Estamos asistiendo a una escalada intervencionista del gobierno chino de gran amplitud contra las corporaciones locales, en particular contra las tecnológicas. Se ha puesto en marcha una nueva arquitectura regulatoria (a cargo de una autoridad estatal) con severas medidas antimonopolio, renovadas exigencias para la administración de datos y un control muy estrictos sobre las compañías que cotizan en EE.UU.
La escalada ha llegado más lejos de lo que vaticinaban la mayoría de los analistas. Cuando todo esto comenzó, a finales del año pasado, las autoridades bloquearon a último minuto la emisión internacional de acciones de Ant Group (una réplica pero en escala ampliada de Mercado Pago argentino) que estaba destinada a ser el IPO (oferta pública de acciones) más grande de la historia; parecía un cuestionamiento puntual. A lo sumo, se podía argumentar que era una represalia ante las ínfulas de Jack Ma, su mayor accionista y dueño de otros de los gigantes como Alibaba, quien había osado criticar abiertamente el manejo gubernamental del sistema financiero. Recordemos que Jack Ma permaneció desaparecido durante varios meses e, incluso, se temió por su vida. Meses después, reapareció pero con un perfil mucho más bajo. En el caso de DiDi (la Uber china), que tiene 500 millones de usuarios y 15 millones de conductores la emisión de acciones se realizó en Wall Street, en el mes de julio de este año y las sanciones arribaron dos días más tarde con un impacto devastador para los compradores.
El nuevo blanco son las empresas de entretenimiento. Todo comenzó cuando Economic Information Daily, un medio ligado a la agencia oficial de noticias, publicó un artículo en el que describía a la industria de videojuegos como “opio espiritual” por su impacto en los adolescentes. El destinario principal fue Tencent, dueña de We Chat, la app de mensajería más utilizada en el país y de algunos de los videojuegos preferidos. La corporación concentra alrededor de la mitad de todo el mercado de videojuegos de China.
En respuesta, Tencent se comprometió a aplicar un límite de tiempo para los menores de edad e impedir que los menores de 12 años puedan hacer compras dentro de los juegos, entre otras cuestiones. Estas medidas contemporizadoras, sin embargo, no lograron impedir un derrumbe de sus acciones.
El régimen chino puso también el foco sobre compañías tecnológicas orientadas a la educación, implementando nuevas normas. Las organizaciones que se dediquen a la enseñanza de materias escolares no podrán tener fines de lucro, captar capital o salir a cotizar en bolsa. Cuando se traten de programas que se den en las escuelas, tampoco podrán ofrecer capacitaciones durante los fines de semana o feriados. Esto ha provocado pérdidas muy sensibles ene este sector, que llegan al 80% en lo que va del año.
De un modo general, la disputa entre el gobierno chino y las grandes compañías tecnológicas ya borró cerca de 1 billón de dólares en valor de mercado. Acciones como Alibaba o Baidu han perdido un 22% promedio en el 2021. El índice general de las acciones chinas ha caído un 12%. Las cotizaciones han llegado a un mínimo histórico. La incertidumbre en los mercados es hasta qué punto se va a tirar de la cuerda. Obviamente, la persistencia de estas regulaciones podrían provocar un nuevo salto en las tendencias bajistas.
Este nuevo escenario ha provocado desconcierto en los círculos financieros internacionales. La incógnita que existe entre los inversores es cuál es el alcance de este giro. Si bien las regulaciones se han concentrado en los grupos económico chinos, se proyectan sobre todo el mundo de negocios, incluido el capital extranjero que viene pugnando romper las barreras e interferencias del Estado para un mayor desembarco y penetración económica.
No se nos puede escapar que en China ya ha habido tendencias intervencionistas en las últimas décadas pero, indudablemente, ésta es la más pronunciada y sus repercusiones son infinitamente superiores que en el pasado, dado el desarrollo y el peso gravitante que han alcanzado en la economía los gigantes tecnológicos . El impacto ha sido mayor si tenemos presente que el gobierno chino ha promovido por años la expansión de este sector, con bastante libertad y ahora ejerce una presión regulatoria cada vez mayor, desde un nuevo régimen de cotizaciones del exterior y de protección de datos hasta leyes antimonopolio.
