No existe un lugar más seguro para los diplomáticos norteamericanos que Cuba. Es común verlos correr por el Malecón, comer en los restaurantes más famosos o bañarse en las playas. Aquí nunca han tenido el temor de que los maten o secuestren, como ocurre en la mayor parte del mundo. Nada explica que esto haya cambiado, mucho menos que ocurriera debido al sinsentido de misteriosos “ataques sónicos” contra funcionarios de ese país.
Científicos de todas partes niegan la posibilidad de que algo como esto ocurra, el propio gobierno norteamericano asume su ignorancia en la materia y reconoce carecer de pruebas para culpar a Cuba, lo que explica menos que se tomen medidas contra el país.
El único argumento es que Cuba debe proteger -nadie sabe de qué- a los diplomáticos norteamericanos. Si Estados Unidos aplicara esta norma al resto del mundo, tendría relaciones con muy pocos países. Además, hay poca moral para decirle esto a un país cuyos diplomáticos sí han sido asesinados y atacados de la manera más brutal en territorio norteamericano.
Quizás la diplomacia y la objetividad periodística obligan a hablar usando términos como “supuestos”, “no identificados” o “no comprobados” para referirse a los pretendidos ataques sónicos, pero cualquier persona medianamente informada y con dos dedos de frente sabe que se trata de una soberana mentira. En Cuba hay ruido, quizás demasiado, pero no es ultrasónico ni infrasónico, más bien es lo suficientemente evidente y democrático, para afectarnos a todos por igual.
El asunto entonces es determinar la razón que impulsa al gobierno norteamericano a mentir de esta manera y utilizarlo como excusa para tomar medidas que dañan aún más el estado de las relaciones entre los dos países.
La primera hipótesis es que las agresiones a los funcionarios, sónicas o no, resultaron del uso de medios técnicos para labores de inteligencia por parte de Estados Unidos. Un cable de AP del 17 de septiembre, al que llamativamente la prensa no le dio mucha atención, cita a un funcionario de la NASA diciendo que el problema fue originado por equipos LRAD-RX, diseñados por la empresa American Technology Corporation (ATC), para las comunicaciones de la CIA con sus agentes.
Según esta fuente, cuando se conoció el daño a la salud que producía el uso de estos equipos se decidió su desmontaje, para lo cual era necesario suspender los servicios consulares y otras actividades de la embajada. Primero se utilizó como excusa los daños causados por el huracán Irma, pero todo indica que después se ajustó al cuento de la protección de los funcionarios.
Esta versión no excluye otra mucho más integral, a tono con las características de ese gobierno. Para Donald Trump, la política exterior de Estados Unidos consiste en meterle miedo al mundo. Su estilo de negociación nos recuerda al Padrino: si haces lo que digo voy a ser condescendiente contigo, sino, le corto la cabeza a tu caballo preferido.
No debe ser casual que individuos como el mexicano Jorge Castañeda, bien informado de los recovecos de la política norteamericana, declare que solo la intervención de Cuba puede conducir a la destitución del presidente Nicolás Maduro en Venezuela.
Es de suponer que presiones sobre Cuba se han ejercido en este sentido, pero Cuba no ha dejado de insistir en su apoyo al gobierno bolivariano. Que no le hagan caso molesta hasta el delirio a Donald Trump y está demostrado que no hacen falta ataques sónicos, para limitar su capacidad de escuchar a tanta gente que trata de controlar sus desboques.
El tercer elemento a tener en cuenta son las presiones de los sectores anticubanos ubicados en el Congreso. A Trump le sale barato complacerlos, a cambio de un apoyo que se torna desesperado en otros aspectos de la política doméstica y exterior de Estados Unidos, así como para la supervivencia de su propio gobierno, acusado e investigado por todas partes.
En resumen, los “supuestos” ataques sónicos han venido de perilla para desencadenar una tormenta perfecta contra Cuba, que incluye atemorizar a los viajeros norteamericanos y la cancelación indefinida de otorgamiento de visas, lo que coloca a Cuba, sin que se diga explícitamente, entre los países vetados para que sus ciudadanos viajen a Estados Unidos.
Esto ocurre cuando Cuba transita por una difícil situación económica, agravada por los enormes destrozos provocados por el paso del huracán. No es de extrañar que no haya habido un solo gesto solidario por parte del gobierno norteamericano hacia el pueblo cubano, sino todo lo contrario. En realidad el sistema estadounidense no está diseñado para ayudar a resolver crisis, sino para agudizarlas, hasta el punto que los países afectados no tengan otra alternativa que rendirse a sus pies. Al parecer, esa es la lectura que están haciendo del caso cubano.
Contrario a lo que podía pensarse hace solo unos meses, la convivencia con Estados Unidos se torna cada día más complicada para Cuba. Paradójicamente, la razón estriba en la debilidad de un gobierno como el de Donald Trump, incapaz de lidiar con sus propias limitaciones y actuar con la altura que dignifica la política, incluso en el caso de los imperios.
Jesús Arboleya
Progreso Semanal
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