Un ataque imperialista nunca representa un avance civilizatorio para los pueblos y Afganistán está lejos de ser la excepción. Que hoy Estados Unidos intente cubrir su retirada militar con épica feminista, no significa que la defensa de las mujeres haya sido la preocupación de los ocupantes. Se trata de la prédica imperialista de hace 20 años para justificar esta y otras invasiones. El grito internacional para defender a las mujeres afganas no puede ser indiferente al rechazo a la invasión imperialista, uno debe ir de la mano de la otra.
El talibán que manejó el gobierno entre 1996 y 2001 sólo pudo acceder a ese poder de la mano del financiamiento imperialista. Sobre lo que este régimen dejó a las mujeres afganas es largamente conocido: encierro hogareño, represión y todo tipo de vejámenes. Por otro lado, los relatos periodísticos están repletos de todo tipo de ataques y situaciones surgidas de las agresiones contra mujeres por parte de los invasores, historias terribles de asesinatos en masa a la población civil que son las que explican el crecimiento talibán. No se trata de un pueblo que no quiere avanzar, como dijo el presidente Joe Biden, se trata de un pueblo que ha padecido crímenes y opresiones tremendas que la invasión yanqui agravó en medio de negocios con las mafias de la venta ilegal de armas, el tráfico de opio y de minerales.
EE.UU. debe hacerse cargo de haber financiado durante 20 años la creación de una burguesía colonial afgana, atada a negociados ilegales como el tráfico de armas y de opio, única beneficiaria de la invasión de casi 20 años que dejó más de 170 mil muertos, un costo para EE.UU. de 900 mil millones de dólares y atraso económico para Afganistán.
Muchos expertos creen que el retorno de los talibanes es consecuencia del Acuerdo de Doha, cerrado en febrero de 2020 por Donald Trump y los talibanes. «Aquello no fue un acuerdo de paz, fue una rendición», le dijo a BBC Mundo Husain Haqqani, director para Asia Central y Meridional del Instituto Hudson y exembajador de Pakistán en Estados Unidos.
La sharía rige como ley oficial en Afganistán desde 1992. Todos los gobiernos desde entonces, talibanes o títeres de los invasores de la OTAN se rigieron por la ley islámica, ni el feminista Obama ni el combatiente de la “ideología de género” Donald Trump la anularon a través de sus gobiernos títeres, todo depende de cómo les convenga interpretarla.
Para las feministas del mundo islámico el feminismo occidental es la ideología del coloniaje y han salido al cruce de las feministas como Wassyla Tanzali (argelina ex directora de Unesco) para quien la portación de la hiyab (un velo que sólo cubre el pelo) sería incompatible con deseos de liberación femenina, una tesis que es señalada como islamofóbica por parte de las feministas islámicas. Chandra Mohanty, profesora de estudios de género de origen indio y una referente mundial de los feminismos decoloniales, “critica la forma occidental de ver a las mujeres del ‘tercer mundo’. Afirma que parte del feminismo occidental entiende a estas mujeres como un colectivo homogéneo, dependiente y oprimido, una visión que Mohanty considera colonialista” (Feministas.org).
En la percepción de las mujeres de clases medias y altas o con acceso a ellas que obtuvieron algunos derechos, este debate sobre la naturaleza de los discursos feministas y su entrelazamiento con las ideologías oficiales capitalistas de diferente orden debe ser también tenido en cuenta. Los regímenes islámicos han construido también su propia filosofía de la igualdad femenina que en ningún caso incluye terminar con esos regímenes absolutamente injustos, sino que pretenden reformarlos en favor de las mujeres, como ocurre con la mayoría de las corrientes feministas occidentales, que buscan mejorar al régimen capitalista, algo que sólo es posible ignorando lo que ese régimen social le depara a la mayoría de las mujeres, condenadas al hambre, la miseria, la precarización y por lo tanto a todo tipo de vulneraciones.
Desde las dos puntas del debate está ausente el cuestionamiento de fondo al régimen capitalista en cualquiera de sus versiones y mucho más ausente una perspectiva socialista que permita incluir a las mayorías de las mujeres trabajadoras en las aspiraciones de las minorías sociales que protagonizan el debate.
Los derechos de las mujeres afganas solo serán arrancados con la organización propia de las mujeres afganas y no como parte de una dádiva circunstancial imperialista otorgada a una mínima porción de mujeres para justificar todo un régimen de sojuzgamiento internacional.
Cinismo y más
“ONG, activistas y periodistas han denunciado durante años la situación de las afganas, pero Europa consideró que Afganistán era un país seguro para ellas y prefirió no aceptarlas como personas refugiadas que asumían riesgos si eran deportadas”, señala la periodista especializada en DDHH Olga Rodríguez. Tampoco estos gritos de auxilio alcanzaron para que los que hoy buscan presentar al invasor como civilizatorio se preocuparan en tiempo real sobre lo que ocurría durante estos 20 años con las mujeres afganas. La mayoría de la migración afgana reside en Irak y en Siria.