El órgano regulador chino bloqueó la fusión de las dos firmas más importantes de difusión de juegos y videos, alentada por la empresa líder Tencent. A su vez, las últimas medidas conocidas afectan a dos empresas que acaban de entrar en la bolsa neoyorquina: Full Truck Alliance – una plataforma de transporte pero de camiones- y Kan zhun -un sitio de búsqueda de empleo. Estas plataformas, junto con Didi, recibieron la orden de suspender el registro de nuevos usuarios durante la investigación que se ha abierto.
La injerencia sobre las grandes tecnológicas se viene realizando en nombre de “evitar riesgos para la seguridad nacional y proteger el interés público de los consumidores (…) ‘No debemos permitir -reza la propaganda oficial- que ningún gigante de internet se convierta en una superbase de datos de la información personal de los chinos, incluso, más detallada que la del Estado y mucho menos darle el derecho a utilizar estos datos a su antojo’”, dijo el periódico semi oficial Global Times (Ámbito, 5/7).
Giro del PCCh: significado y alcance
Esta nueva escalada corrobora que el proceso de restauración capitalista aún está inconcluso. A pesar de su sensible desarrollo, la burguesía china sigue ocupando un rol subordinado en el entramado de relaciones sociales en el gigante asiático, donde el peso más determinante en las decisiones sigue correspondiendo al Estado. Esto explica las tensiones crecientes entre ambos.
“Está claro que no hay convivencia (armónica) entre el gobierno y las compañías big tech chinas (…) El gobierno disciplina a todo el sector corporativo. La mano visible del gobierno busca recortar su poder” (ídem, 28/7). La clase capitalista china que creció a la sombra del Estado hoy busca emanciparse de su tutela y afianzar las leyes de mercado (la ley del valor) que hoy se ven interferidas por la acción del régimen. Sin embargo, contradictoriamente necesitan de esa asociación con el Estado para enfrentar a sus rivales extranjeros, donde la competencia y la guerra comercial se han vuelto más virulentas. Las apetitos de la burguesía mundial consisten en avanzar a la restauración capitalista pero bajo su control, lo que implica confinar a China a un status semicolonial, lo cual choca abiertamente con las ambiciones de la clase capitalista nativa.
Esto no desmiente el rumbo restauracioncita de la burocracia. El intervencionismo de los jerarcas del Partido Comunista Chino (PCCh) está al servicio de salvar el proceso de restauración, no de liquidarlo. Como lo resume un reconocido especialista financiero: “China quiere disciplinar a su sector corporativo, no fundirlo”. Guardando todas las distancias, viene al caso recordar el papel desempeñado por Vladimir Putin, que apuntó a restablecer el orden por medio una injerencia excepcional del Estado en el proceso restauracionista, inaugurado bajo el mandato de Boris Yeltsin, cuya política de privatizaciones había desencadenado una disputa feroz de camarillas, caos y desorganización económica que comprometía la transición en marcha. Y amenazaba con una desintegración de Rusia, como ocurrió en Yugoslavia .La élite dirigente china, en cambio, logró controlar los hilos del proceso económico y político y preservar la unidad nacional y ejercer un arbitraje, procurando llevar a buen puerto un retorno al capitalismo. En vistas a pavimentar ese camino, se ha visto forzada a actuar en detrimento de sectores de la burguesía. Esto no debería sorprender a nadie pues es la función que habitualmente cumple cualquier Estado capitalista en la sociedad moderna.
El régimen chino opera en el mismo sentido. Las medidas que acaba de tomar restringiendo y recortando la libertad y los intereses particulares de ciertos grupos económicos apuntan a preservar el rumbo restauracionista tomado de conjunto.
