de reconocimiento, distinción o premio por alguno de sus trabajos

«El hombre está condenado a ser libre». Jean-Paul Sartre

Sartre «Monsieur Sartre, yo no entiendo por qué le ponen a usted una bomba en su apartamento», dijo aquella mañana el sorprendido portero del hotel de París donde dormía el filósofo, ya que aparentemente un señor callado, intelectual, no merecía tanta atención como para recibir un atentado. Ese mismo año Jean-Paul Sartre había escrito su memorable prólogo al libro Los condenados de la tierra de Franz Fanon, donde rezaba: «Europa se hizo a sí misma creando esclavos y monstruos».
En el contexto de la guerra colonial de Francia contra Argelia, un prólogo así era un arma cortante contra todo el discurso europeo que durante cuatro siglos sostuvo la «necesidad» de la opresión del Tercer Mundo.
En el lado contrario de la literatura estaría el poema If de Rudyard Kipling, pieza donde el autor británico le hace una apología a la «pesada carga del hombre blanco», o sea, un supuesto papel «civilizador» ineludible.
Ambas piezas se ubican en el plano de lo que el propio Sartre llamó el compromiso moral de la literatura, una visión que permearía los estudios acerca de la relación entre los intelectuales y el poder y que parte de los estamentos mismos de la filosofía existencialista sartreana acerca del hombre condenado a ser libre.

LA NEGACIÓN DE SARTRE

A este intelectual se le ha querido borrar, no en balde en las academias primermundistas se lo tacha de anticuado o de errático, se hace hincapié en sus diversas militancias y en la manera en que cambiaba de parecer en torno a la cuestión política. En realidad, esa conspiración es contra la definición de ser que da Sartre, un ente que se hace a sí mismo, a partir de decisiones que lo hacen digno o indigno.
Jean-Paul Sartre se desarrolla como intelectual en el clima de los estudios fenomenológicos de inicios del siglo pasado, una escuela que se enfrascaba en retomar la polémica sujeto-objeto desde una perspectiva no materialista-dialéctica. En otras palabras, se intentaba reescribir lo ya descrito por la filosofía clásica alemana un siglo antes, a partir de presupuestos que no condujeran al marxismo.
A partir de los estudios en Alemania, al calor del desprendimiento que significó Martin Heidegger con respecto a la definición clásica del ser y la formulación de su «dasein» (ser ahí), Sartre enuncia el concepto de la conciencia humana como estado de arrojo y no como una cosa, como un ser, una inmanencia.
De manera que estamos en este mundo, inevitablemente, y ello nos obliga a decidir. No existe un estado manso de la conciencia, reposado, somos conciencia-mundo. El estado de arrojo en que vive el hombre, la vida auténtica del ser que definió Heidegger, nos aleja de lo cósico. Por ejemplo, una roca «es», ya que no cambia, no decide, no tiene un compromiso moral. El hombre en cambio, nunca es el mismo, por tanto, es una nada sin contenido, obligado a arrojarse sobre el mundo y tomar decisiones.
Ese hombre está condenado, quiéralo o no, a una libertad de cuyo uso depende que él se haga a sí mismo.
Se ve por qué Sartre es denostado en algunas academias, pues no propone a la hermenéutica y el lenguaje como refugios pastoriles, ni postula alternativas a la actividad política, sino que sitúa al hombre en medio del mundo y hace depender al ser de esa nada que está en constante construcción, que se llena de contenido.
De esa dialéctica sartreana, que bebe de la tradición clásica y marxista, surgen o el héroe o el traidor, en dependencia de cómo esa nada, que es el hombre, se dé el ser. No existen justificaciones, no vale el viejo argumento de que «mis padres o mis jefes o la sociedad me hicieron así», ya que el hombre puede y tiene que decidir.
En Las manos sucias Sartre describe la situación de un hombre al que se le ordena asesinar a otro, entonces sale y cuando va caminando suelta la frase «minutos después la orden me había abandonado, estaba solo».