Así lo comprendieron muchas afganas que habiendo conquistado alguna posibilidad de predicamento social, denunciaron esta situación y los crecientes abusos sexuales de los soldados de la Otan contra las mujeres, a la par que denunciaban la aplicación de la ley islámica por parte de los talibanes otrora aliados del régimen norteamericano, empoderado por estos desde la década del 70, en su guerra contra la URSS.
Aunque se trate de un recurso político bastante exitoso en la actualidad, no es tan difícil describir el cinismo de quien viola a las mujeres diariamente, mata a sus familias, desconoce su cultura y la atropella y a su vez se presenta como progresivo frente a ciertos derechos civiles. Sólo quien no quiere denunciar la política imperialista puede comprar el marketing norteamericano. Sin embargo, muchas mujeres usaron su voz para denunciar que la mayoría de las mujeres afganas seguían padeciendo los sufrimientos del pasado agravados por los oprobios perpetrados por los invasores y por supuesto, para protestar contra los talibanes y su brutal represión hacia la población y en particular hacia las niñas y mujeres. A muchas del grupo minoritario de mujeres que accedió a derechos, el mismo régimen político les dio el voto y les asesinó a sus familias o muchas de ellas no dejaron de ver lo que ocurría con las mayorías populares, y no están dispuestas a que ese sea el precio para acceder a sus derechos porque no hay derechos si el precio que deben pagar es el de la barbarie generalizada. Y eso es lo que dejó el imperialismo norteamericano, inglés y de la Otan en 20 años de ocupación que prometía “Libertad Duradera”, nombre que se le dio a la operación militar.
“Dos tercios de las jóvenes afganas no están escolarizadas, el 80% de las mujeres siguen siendo analfabetas, más de la mitad han sufrido violencia machista en el seno de su propia familia y el 75% afrontan matrimonios forzosos, en muchos casos antes de cumplir 16 años. Todo ello, cuando aún estaban las tropas de la Otan en el país, antes de que los talibanes conquistaran territorio y llegaran hasta Kabul”, señala en su columna de ElDiarioAr “El cinismo de Afganistán” la periodista Olga Rodríguez.
La presencia talibana en buena parte del territorio afgano no tardó en extenderse desde el primer momento de la invasión y el avance visto en los últimos días no podía sorprender al gobierno apadrinado por los invasores. La miseria popular contrastaba con la opulencia de los narcos, el funcionariado corrupto y los ocupantes. En el año 2006 estalló una protesta en Kabul, capital afgana, que dejó un registro del malestar popular con los invasores.
La puesta en pie de un régimen criminal de narcos, mafias, traficantes de opio, de armas y demás excrecencias humanas, por parte del “civilizatorio” occidental norteamericano, claramente privilegió el negocio de una casta ante las necesidades de la población y esto permitió a los talibanes capitalizar el descontento popular, aun cuando el invasor imperialista tenía para ofrecer a un puñado de mujeres una vida de la que, con derecho, ya no quieren ni deben retroceder.
El parlamento afgano tiene el 30% de mujeres. El talibán se comprometió hace dos años ante Trump a permitir que las mujeres puedan trabajar, estudiar y hacer política y este martes sugirió algo en ese sentido en la conferencia de prensa que brindó habiendo ingresado a Kabul, la capital afgana. Según analistas, el 40% de la matriz económica de Afganistán depende de las donaciones de otros países y se supone que esta generación de talibanes estarían más interesados en no romper con la comunidad internacional al menos antes de ganar independencia económica. No le faltarían recursos naturales para eso, ya que es rico en minerales y particularmente en codiciadas reservas de litio.
Ante la campaña internacional que reclama la preservación de los derechos para las mujeres, el comando talibán salió a plantear que el límite del respeto a estos derechos es la ley islámica, la sharía. El significado de esta afirmación todavía se debe ver. Y plantearon también que la campaña sería injustificada poniendo de ejemplo que las mujeres siguen estudiando en las escuelas organizadas por el gobierno títere de los invasores en los territorios recuperados hace tiempo por el talibán. Sin embargo, legítimamente y luego de la experiencia feroz vivida entre el 96 y el 2001, una parte de la población teme que esto sea solo una actitud temporal mientras recuperan el poder.
La defensa de los derechos de las mujeres debe dar pie a una organización internacional que repudie la agresión imperialista y utilice los derechos de las mujeres como una punta de lanza para la puesta en pie de una organización política que termine con los regímenes teocráticos y gangsteriles que representan los talibanes sin ninguna alianza con el imperialismo mundial.
Vanina Biasi
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