El PCCh, cada vez más, tiene que actuar como un piloto de tormentas en la medida que tiene que lidiar con un escenario crecientemente convulsivo condicionado por la crisis capitalista mundial y el fuego y presiones cruzadas del imperialismo, la burguesía china y de la propia clase obrera. En estas condiciones, la capacidad de la burocracia de surfear la transición se hace más difícil, con más razón luego del estallido de la pandemia y de la entrada de la economía mundial en depresión. La irrupción de la cepa delta ya ha empezado a poner en tela de juicio la recuperación china. Por lo pronto, los precios del petróleo en los últimos días han empezado a bajar ante la perspectiva cada vez más instalada que de que el gigante asiático reduzca sus importaciones en ese a rubro. Recordemos que los precios petroleros venían de un gran incremento lo mismo que otras materias primas, por lo que su caída ahora es una señal de alerta sobre otras materias primas y revela la volatilidad y el carácter precario del actual repunte económico.
Perspectivas
Es necesario tener presente que el Estado chino ha ido quemando las municiones que tenia. El gigante asiático está sentado en una montaña de deudas, que es superior a la mayoría de las principales metrópolis y que asciende al 300% del PBI: lejos de ser la vía de salida de la crisis mundial, ha terminado siendo arrastrada por ella, convirtiéndose en un factor de su agravamiento. No olvidemos que antes de la pandemia, la economía china ya venía registrando una sensible desaceleración. No está en condiciones, por lo tanto, de cumplir el rol de locomotora como ocurrió 13 años atrás, con el estallido de la crisis financiera de 2008. El margen de maniobra y su capacidad de arbitraje es menor en medio de una crisis infinitamente superior. Esto es lo que explica los zigzags y giros continuos del PCCh, que debe enfrentar contradicciones que tienen un alcance explosivo y que resultan cada vez más difíciles de pilotear. La política del gobierno de Xi Jinping oscila entre la apertura de la economía, alentando una asociación mayor con el capital internacional, y un mayor intervencionismo. El régimen chino le ha soltado la mano y ha dejado de socorrer financieramente, por primera vez, a un conjunto de empresas que, sin el respaldo del Estado, han ido a la quiebra. El gigantesco endeudamiento hace imposible sostener indefinidamente a empresas chinas obsoletas e inviables económicamente. Si se llevara esta tendencia hasta el final, esto implicaría una ola de cierres de compañías en cadena y despidos masivos. Esto podría ser el detonante que faltaba para hacer estallar una reacción masiva de la clase obrera, cuyo descontento ya es bastante generalizado.
Las tentativas de desregulación de modo de abrir paso a las leyes de mercado coexisten con tentativas de regulación, como las que acabamos de describir. En resumen, estamos ante una transición convulsiva que augura choques más violentos entre las fuerzas sociales en presencia, incluidos los propios trabajadores que todavía no ocupan un lugar protagónico pero lo pueden llegar a ocupar en la etapa que se abre. Esto es clave porque el porvenir de China se concentra en la pulseada entre el régimen y las masas. O se consolidan las tendencias restauracionistas y se inflige una derrota estratégica a los trabajadores o éstos desplazan del poder a la burocracia y a la ascendente burguesía autóctona y toman en sus manos la conducción del país, abriendo paso a una revolución política y social, retomando la rica tradición de lucha de los explotados chinos. En definitiva, la suerte del gigante asiático está atada al desenlace de las lucha de clases nacional y, agreguemos, internacional.
También es necesario seguir con atención el impacto del derrumbe accionario del país asiático. Hasta el año 2020, las cotizaciones bursátiles de las tecnológicas chinas presentaban elevada correlación con las del Nasdaq (bolsa neoyorquina del campo tecnológico). Sin embargo, en lo que va del año el Nasdaq subió 17 por ciento y se encuentra en nuevos máximos mientras que las tecnológicas chinas acumulan una baja del 12%. Hay quienes creen ver en este desacople una oportunidad de inversión, apostando a una reversión de tendencias, pero cada vez hay más analistas que no comparten ese optimismo y advierten sobre el efecto contagio. “En 2015 mediaron un par de meses de desconexión entre las vicisitudes de la bolsa china y la bonanza de Wall Street, pero después la fractura llegó con fuerza” (ídem). En este caso, si nos atenemos a lo acontecido 6 años atrás, China sería el primer capítulo del temblor bursátil que se avecina.
Pablo Heller
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