miércoles, 30 de septiembre de 2015
Internacionalismo cubano en África
Juan Almeida, Nelson Mandela y Jorge Risquet en Namibia
A Jorge Risquet Valdés, combatiente revolucionario recientemente fallecido y, obviamente, al pueblo cubano
El 7 de diciembre es una fecha que nunca pasará desapercibida para el pueblo de Cuba. Ese mismo día, pero de 1896, cayó combatiendo en San Pedro, Punta Brava, el Lugarteniente General del Ejército Libertador Antonio Maceo Grajales y su ayudante, el capitán Panchito Gómez Toro, hijo del General mambí Máximo Gómez. Treinta y ocho años después y en la misma ciudad que el Titán de Bronce —Santiago de Cuba— nacía Frank Isaac País García, destacado luchador clandestino contra la tiranía batistiana. Y el 7 de diciembre de 1989, hace ya casi veintiséis años y 119 después del primer hecho aludido en este escrito, culminó en toda Cuba la Operación Tributo.
Ésta operación consistió en el traslado a la Isla de los restos mortales de más de 2.000 internacionalistas cubanos caídos en misiones en África. En medio de una gran conmoción, los combatientes repatriados fueron inhumados en los Panteones de los Caídos, acondicionados para la ocasión en cada uno de los 169 municipios del país —a cada uno en su lugar de origen, aunque el acto central fue celebrado en el Cacahual, lugar donde descansan los restos de Maceo y Gómez Toro—. Previamente, en el cementerio de la Misión Cubana en Angola, los especialistas del Instituto de Medicina Legal habían hecho un extraordinario y exhaustivo trabajo de identificación y preparación de los cadáveres.
Pero, como no podía ser de otra manera, tan magna y emotiva jornada tuvo sus antecedentes que, por su enorme y positiva trascendencia, así como por el descarado empeño por parte del imperio en ocultarlos y tergiversarlos, bien vale la pena recordar.
La Revolución Cubana no sólo se consagró a su propia defensa —ahí tenemos el caso de Playa Larga y Playa Girón, donde en abril de 1961 y en sólo 66 horas, el Ejército Rebelde y las Milicias liquidaron la invasión mercenaria apoyada y financiada por el gobierno de los Estados Unidos—, también se dedicó a prestar ayuda —siempre altruista— a infinidad de causas justas en numerosos países de África y de América Latina.
Por la República Popular de Angola, en el transcurso de los casi dieciséis años que duró la “Operación Carlota” [1], llegaron a pasar 377.033 combatientes cubanos. Esta nación, presidida entonces por el dirigente del Movimiento Popular para la Liberación de Angola —MPLA—, Agostinho Neto, solicitó la ayuda cubana para defender su soberanía frente a la agresión sudafricana. Agresión invasora que estaba apoyada por la contrarrevolución interna y la ayuda espiritual y material de Estados Unidos. Los yanquis —siempre tan deshumanizados— suministraron, a través de Sudáfrica, infinidad de armamento a la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola —UNITA—, organización liderada por Jonas Savimbi que arrasaba aldeas enteras y asesinó a cientos de miles de civiles, incluyendo mujeres y niños. El Frente Nacional para la Liberación de Angola —FNLA—, cuyo mercenario dirigente era Holden Roberto, también recibió ayuda norteamericana y actuaba de idéntica manera.
Estados Unidos sabía perfectamente, además, puesto que ellos las suministraron a través de Israel, que el régimen fascista y racista de Sudáfrica contaba con la posesión de siete armas nucleares similares a las que ellos lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki. Con la esperanza, quizá, de que hicieran uso de ellas contra las tropas cubano-angolanas, el imperialista gobierno no dijo nada.
No está de más recordar que, con esta misión internacionalista, Cuba contribuyó de manera decisiva a rechazar las embestidas bélicas del enemigo externo, a que la ONU aprobara —mediante la aplicación de la resolución 435— la independencia de Namibia —última colonia del África negra— por la que tanto luchó la Organización del Pueblo de África Sudoccidental —SWAPO—, a la liberación de Zimbabwe… y a que se derrumbase el Apartheid en Sudáfrica y se “rompieran” los cerrojos que mantuvieron encarcelados por más de un cuarto de siglo a Nelson Mandela y a otros compañeros del Congreso Nacional Africano —ANC.
El compañero Fidel definió muy bien el carácter desinteresado de la intervención cubana, diciendo que, una vez cumplida la misión que les llevó a tierras tan lejanas, las fuerzas internacionalistas se retiraron sin llevarse otra cosa del África que los restos de sus compañeras y compañeros caídos —2.085 cumpliendo misiones militares y otros 204 en tareas civiles—; mientras que los principales países capitalistas tenían importantes inversiones e intercambiaban miles de millones de dólares cada año comerciando con el régimen racista.