EL COMPROMISO DEL ESCRITOR

No toda la buena literatura está comprometida con buenas causas, de hecho según Sartre los intelectuales tienen la tentación de la irresponsabilidad. Pero como una nada que se da el ser, el intelectual debe definirse. «No hablar es hablar, callarse es gritar», asegura Sartre en ¿Qué es la literatura? No hay compromisos complacientes, o se está del lado correcto o se traiciona.
Escribir es una cuestión moral y la moral no puede estar ajena a un mundo inmoral. De ahí que ni siquiera la buena ciencia ficción escape al pronunciamiento en torno a los destinos del hombre, de ahí obras icónicas como Un mundo feliz, de Aldous Huxley.
Y es que Sartre a partir de su obra cumbre El ser y la nada intenta darle cabalidad a la tesis de «Ser y tiempo» de Heidegger, ya que entendió que la filosofía que lo había precedido quedó incompleta por una cuestión clasista.
Heidegger pasó de lúcido pensador a «rey filósofo» del Tercer Reich y cometió la locura de comparar las hordas nazis con «potencias ontológicas», la propaganda alemana se encargó, además, de equiparar la errancia del ser inauténtico con la errancia judía. Tras la guerra, alejado del poder, Heidegger se quiso reivindicar a partir del llamado «giro lingüístico», situando el estudio del ser en el plano del lenguaje y la poesía.
Ante semejante traición al conocimiento, Sartre decide vertebrar toda su dialéctica del ser y la nada. Una declaratoria de principios que sitúa al hombre en un nuevo plano ético a nivel global, a la vez que establece juicios de valor perennes en lo referente a la ética del intelectual frente a la inmoralidad de ese mundo.
La filosofía con Sartre vuelve a ser un proyecto de libertad, que cuestiona lo estatuido como intocable, rompe los moldes clasistas de una investigación girada hacia el escapismo y declara que el lenguaje no nos habla, sino que nosotros le damos existencia y sentido mediante nuestras elecciones.
Un escritor comprometido es aquel que sabe cómo y para qué usar el lenguaje y que además ejecuta dicho lenguaje, lo transforma, no en una mentira complaciente o un silencio cómplice, sino en el grito que molesta a los guardias represores, a los colonialistas en su trono, a los acomodados con la injusticia del mundo.
Una filosofía del ser auténtico cabal como la de Sartre conduce a la acción, aunque el propio autor no haya escrito un texto sobre cómo ese hombre libre actúa en grupos políticos concretos en pos de su emancipación.
Quizá era la parte de la existencia humana que Sartre buscaba en lo personal, antes de plasmarlo en el papel, con ese compromiso con lo real concreto que lo distinguía. Como conciencia crítica de su tiempo que era, solía vérsele sobre un barril, en medio de la calle, repartiendo periódicos o declamando.
Así lo sorprendió en una ocasión un joven policía que lo quiso detener, el cual fue detenido por el mismísimo Charles De Gaulle, quien soltó la memorable frase: «no podemos poner preso al Voltaire de este siglo».
El episodio demuestra cómo un hombre concreto, en este caso el político conservador, sabía del valor del compromiso del intelectual y, más que eso, del hombre Sartre que a pesar de sus años de vejez era capaz aún de salir a la calle y, arrastrando los pies en una manifestación, darse su ser auténtico.

EN CONTEXTO:

Jean-Paul Charles Aymard Sartre, conocido como Jean-Paul Sartre, nació en París, Francia, el 21 de junio del año 1905.
Aunque fue merecedor del Premio Nobel de Literatura en el año 1964, lo rechazó por la regla que se autoimpuso, que consistía en negarse a recibir algún tipo de reconocimiento, distinción o premio por alguno de sus trabajos. También rechazó la Legión de Honor.
En 1938 publica la primera edición de La náusea.
En 1939 publica El muro y comienza a redactar los primeros manuscritos de La edad de la razón y El ser y la nada.
En 1943 publica Las moscas y El ser y la nada, colabora en el Comité Nacional de Escritores como redactor en los periódicos de resistencia nazi Combat y Letters françaises.
Crea en 1945 la revista Les Temps Modernes en compañía de Simone de Beauvoir, Raymond Aron y Maurice Merleau Ponty.
En el año 1968 participa activamente en la revuelta estudiantil de mayo, en contra de la sociedad consumista y en defensa de los valores de la izquierda.
El día 15 de abril del año 1980 Jean-Paul Sartre fallece en el hospital Broussais por un edema pulmonar. Cinco días después sería enterrado, la procesión de su cuerpo fue seguida por una enorme multitud hasta el cementerio de Montparnasse, donde residen sus restos hasta el día de hoy.

Mauricio Escuela | internet@granma.cu

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