Un poco en broma, y algo en serio, más allá de la capital se bromea que solo cuando un huracán pasa por La Habana o el occidente del país, retransmiten los capítulos de las telenovelas. En 2000 y 2004 los ciclones Michelle y Charly, respectivamente, cortaron en dos al sistema electroenergético nacional y los televidentes del oriente cubano pasaron días contemplando los severos estragos que ambos meteoros provocaron a sus compatriotas más al oeste.
Esa pose contemplativa terminó a partir de 2005. De ese año a la fecha no menos de siete fenómenos ciclónicos de mediana o gran intensidad afectaron al Oriente de Cuba, un ritmo nunca visto en la historia conocida de la región.
Después que Dennis rozara en 2005 Cabo Cruz y provocara daños en la parte más meridional de la provincia de Granma, en 2007 la tormenta tropical Noel literalmente inundó varios poblados del norte de las provincias de Las Tunas y Holguín. Sus lluvias se compararon con los récords de precipitaciones del tristemente huracán Flora de 1963.
Ike, en 2008, definitivamente colocó al oriente cubano de vuelta al mapa de los huracanes de gran intensidad. Las Tunas y Holguín vieron afectarse sus viviendas en porcentajes que llegaron a ser de hasta 90 puntos en algunas localidades. No habían pasado dos meses y Paloma, antes de disolverse frente a la costa sur de Camagüey devastó los poblados Santa Cruz del Sur, camagüeyano, y Guayabal, en Las Tunas, con pérdidas totales estimadas en 299,5 millones dólares.
Serían Sandy en 2012 y Mathew (2016) los que harían notar, y de la peor manera, las endebleces materiales y psicológicas de esta zona del país. El primero golpeó directamente a la ciudad de Santiago de Cuba, y las pérdidas que causó en cuatro provincias orientales totalizaron seis mil 966 millones de dólares, casi el doble que el daño conjunto de cuatro huracanes (Michelle, Isidore, Lily y Charley) sobre el centro y occidente a inicios del siglo.
Aunque los embates de Mathew se sintieron con fuerza en la porción más al este de Guantánamo, las pérdidas materiales ascendieron hasta los dos mil 430, 8 millones de dólares y una cifra récord de 263 mil 250 viviendas dañadas, mucho más que un fenómeno análogo, Michelle, que 2002 golpeó al occidente en un área mucho mayor.
“Eso no pasará por aquí”
En el oriente los cubanos habían vivido demasiado tiempo bajo la idea placentera de que los huracanes no eran cosa suya. Incluyendo la actual temporada ciclónica, desde 1960, el territorio nacional ha sido afectado por un total de 187 huracanes, de los cuales solo 53, lo hicieron en la zona oriental. Esto tuvo un efecto acumulativo nefasto en la percepción del riesgo de su población.
Las advertencias de la Defensa Civil cuando Sandy se acercaba a Santiago de Cuba se estrellaron con quienes nunca había vivido un huracán de gran intensidad. Varios de los habitantes de los poblados de los alrededores le dirían a la prensa más tarde confiar en que con alarmas anteriores solo habían sentido un poco de viento y algunas olas.
“El comportamiento de las percepciones por peligros hidrometeorológicos (extremos) en Cuba está directamente relacionado con la frecuencia de ocurrencia de estos eventos a lo largo de la historia, con mayor repercusión hacia las regiones occidental y central”, dice Pablo Bayón Martínez, profesor del Instituto de Filosofía.
Entre 2009 y 2011 la Agencia de Medio Ambiente (AMA), adscrita al Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) encuestó a 16 mil 626 personas de todas las provincias del país, excepto La Habana. El investigador del Grupo de Estudios Medio Ambiente y Sociedad de la mencionada institución cubana analizó desde el punto de vista territorial ese sondeo y concluyó que las tres provincias más occidentales encuestadas tienen los mejores índices de percepción del peligro y la mayor cultura informativa y preventiva frente a los huracanes.
Hacia el oriente del país, explica Bayón Martínez, ocurre lo contrario y consecuentemente disminuyen las medidas adoptadas por la gente para protegerse. Incluso, subraya, en áreas rurales o de precarias condiciones de vida en Las Tunas, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo fue reiterado atribuirle un origen sobrenatural a la magnitud de los daños.
Cambiar la situación
Desde 2005 el gobierno cubano se movía en el sentido de transformar una situación que se haría mucho más nítida con las investigaciones ya citadas. Ese mismo año el vicepresidente del Consejo de Defensa Nacional emitió su Orden Número Uno, indicando estudios que hicieran más efectivos los mecanismos existentes de disminución del impacto de los desastres naturales. La severidad de la temporada ciclónica de 2008 demostró que la intensión era sensata.
La actualización en 2010 de la referida Orden trajo el cambio importante de integrar a los planes económicos del país los gastos por concepto de reducción de los desastres. Paralelamente se hicieron estudios globales, por las diferentes demarcaciones territoriales sobre la vulnerabilidad concreta frente a fuertes vientos, inundaciones por intensas lluvias y/o penetraciones del mar.
De ahí salieron no solo los planes de cada una de las instituciones y el sistema empresarial estatal que evaluaron sus propios riesgos y debilidades; también las estimaciones precisaron los sitios y poblaciones más expuestas y nutrieron instrumentos educativos para la ciudadanía tales como las guías familiares que orientan las principales medidas a cumplir en las diferentes fases de la respuesta ante el eventual azote de un huracán.
Otras experiencias surgieron después de Sandy y Mathew en la forma de engranajes más ágiles de evaluación de los daños concretos de cada familia y luego de producción local de materiales de la construcción. También el Estado dio luz verde al traspaso para su terminación por esfuerzo propio de viviendas en diversas fases de reconstrucción tras haber sido afectadas por eventos climatológicos. La medida ciertamente fue una buena noticia para familias residentes en las provincias de Artemisa, Villa Clara y Cienfuegos, pero la mayoría de las beneficiarias vive en Granma, Guantánamo, Camagüey, Las Tunas, Holguín y Santiago de Cuba, lo cual da una idea de los daños que los meteoros habían provocado en el fondo habitacional de esos territorios mucho más deteriorado desde antes.
De acuerdo con las cifras más recientes, Cuba carece de por lo menos de 880 mil viviendas y en la lista de los territorios más necesitados, después de La Habana (206 mil) está Holguín que requiere de 147 mil y Santiago de Cuba, cuyo déficit se eleva hasta los 103 mil hogares.
Según el profesor Bayón Martínez durante 2015 y 2016 la AMA realizaría una nueva encuesta sobre la percepción del riesgo ante huracanes que sí incluiría a La Habana, e indagaría particularmente en la dimensión geográfica del asunto.
No debemos negar la relevancia que reviste para el este del país, donde casi siempre los daños que causan estos eventos meteorológicos son mayores, tener una población más preparada y también estrategias más eficaces frente a los huracanes que vengan en el futuro.
István Ojeda Bello
Progreso Semanal
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