El 10 de enero de 1989, cuando en gesto de buena voluntad Cuba adelantaba el regreso de 3.000 combatientes —antes de la fecha acordada con las Naciones Unidas, el primero de abril de 1989—, un hervidero de niños, mujeres y hombres salieron a las calles con emocionado semblante —y abundantes lágrimas— para despedirles y agradecerles la ayuda prestada.
Y no solo en cuestiones militares Cuba echó una mano muy importante al pueblo angolano. Paralelamente, entre 1976 y 1991, 42.510 colaboradores civiles cumplieron misiones en este país africano. Entre ellos se encontraban trabajadores de la salud pública —médicos, estomatólogos, enfermeros, farmacéuticos, técnicos de laboratorio, especialistas en reparaciones de equipos e instrumental médico…—, que prestaron sus valiosos servicios en los más remotos rincones del país; realizando campañas de vacunación, de higienización, de educación para la salud… y erradicaron brotes de epidemias como el cólera, por ejemplo.
Por su parte, los trabajadores de la enseñanza impartieron clases de primaria en cientos de escuelas, además de que numerosos profesores también se dedicaron a la enseñanza de otros niveles, incluido el universitario. Mientras esto sucedía en Angola, en Cuba se graduaron cerca de 8.000 angolanos en los niveles medio y superiores.
En cuanto al sector de la construcción se refiere, uno de los más numerosos de la colaboración cubana, sus trabajadores construyeron buena cantidad de puentes para el restablecimiento de las vías de comunicación terrestre, así como viviendas, escuelas, fábricas de cemento, etc.
Además de estos, la colaboración civil también abarcó otros sectores como el forestal, la agricultura, la pesca, la marina mercante, el transporte, la energía, el deporte…
No olvidemos tampoco que estas misiones fueron realizadas bajo las difíciles condiciones de un país en guerra. En la ciudad de Huambo, la UNITA llegó a colocar un coche-bomba frente al céntrico edificio donde se albergaban cientos de cooperantes. Quince obreros de la construcción perdieron la vida a resultas de la explosión. En respuesta, 200.000 trabajadores del mismo gremio, en Cuba, llenaron planillas inscribiéndose para sustituir a sus hermanos caídos.
El 11 de enero de 1989, cuando el general de ejército Raúl Castro recibió al primer grupo de combatientes que regresaba a Cuba, dijo que “hijos de esas tradiciones son también los trabajadores civiles, entre ellos médicos, constructores y maestros, que por decenas de miles han trabajado abnegadamente en aras del bienestar y la felicidad del pueblo angolano y no pocas veces se tornaron soldados y empuñaron resuelta y heroicamente las armas”.
Y era verdad. Como los miembros de las fuerzas armadas no podían estar en todas partes, bajo la dirección del Comando Unificado de Defensa Popular que se creó, los cooperantes civiles estaban entrenados y equipados con armamento de infantería.
En la ciudad de Sumbe, por ejemplo, cuando sus pacíficos habitantes disfrutaban de las tradicionales fiestas carnavalescas, 230 cooperantes cubanos, de los cuales 43 eran mujeres, se vieron en la necesidad de empuñar las armas. Junto a sus compañeros angolanos —entre ambas nacionalidades sumaban 460 efectivos—, hicieron frente y repelieron la agresión de la UNITA que trataba de secuestrar a los propios cooperantes, finalmente retirándose sin conseguirlo. Siete cubanos cayeron como consecuencia de la heroica defensa.
Volviendo a la participación estrictamente bélica, decir que importantes fueron las batallas de Quifangondo y Cabinda. El líder y mercenario del FNLA, Holden Roberto, había anunciado que tomaría Luanda —en poder del MPLA— el 10 de noviembre de 1975, víspera de la fecha acordada para proclamar la independencia de Angola.
Para esa anunciada toma Roberto contaba con 2.000 angolanos de su sanguinario ejército, así como con 1.200 soldados zairenses —por aquel entonces, la actual República Democrática del Congo se llamaba Zaire— suministrados por Mobutu —principal aliado del FNLA y también de Estados Unidos—, unos 120 mercenarios portugueses y unos cuantos asesores sudafricanos y estadounidenses. Pero en la citada fecha, a trece millas al norte de la capital, en Quifangondo, una fuerza numéricamente inferior de guerrilleros del MPLA respaldados por artilleros cubanos, puso en fuga a los atacantes.
En Cabinda sucedió algo parecido. El 8 de noviembre, los mercenarios, las tropas de Mobutu —quien buscaba anexionar Cabinda a Zaire— y el Frente para la Liberación del Enclave de Cabinda —FLEC— lanzaron un ataque.
Defendido el enclave por alrededor de 1000 miembros de las Fuerzas Armadas Populares para la Liberación de Angola —FAPLA, transformación de las fuerzas guerrilleras del MPLA en ejército regular— y 232 cubanos, en las primeras horas del 12 de noviembre, ya con Quifangondo asegurado y declarada la independencia, los defensores pasaron a la ofensiva y en pocas horas, zairenses, mercenarios y soldados del FLEC se retiraron totalmente desorganizados por la frontera de Zaire.
