El impasse no puede sorprender. La OTAN ha perseguido una política de expansión al este, enseguida después de la disolución de la URSS, en especial a partir de la guerra de desmembramiento de la Federación Yugoslava. Esta política se ha desarrollado por medio de la violencia y la guerra. Diversas crisis internacionales, pero en particular la de 2007/8, le han dado un impulso mayor. También con el pasaje del gobierno a Biden.
La OTAN no es solamente una maquinaria militar, sino política. El cerco a Rusia, además de procurar un desequilibrio militar en el terreno, ejerce una fenomenal presión política desestabilizadora sobre ella y refuerza la injerencia y el arbitraje político del imperialismo. Esto fue lo que ocurrió exactamente con Ucrania, gobernada por camarillas y oligarcas pro-rusos, con intermitencias, hasta 2014. Ucrania se encontró en un callejón sin salida, al punto que la mayor parte de la oligarquía pro-rusa se volcó a reclamar el ingreso del país a la Unión. El ex presidente Poroschenko, con inversiones elevadas, tanto en Rusia como en Ucrania, piloteó el realineamiento político a la UE. La "nueva" Ucrania entró en la órbita del FMI, mientras la UE y la OTAN se encargaron de reorganizar a las fuerzas armadas, la policía y los servicios de espionaje. Putin respondió con la ocupación del Donbass, en el este de Ucrania, y luego de Crimea, en el sur, donde se encuentra la única base de Rusia con vía de ingreso al Mediterráneo.
Alemania y Francia han tratado de sortear las diferencias entre Biden y Putin. Dejaron expuesta, de este modo, la crisis en la OTAN, a la que Macron -el presidente de Francia- había diagnosticado “muerte cerebral”. Las propuestas europeas no han cambiado el escenario, porque simplemente ratifican el "derecho" de Ucrania a elegir a su propio patrón –la OTAN. Esto es congruente con la estrategia de la UE, que es el desarrollo de los mercados del este (“march nach osten”), incluida Rusia. Mientras las reuniones se suceden, EEUU, Francia y también Alemania, envían armamento y tropas a los países próximos a Rusia y Ucrania. En el entrevero se ha metido el turco Erdogan, cargando drones para Ucrania. La injerencia de Turquía involucra en la crisis al Medio Oriente, pues Rusia y Turquía tienen presencia en la guerra de Siria. En este cuadro, los mediadores europeos ofrecen a Putin “desescalar” el conflicto, y hasta creen que con eso le “salvan la cara” al ruso. La situación, por el contrario, se ha agravado. Con un despliegue militar que ha alcanzado, además de la frontera con Ucrania y la intervención de Bielorrusia, a mares y océanos, con excepción del Atlántico, una "desescalada" con las manos vacías podría desatar una crisis política irremediable en Rusia. La alternativa a esto sería ocupar Ucrania en su totalidad o en parte. La propuesta de Macron –reunificar a Ucrania sobre una base federal (establecida en los llamados acuerdos de Minsk), de modo de dar participación estatal a las regiones separadas- es una tentativa de dilatar las acciones diplomáticas y cargar sobre Putin el costo político y económico de tener acampados ciento cincuenta mil soldados e infinidad de equipamiento militar sin horizonte a la vista.
Con independencia de la diversidad de actores internacionales en presencia, o sea de los intereses particulares de unos y otros, la crisis ucraniana, considerada, de nuevo, en su conjunto, es la expresión de la tendencia del imperialismo mundial a enfrentar las contradicciones insuperables del capitalismo ultra-maduro, o sea decadente, por medio de la guerra. Es lo que se ha manifestado en la seguidilla de guerras internacionales, en especial en Medio Oriente, en la "posguerra fría". En algunos casos, los actuales contendientes no titubearon en colaborar, como ocurrió con el apoyo que recibió Bush de parte de Rusia y de Irán cuando ocupó Afganistan o Irak, o cuando EEUU y Rusia se pusieron del lado de Irak contra Irán, en una guerra notablemente sangrienta, en la que Irán recibió armamento israelí. Por eso, no debe engañar la polaridad "pre-guerra fría" que se manifiesta en la crisis actual en Ucrania, como si fuera una repetición de la que caracterizó el enfrentamiento de la OTAN contra la URSS, China y Yugoslavia con anterioridad.
A diferencia de las pasadas dos guerras mundiales, la fuerza motriz de la guerra en la actualidad es el bloque de la OTAN y el imperialismo norteamericano. Esto es absolutamente concreto y evidente. Esto no convierte, sin embargo, a la Rusia de los oligarcas capitalistas de Putin, ni a la China capitalista de los expropiadores del campesinado y de la destrucción de derechos de los trabajadores, en potencias "antiimperialistas", ni "interimperialistas". La función de una guerra, en el momento histórico presente, no es solamente doblegar a dos potencias o semi-potencias ocasionalmente rivales, sino desarrollar, por sobre todo, un ataque histórico al proletariado internacional, como en su momento lo intentó el fascismo. El imperialismo, sin embargo, no ha reunido las condiciones para realizar esta tarea en ninguna de las metrópolis respectivas. La clase obrera y los explotados son, internacionalmente, la única oposición antiimperialista a la guerra.
Las tropas reunidas por Putin no van a detener el avance de la OTAN, y esto lo sabe Putin mejor que nadie. Esa movilización militar busca un compromiso, incluso si, en última instancia, tiene que recurrir a la ocupación total o parcial de Ucrania. Cualquiera sea la forma que asuma una guerra, en estas circunstancias, será reaccionaria. Esto es lo que debe ser expuesto a los pueblos que habitan los territorios y los estados involucrados en del conflicto. La consigna de la lucha contra la OTAN y contra la guerra debe servir para impulsar la movilización de masas y la revolución –en primer lugar en los países de la OTAN, en Ucrania y en Rusia. De una manera u otra, la cuestión de la lucha contra una nueva guerra mundial debe ser instalada en la agenda de la clase obrera de todos los países.
Jorge Altamira
08/02/2022
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