Conseguida por fin su independencia, Angola fue admitida en la Organización de la Unidad Africana —OUA— como su Estado miembro número veintisiete, abandonando los sudafricanos sus últimas posiciones en el sur de Angola el 27 de marzo del año siguiente.
Tres días después, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó la agresión de Sudáfrica a la República Popular de Angola. Con esta situación tan favorable, el gobierno de Agostinho Neto y Cuba acordaron disminuir el personal militar cubano durante los años 1976, 1977 y 1978 hasta retirar todas las tropas y dejar sólo a los instructores.
Sin embargo, diversos acontecimientos acaecidos cuando ya se estaba cumpliendo el plan de retirada —un tercio de los 36.000 efectivos que operaban en aquel momento ya habían regresado a Cuba— obligó a detenerlo.
A principios de marzo de 1977, sin el consentimiento del presidente Neto y atravesando la frontera Este con Zaire, fuerzas del Frente de Liberación Nacional Congolés —FNLC— se introdujeron en Zaire en guerra abierta contra el tiránico régimen de Mobutu. Esta incursión, conocida como “la primera guerra de Shaba”, se detuvo a finales de mayo con la derrota de los katangueses, que por ese nombre se les conocía a los guerrilleros de FNLC, retornando estos a territorio angolano de manera precipitada. A esta derrota katanguesa contribuyeron de manera importante los 1.500 soldados marroquíes transportados por Francia que acudieron en ayuda de Mobutu.
Fueron tres meses de gran tensión para los cubanos y angolanos, temiendo que la incursión de los katangueses fuera respondida con un ataque de Zaire a la República Popular de Angola.
Por otra parte —y esto ya fue un problema interno— el 27 de marzo, una plataforma ultraizquierdista que perseguía el objetivo de conquistar el poder, atacó el Palacio Presidencial, tomó la sede de Radio Nacional de Angola, ocupó la cárcel de San Paulo y provocó el levantamiento de la Novena Brigada de Infantería de las FAPLA en la capital.
Por orden de Neto, el Batallón Presidencial, al cual asesoraban varias decenas de cubanos, rechazó el asalto al Palacio y recuperó la emisora de radio.
Entendiendo los jefes de la rebelión que la respuesta dada a sus ataques era eficaz y contundente, abandonaron sus posiciones llevándose de rehenes a dirigentes del MPLA y de las FAPLA, a quienes cruelmente asesinaron.
En cuanto a los racistas sudafricanos, no resignados con su expulsión del territorio angolano, se dedicaron durante los dos primeros años a violar el espacio aéreo de la RPA y a realizar incursiones terrestres con el pretexto de perseguir a los combatientes de la SWAPO.
Así, por ejemplo, el 4 de mayo de 1978, como a las siete de la mañana, más o menos, aviones de la Fuerza Aérea Sudafricana iniciaron un criminal bombardeo contra el campamento de refugiados namibios de Cassinga, ubicado a unos 250 kilómetros de la frontera. El resultado del sangriento ataque fue de 600 refugiados muertos y 350 heridos graves; la mayoría de ellos ancianos, mujeres y niños.
Bajo el intenso ataque aéreo y con infinidad de minas colocadas por el enemigo en todo el trayecto, las fuerzas cubanas acantonadas en Chamutete, a quince kilómetros al sur de Cassinga, lograron aproximarse al campamento. Este avance, realizado en combate desigual por los internacionalistas, puso en fuga a las tropas sudafricanas. La intervención de los cubanos, sin embargo, no resultó gratuita: dieciséis de ellos perdieron la vida y 76 resultaron heridos.
Poco después, niños y niñas sobrevivientes de este masivo asesinato y otros muchachos que habitaban en el sur de Angola, fueron llevados a Cuba, fundándose con ellos la primera escuela de la SWAPO en la Isla de la Juventud —curiosamente, una de ellas llegó a ser embajadora de Namibia en Cuba.
Este nefasto acontecimiento puso de manifiesto que Sudáfrica, junto a la UNITA del sanguinario Savimbi y por supuesto que con la condicional y miserable ayuda de Estados Unidos, volvía a la ofensiva para tratar de conseguir sus perversos propósitos.
Sobra decir que el cambio tan adverso y repentino provocó la anulación del plan de retirada que ya se estaba produciendo, llegándose a aumentar incluso el número de internacionalistas en territorio angolano a partir de los citados acontecimientos.
Y creo que no debería finalizar esta breve reseña bélica sin nombrar a Cuito Cuanavale, antigua base aérea de la OTAN, donde entre enero y marzo de 1988 se desarrollaron los combates decisivos para lograr la victoria sobre la coalición África del Sur-UNITA. Esta victoria militar repercutió favorablemente en el proceso de negociaciones comenzado a mediados de 1987. En el plano militar las fuerzas cubano-angolanas fueron muy superiores, sobre todo tras los citados combates de Cuito Cuanavale, donde se contó con la ayuda de destacamentos namíbios. Por eso mismo —y no por buena gente— los enemigos de la República Popular de Angola acabaron firmando lo que no deseaban. Viéndose militarmente perdidos, y tragándose la habitual prepotencia que les caracteriza, no les quedó otra alternativa que hacerlo.
Los acuerdos de Paz para el Suroeste de África fueron firmados por Sudáfrica, Angola y Cuba en la sede de la ONU, en diciembre de 1988. Estados Unidos participó como mediador, aunque, en realidad, por ser un aliado del régimen del apartheid, les correspondía sentarse junto a los sudafricanos.
“El jefe de los negociadores norteamericanos, subsecretario de Estado Chester Crocker, durante años se opuso a que Cuba participara […] En un libro de su autoría sobre el tema fue realista cuando, refiriéndose a la entrada en la sala de reunión de los representantes de Cuba, escribió: ‘la negociación estaba a punto de cambiar para siempre’.
El personero de la administración Reagan sabía bien que con Cuba en la mesa de negociaciones no prosperarían la burda maniobra, el chantaje, la intimidación ni la mentira”—el entrecomillado es de Fidel.
Y ya que hablamos de África, voy a extenderme un poco más. La primera intervención de Cuba en este castigado y explotado continente [2] comenzó con el viaje de Jorge Ricardo Masetti [3] a Túnez. Enviado por Cuba en octubre de 1961, con un mensaje que ofrecía ayuda al Frente de Liberación Nacional de Argelia, éste mensajero se reunió con los líderes rebeldes que luchaban por la independencia de Argelia desde 1954. Como resultado de la reunión se convino que Cuba enviara armas. Efectivamente, en diciembre del mismo año el barco cubano Bahía de Nipe zarpó de La Habana con abundantes armas para desembarcarlas en Casablanca. Desde esta ciudad marroquí, en enero de 1962 fueron transportadas al campamento del FLN próximo a Oujda, cerca de la frontera argelina.
De regreso a La Habana, el Bahía de Nipe levó anclas con 78 guerrilleros heridos y veinte niños de campamentos de refugiados, huérfanos en su mayoría.
Pocos meses más tarde, el 3 de julio de 1962, Argelia consiguió su independencia de Francia.
Después, ya como primer ministro de Argelia y aprovechando su estancia en Nueva York para asistir a la ceremonia de admisión de su país en las Naciones Unidas, Ahmed Ben Bella viajó a Cuba. Esta visita se realizó el 16 de octubre de 1962 y llegó desde Estados Unidos a bordo de un avión cubano, tras entrevistarse con Kennedy que lo recibió en Washington. Agradeció a Cuba la ayuda prestada y apoyó a la, por aquel entonces, todavía joven Revolución. Valientes comentarios y valiente viaje que, como cabía esperar, no agradó ni un ápice al inquilino de la Casa Blanca. Recordemos que aquellos fueron momentos muy tensos entre Cuba y Estados Unidos, y que un día después de la mencionada visita se desató la Crisis de Octubre, la de los famosos misiles.
Y así fue pasando el tiempo. No mucho después, el 24 de mayo de 1963, llegó a Argelia una misión de médicos cubanos. A este país magrebí le pasó un poco como a Cuba. De los escasos médicos que había en su territorio la mayoría eran franceses, y muchos de estos se fueron a sus lugares de origen recién estrenada la independencia.
No fue muy amplio el personal médico enviado por el gobierno cubano —45 hombres y diez mujeres— puesto que, como ya he señalado, tampoco en Cuba por aquellas fechas se contaba con muchos médicos. Sin embargo, sí creo que deberíamos subrayar cómo un país subdesarrollado —Cuba— ofreció ayuda totalmente gratuita a otro país —Argelia— con una situación todavía más complicada en ese sentido que la cubana.
En realidad, si después de hablar de Angola me he extendido un poco con Argelia lo he hecho porque, precisamente en este país y en la fecha ya señalada, Cuba inició las misiones internacionalistas de civiles que ya he comentado hace unas líneas y que nunca interrumpió, ni siquiera en los peores momentos del período especial. A partir de la experiencia argelina, estas misiones fueron en rápido aumento beneficiando de forma totalmente altruista a buena cantidad de países hermanos.
Y si esta fue la primera colaboración civil de Cuba revolucionaria en el mundo, el primer envío de personal militar al continente africano fue también con destino a Argelia.
Antes dije que se enviaron armas para apoyar a los rebeldes en su lucha por la independencia. En esta segunda ocasión a territorio argelino llegaron armas y combatientes —en total sumaron 686 efectivos.
Durante el verano de 1963, Marruecos quiso trastocar la frontera con Argelia para apoderarse de las minas de hierro de Gara Yebilet, algo que las autoridades argelinas lógicamente no permitieron. No llegando a ningún acuerdo, las armas se erigieron como protagonistas del conflicto, comenzando, así, la denominada Guerra del Desierto.
Militarmente, Marruecos era superior a Argelia —contaba con menor número de soldados, pero su ejército estaba mejor equipado y entrenado—. De modo que Ben Bella solicitó ayuda a Cuba, ayuda que no se dejó esperar, materializándose en octubre de 1963.
Afortunadamente, los internacionalistas cubanos no llegaron a combatir. Las autoridades marroquíes, enteradas del desembarco en Orán de tropas y armamento cubano, sobrestimaron al enemigo. Sobrestimación que, sumada a la falta de ayuda esperada por parte de sus amigos occidentales, acabó apendejándoles un poco, si no bastante.
Bajo esas condiciones, el 29 de octubre, Ben Bella y Hassan II se reunieron en Mali y al día siguiente firmaron el alto el fuego que propició el regreso, en febrero de 1964, a la situación anterior a las hostilidades.
Y ya, para alejarnos definitivamente de Argelia, recordar que Ahmed Ben Bella fue derrocado el 19 de junio de 1965 mediante un golpe de Estado. De todos modos, como ya sabemos, aquí empezó, pero no acabó la epopeya de Cuba en África.
En la madrugada del 24 de abril de 1965, tras cruzar el lago Tanganica desde Tanzania, el Che llegó al Congo —ex colonia belga que en octubre de 1971 pasó a llamarse Zaire y desde mayo de 1997 República Democrática del Congo— al frente de una columna de guerrilleros cubanos.
En diciembre de 1964, Ernesto Guevara inició un viaje que durante tres meses le llevó a ocho países africanos y a China. Durante ese período se reunió con varios dirigentes de movimientos de liberación para ver cómo Cuba podía ayudarlos.
En nombre del gobierno cubano, el Che ofreció a Laurent Kabila y a Gastón Soumialot —líderes de los Simbas— instructores cubanos y armas. Ayuda que de buen grado aceptaron los rebeldes.
Lo que estos dirigentes nunca imaginaron fue que, poco tiempo después, el propio Che llegaría al frente de los instructores; acontecimiento que no les agradó demasiado por miedo, según ellos, a que el conocimiento de su presencia provocara un “escándalo internacional”.
Las intenciones de los internacionalistas cubanos eran buenas, pero este país no estaba preparado para una revolución.
Aliados con los cómplices del asesinato de Patricio Lumumba —Mobutu y Tshombe—, Estados Unidos, máximo responsable del citado asesinato, estaba metido hasta las cejas en toda esta contienda; solo que, como casi siempre, lo hacía de manera encubierta. En un momento en que los Simbas avanzaron poniendo en peligro sus imperiales intereses, los norteamericanos no dudaron en contratar a exiliados cubanos que residían en Miami para pilotar aviones belgas y bombardear a los rebeldes. También contrataron a más de 1.000 mercenarios —estos en su mayoría sudafricanos blancos que arrasaban y saqueaban aldeas enteras asesinando a sus indefensos pobladores— para apoyar al ineficaz ejército congolés contra la guerrilla.
Cuando los cubanos llegaron, la situación que encontraron era poco esperanzadora. Los mercenarios pagados por Estados Unidos ya habían aplastado la rebelión, pero esto era lo de menos. El mayor problema residía en que la mayoría de los Simbas no querían combatir ni recibir entrenamiento —ellos eran pésimos guerrilleros— de los instructores recién llegados; sus jefes pretendían dirigir sin poner un solo pie en el país de la contienda —el Che sólo pudo ver al escurridizo Kabila en una ocasión, y a los internacionalistas cubanos este comportamiento les llamó negativamente la atención, puesto que sus jefes en la Guerra de Liberación contra Batista nunca abandonaron el campo de batalla—. Además, a los combatientes internacionalistas —incluido al Che— nunca les dejaron llevar a la práctica los planes que ellos tenían para reconducir la lucha, lucha que finalmente los rebeldes decidieron dar por finalizada, invitando a los cubanos a que se marcharan.
Ante estas caóticas condiciones poco o nada podía hacerse, así que, tras siete meses de intentos baldíos, los internacionalistas abandonaron el Congo cruzando de nuevo el lago Tanganica, esta vez en sentido contrario.
La incomprensión de los que allí dirigían la lucha fue probablemente la causa fundamental de que los objetivos de la misión no prosperaran. De todos modos, el ejemplo del Che y sus compañeros no fue vano, pues sirvió para que cientos de miles de cubanos lo imitaran y ayudaran a independizar a otros países del sufrido y explotado continente africano.
Y si la columna del Che llegó al Congo ex belga en abril, en agosto del mismo año otra columna lo hizo al Congo ex francés. Dirigida por Jorge Risquet Valdés, esta columna tenía la misión de entrenar y asistir a los rebeldes del Movimiento Popular para la Liberación de Angola —MPLA—, que tenían su cuartel general allá, en Brazzaville, crear una milicia para defender al Congo ex francés de la agresión del Congo ex belga, preservar al gobierno de un posible golpe de Estado… y unirse, tan pronto como se presentara la ocasión, a la columna del Che para reforzarla.
Pero el gobierno de Massamba-Débat decepcionó bastante a los internacionalistas cubanos. No era un gobierno de revolucionarios firmes. Entendiendo que su presencia no iba a contribuir a extender la revolución por el África austral, menos de dos años después, tras armar y entrenar a cientos de rebeldes angolanos, decidieron marcharse.
Cuba también cuenta con la experiencia de Guinea-Bissau, donde en 1966 instructores militares y médicos cubanos se unieron a los rebeldes del Partido para la Independencia de Guinea y Cabo Verde —PAIGC— que, liderados por Amílcar Cabral, combatían contra el colonialismo portugués; y allá permanecieron hasta el final de la guerra en 1974. Exceptuando la de Angola, esta fue la intervención cubana más larga en África.
Derrotados los portugueses, Cuba entrenó al nuevo ejército, aportó casi la mitad de los médicos en ese trocito de África y fundó la Escuela de Medicina.
Otro país africano que igualmente recibió ayuda cubana fue Etiopía. Recurro a las palabras de Miguel A. D’Estéfano Pisani: “El 11 de septiembre de 1974 fue destronado el imperio de Haile Selassie I, cuyo título completo era ‘Conquistador de la Tribu de Judá, Elegido de Dios y Rey de los Reyes de Etiopía’. Bajo el imperio, el 20 por ciento de la tierra laborable pertenecía a la Iglesia Copta, el 40 por ciento pertenecía a la familia imperial, y el 40 por ciento restante a feudales y autócratas.
En julio de 1977, Etiopía informó a la Asamblea General de la ONU que mientras estaba desarrollando un esfuerzo máximo para emanciparse de la esclavitud, la opresión y la explotación del régimen feudal, el 23 de ese mes Somalia había emprendido una guerra de agresión. En octubre se estaba desarrollando una lucha muy violenta en territorio etíope, y en enero de 1978 los somalos atacaron la zona etíope de Harar, pero las tropas etíopes, apoyadas por los primeros combatientes internacionalistas cubanos, defienden la zona y rechazan a la fuerza atacante en los accesos a la ciudad. El 8 de marzo, una columna blindada cubana, que avanzó unos doscientos kilómetros en menos de tres días, tomó Dagahabur; así, las posiciones decisivas del territorio etíope de Ogaden habían sido liberadas y las tropas somalas se retiraron hacia sus fronteras. El 12 de marzo, se liberó la totalidad del territorio etíope ocupado por Somalia.
De haber tenido éxito el plan somalo de ocupar una gran parte del territorio etíope, tal precedente hubiera sido funesto para toda África, cuyos Estados han aceptado el principio de la intangibilidad de sus fronteras”.
En la Operación Baraguá, que así se llamó la misión cubana en Etiopía, participaron 16.000 internacionalistas cubanos, y registró el mayor envío de tropas si exceptuamos a las que combatieron en Angola.
Otros países africanos, como Zambia, Zimbabwe, Mozambique… también contaron con la ayuda de Cuba.
“En estos más de veintiséis años no hubo un solo día en que los combatientes cubanos dejaran de empuñar el fusil en África. A veces fueron solo unas decenas, en algún destacamento guerrillero en la selva. A mediados de 1988, fueron más de 50.000.
Es así, de conjunto, a lo largo de todo un período, como hay que analizar la epopeya cubana en África” —el entrecomillado es de Jorge Risquet Valdés.
Y por supuesto que, en todos esos años, la ayuda a los focos guerrilleros de Latinoamérica tampoco quedó descuidada.
Incluso, Cuba ofreció voluntarios para combatir en Vietnam contra el imperialismo yanqui, pero, salvo a unos pocos militares que ayudaron en la formación de cuadros, los vietnamitas sólo aceptaron a civiles, entre ellos a numerosos médicos.
Con la participación directa de constructores y técnicos cubanos se transformó el legendario Camino Ho Chi Minh, formado por miles de trillos que atravesaban selvas de Vietnam, Laos y Cambodia, para transportar los tanques y cañones que se utilizaron en la ofensiva general que culminó en la liberación de Saigón y la completa derrota de la agresión yanqui. A esta derrota también contribuyeron, de manera decisiva, las movilizaciones del pueblo norteamericano en contra de la agresión, así como las de otros muchos pueblos del mundo.
El 19 de julio de 1966, como consecuencia de un bombardeo estadounidense, cerca de Hanoi murieron al menos cuatro cubanos.
Otra región del mundo, donde los internacionalistas cubanos también prestaron su ayuda, fue Oriente Medio. A petición de Hafez al-Assad, presidente sirio por aquel entonces, casi 1.000 compatriotas acudieron a la llamada. Israel había agredido nuevamente a Siria, y, desde noviembre de 1973 hasta mayo de 1974, ambos países se enzarzaron en una guerra de desgaste en los Altos del Golán —montañas del suroeste de Siria— que, desde la Guerra de los Seis Días —1967—, permanecen ocupados por Israel. Se trata de 1.200 km2 de gran importancia estratégica, siendo además una importante fuente de agua, tan escasa en buena parte del desértico territorio.
Los combatientes cubanos entablaron duelos de artillería contra los israelíes, hasta que el 31 de marzo de 1974, estos últimos y los sirios, convinieron dar por finalizadas las actividades bélicas; regresando los internacionalistas a la Isla en febrero de 1975.
Pudiera parecer, por todo lo dicho, que la Revolución Cubana es acérrima defensora del militarismo; nada más incierto, sin embargo. El pueblo cubano, siempre pacífico, sólo se involucró en guerras que lamentablemente, al decir de Martí, fueron necesarias. Ojalá su ejército y todos los del mundo pueda ser disuelto un día no lejano. Sería muy buen síntoma y para la humanidad un logro maravilloso, pero, hoy por hoy, la estupidez, la soberbia y la codicia humana lo convierte en enorme deseo y en meta más que imposible.
“Algún día [sin embargo] llegará en que estas armas, llevadas a una fundición, las veremos convertidas en machetes, arados, tractores y piezas pacíficas de la construcción del pueblo” —el entrecomillado es de Raúl Castro.
Personalmente soy pacifista —la Revolución Cubana también—, pero no a ultranza, porque, aunque la violencia comoquiera que sea siempre es indeseable, hoy todavía distingo entre los disparos de un ejército imperialista y los disparos de un ejército que defiende la soberanía de su pueblo. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias, como dijo Camilo Cienfuegos, no son otra cosa que “el pueblo uniformado”.
Conviene recordar que las mencionadas misiones internacionalistas —tanto las civiles como las militares— fueron llevadas a cabo por voluntarios. Jamás se le obligó a nadie a cumplirlas. Es más, hubo muchísima gente que, queriendo participar en ellas, tuvo que quedarse a regañadientes en Cuba; tanto era el ofrecimiento por parte de la población que, lógicamente, a todos no se les podía llevar.
Además, como ya he comentado, la presencia militar cubana en África siempre estuvo acompañada por un masivo programa de asistencia técnica. Fundamentalmente compuesta por médicos, educadores y constructores, decenas de miles de cubanos y cubanas trabajaron de manera totalmente desinteresada no solo en Angola sino también en otros países como Cabo Verde, Guinea, Guinea-Bissau, Mozambique, Benin, Sao Tomé y Príncipe, Etiopía, Tanzania, Congo… En Tindouf, al suroeste de Argelia, médicos de la Isla cuidaron a miles de refugiados que habían huido del Sahara Occidental, ocupado por tropas marroquíes.
En todo ese tiempo y con becas totalmente pagadas por el gobierno cubano, miles de africanos estudiaron en Cuba —en 1988 la cifra había ascendido a algo más de 18.000 estudiantes, sin contar los pertenecientes a países de otros continentes.
Este altruista comportamiento contrasta bastante con el de los ejércitos capitalistas e imperialistas. A los norteamericanos, por ejemplo, no les ha queda otro remedio que contratar a numerosa cantidad de mercenarios —cuya sangrienta participación en ciertos conflictos de sobra se conoce—, teniendo que pagar elevadísimas cifras a sus soldados, también, para mantenerlos incentivados en su destructivo trabajo; lo cual, más que en combatientes al servicio de su patria y del resto del mundo, les convierte igualmente en mercenarios. Muchos de estos soldados, además, ni siquiera son norteamericanos. De origen sobre todo latino y africano, solamente poseen el permiso de residencia y aceptan ser carne de cañón ante la promesa hecha por parte de las autoridades norteamericanas de concederles la nacionalidad al final de sus “servicios” —si es que llegan vivos, claro, a la conclusión de los mismos.
Para ilustrar y certificar la ayuda prestada por Cuba a África, podríamos recurrir a las palabras que Nelson Mandela pronunció durante su visita a Cuba en julio de 1991. Estas declaraciones, que por supuesto provocaron férrea censura en Estados Unidos, decían lo siguiente: “Venimos aquí con el sentimiento de la gran deuda que hemos contraído con el pueblo de Cuba. ¿Qué otro país tiene una historia de mayor altruismo que la que Cuba puso de manifiesto en sus relaciones con África? […]
Nosotros en África estamos acostumbrados a ser víctimas de otros países que quieren desgajar nuestro territorio o subvertir nuestra soberanía. En la historia africana no existe otro caso de un pueblo que se haya alzado en defensa de los nuestros”.
Incluso antes del triunfo revolucionario, en Cuba también hubo grandes inquietudes solidarias con las causas justas. Muchos cubanos participaron en las luchas independentistas de tierras americanas. Un compañero querido y caído en misión internacionalista fue Pablo de la Torriente Brau, que murió el 19 de diciembre de 1936, en el cerro de Majadahonda, combatiendo contra el fascismo en la Guerra Civil española. Para participar en aquella guerra, más de 1.000 cubanos cruzaron el Atlántico y se sumaron a las filas de la República.
El propio Fidel fue uno de los cientos de voluntarios cubanos que, en 1947, se ofrecieron para luchar por la liberación de la República Dominicana de la dictadura de Trujillo.
Pero, ¡ojo!, no se debe confundir internacionalismo con intervencionismo, que son dos cosas muy diferentes.
Por otra parte, en las guerras de liberación acontecidas en la Isla, también los cubanos recibieron la ayuda de muchos compañeros de otras nacionalidades. Caso destacado fue el del dominicano Máximo Gómez, cuya participación en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y en la de Independencia (1895-1898) fue muy importante; o la del norteamericano Henry Reeve, conocido como “El Inglesito”; el puertorriqueño Juan Rius Rivera; el polaco Carlos Roloff… Y si nos acercamos a la última Guerra de Liberación, la comandada por Fidel entre 1956 y 1959, el compañero que más trascendencia tuvo, sin duda, fue el Guerrillero Heroico: el argentino Ernesto Che Guevara.
Y concluyo este trabajo siendo consciente de que me he dejado muchas cosas sin contar, porque ¿cómo van a caber tantos años de admirables experiencias en unas pocas líneas?
Pasado el tiempo, los internacionalistas cubanos cambiaron el fusil por la bata blanca —aunque, a decir verdad, en todos esos años nunca dejaron de ejercer la medicina fuera de la Isla—. Cuando se cumplen veinticinco años de la Operación Tributo, miles de galenos y personal perteneciente a otros sectores de la patria de Martí, siguen trabajando en los más recónditos lugares de decenas de países del Tercer Mundo. Y es que el internacionalismo cubano siempre ha sido una práctica continua y generosa, nunca un ejercicio interesado con fecha de caducidad.
El compañero Fidel expresó que “ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad”. A lo largo de más de tres siglos, alrededor de un millón de africanos fueron arrancados de sus pueblos para, convertidos en esclavos, ser explotados en las plantaciones de caña y café de la isla de Cuba. Llegado el momento, estos africanos y sus descendientes nunca dudaron en aportar sangre y sufrimiento a las filas del Ejército mambí en todas sus guerras por la independencia. De modo que, agradecido y solidario como es el pueblo de Cuba, a saldar esa deuda seguirá dedicando no pocos de sus entusiastas esfuerzos.
Paco Azanza Telletxiki
NOTAS:
[1] El nombre de la operación fue un homenaje a la enorme cantidad de esclavos que murieron durante las primeras insurrecciones en Cuba, y se debe a una mujer lucumí de la dotación del ingenio Triunvirato de Matanzas, que en 1843 encabezó uno de los muchos alzamientos contra la esclavitud. Carlota ofrendó la vida en el empeño.
[2] A finales de 1898 ya había concluido la “rebatiña” imperialista por África, y fueron las potencias colonialistas europeas de la época —Inglaterra, Francia, Alemania, Portugal, Italia, Bélgica y España— quienes se repartieron su territorio. El único país que quedó sin colonizar fue Etiopia —Abisinia—. Italia, con apoyo británico, intentó ocuparlo entre 1895 y 1896, pero no pudo.
[3] Periodista argentino nacido el 31 de mayo de 1929. A principios de 1958 fue a Cuba para escribir sobre la lucha del Ejército Rebelde contra Batista. Entrevistó a Fidel y al Che, y difundió por radio, desde la Sierra Maestra, crónicas y reportajes. En el transcurso de su estancia junto a los guerrilleros cubanos, Masetti desarrolló una profunda admiración por la causa, y entabló una buena amistad con Ernesto Che Guevara. Finalizada la guerra, ya en La Habana, el Guerrillero Heroico le propuso fundar y dirigir la agencia de prensa cubana Prensa Latina. Más tarde, a principios de 1961, comenzó a trabajar para el servicio de inteligencia de Cuba. Masetti fue elegido para liderar el levantamiento guerrillero en Argentina; viajó a Argelia, donde junto a otros compañeros del grupo recibió entrenamiento militar. Argelia les facilitó pasaportes diplomáticos para, pasándose por miembros de una delegación comercial argelina, volar a Brasil, primero, y después a Bolivia. El foco guerrillero pensaban iniciarlo en la provincia de Salta, limítrofe con aquel país. Murió en el intento el 8 de septiembre de 1964.
Blog del autor: https://baragua.wordpress.com
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