A propósito del 26 de julio
Versión de las contribuciones al forodebate «El 26 de Julio y la mística de la Revolución Cubana», organizado por la Asociación Hermanos Saíz el pasado 24 de julio como parte del Espacio «Dialogar, dialogar»
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Pensar las rebeldías un 26 de julio no se agota en conmemorar otra vez la fecha. Implica atizar rescoldos revolucionarios en esta Cuba peliaguda de hoy donde al menos dos tonalidades de verde (la del uniforme guerrillero y la de los dólares) vuelven a disputarse una franja del arcoiris… en realidad, el arcoiris entero.
Trataré de desarrollar una reflexión que colocaré por partes:
I. La historia que se hace, suele rehacerse (o deshacerse) cuando es contada, pensada, sentida. Hemos escuchado más de una vez que el Moncada fue “el motor pequeño que impulsó el motor grande de la revolución”, pero esa metáfora deficitaria se instaló en nuestras escuelas, casas, medios y en el sentido común mucho después del 26 de julio de 1953. Ese es, también, un relato de los vencedores, que fuimos nosotros esta vez. Pero cuando no se había vencido, cuando las desventajas eran muchas, cuando los factores de riesgo y las posibilidades de muerte eran enormes, ¿cuáles fueron las “certezas” de triunfar? Subrayo la palabra “certezas” para distinguirla de la “fe”. La mística está hecha –y se pone al ruedo– más de fe que de certezas. El 27 de julio de 1953, el 28, el 29, el 30… o el 31 de diciembre de ese año, cuando todos los países cubanos comentaban el hecho, mientras forcejeaban la distorsión, el silencio cómplice y la verdad quemante, ¿a quién se le habría ocurrido asociar aquellos asaltos con motor alguno?
Asombro, admiración callada y cuestionamientos se amalgaman entre las reacciones suscitadas por el hecho. Cada caído es también una madre, un hermano, un pariente que se desgarra y se pregunta: ¿habrá valido la pena? ¿Es este el camino? Fidel Castro lleva sobre sí el mayor peso de esas y otras preguntas. Entre sus disposiciones está también la de contestar a cada una con la vida puesta en la picota.
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II. La oposición a Batista y al Golpe de Estado configuraron un arco diverso cuyos elementos no pueden homologarse. Todas las “oposiciones” fueron “políticas” (en el sentido legal y encauzado del término). Solo la que diseñó y lideró Fidel fue “revolucionaria”. Pero no “revolucionaria” en sus efectos inmediatos, sino en aquel lugar al que Martí remitía a quienes se preguntaban por las condiciones de la guerra que predicaba: el subsuelo.
¿Qué cambió el asalto al Cuartel Moncada el 27 de julio de 1953 para llamarle una “acción revolucionaria”? Cambió los arredros y la orfandad de alternativas, pero, también, la ausencia de cismas. Las revoluciones necesitan producir cismas, rupturas, alteraciones, no solo después que triunfan, sino, sobre todo, cuando no han triunfado.
El Moncada forzó salidas nuevas a la situación nacional no porque “sugiriera” una respuesta, sino porque la representó con sangre. Y cuando hay mártires, las motivaciones y la mística adquieren otra dimensión: hay que cumplir con ellos, hay que volver útil su martirio, hay que realizar el ideal que los levantó hasta su caída.
Quisiera proponer una distinción entre “derrota” y “fracaso” que me parece importante. Se es derrotado cuando fuerzas adversas a la consecución de nuestros objetivos logran impedirlos (por multiplicidad de factores, incluido el azar, que no es el caso analizar ahora). Pero fracasamos cuando abandonamos nuestros objetivos.
Si lo entendemos así, a Fidel Castro lo derrotaron muchas veces, pero nunca fracasó.
El Moncada fue una derrota militar, y hasta que tuvieron lugar el juicio y el alegato famoso, también política.
Los motes de “aventurerismo” y “putchismo” no provinieron solo de fuerzas contrarias al programa del Moncada, sino de fuerzas aliadas. Ahí están los documentos probatorios del Partido Comunista en la segunda mitad de los 50.
Lo crucial de la actitud de Fidel –que es lo crucial de las rebeldías y de la mística que al ser desplegada por ellas las reproduce y proyecta– es su desprecio por “las evidencias”, por la “gravedad social”, por “la lógica”. Es ese desprecio para mí, el núcleo hereje de su noción de “sentido del momento histórico”.
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III. Nada en la litósfera cubana de 1953 indicaba que la estrategia de Fidel fuera correcta. Nada. Por eso hay que desconfiar siempre de los indicadores científicos. Debemos diseñar indicadores morales, indicadores éticos, indicadores de la fe.
Si a Fidel Castro lo hubieran matado en alguna de las tantas ocasiones propicias que hubo para ello tras el Moncada, si con ese desenlace se hubiese desmembrado y disuelto el movimiento por él inspirado y conducido, si con esa disolución hubiesen sobrevenido 67 años más de la república aquella, ¿estaríamos juzgando hoy como “desacertada” la estrategia de Fidel? ¡Cuán mezquinos seríamos! La validez de una idea no puede juzgarse por el curso de sus desenlaces sino por sus implicaciones para la liberación de las personas y las sociedades.
La práctica no es, entonces, “el criterio valorativo de la verdad”, sino su criterio de realización. El criterio valorativo de la verdad son siempre sus contenidos.
Las verdades de la burguesía cubana, de las clases “medias”, y del sentido común de los oprimidos era que tan cerquita de los Estados Unidos, podíamos tener un sistema capitalista más o menos desarrollado en sus formas, una constitución más o menos popular como la del 40, una diversidad más o menos desplegada de vehículos políticos para expresar intereses encontrados y diferentes, pero nunca, nunca plantear una subversión del sistema en su conjunto. Eran las verdades de la geopolítica y de la economía. ¿Cómo sobrevivir sin un arreglo con Estados Unidos? y ¿cómo lograr ese arreglo si no se comparte la representación de lo nacional con una clase que sea dominante hacia adentro y dominada hacia afuera? Es decir, ¿cómo mantener engañada a la gente y a sus comprensiones históricas si de pronto –al articularse los oprimidos en un nuevo empeño redentor que apunte al conjunto del sistema y vertebre una respuesta de desquiciamiento total y no de mera “administración”– se pierde la posibilidad de presentar los conflictos políticos entre clases sociales como “problemas entre cubanos”?
La verdad de Fidel era otra. No la expresó con la «Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel», de Carlos Marx (“la teoría se convierte en fuerza material si se apodera de las masas”); la expresó con una saeta que conectaba a todos los oprimidos (“llamamos pueblo, si de lucha se trata…”), la expresó con los datos concretos de la realidad nacional, la expresó con sus cualidades carismáticas, con una extraordinaria flexibilidad táctica y otra extraordinaria rigidez de principios, y la expresó con la disposición a morir por esa verdad, que ha de ser otro de los indicadores para determinar la validez de una idea.
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IV. José Martí –y no Carlos Marx– fue la fuente ideológica fundamental del Asalto al Moncada. Porque para los revolucionarios cubanos José Martí franqueó la puerta de entrada a un marxismo que fuera revolucionario también. Así debería seguir siendo. José Martí es la única posibilidad –y la mejor– que tiene el marxismo entre nosotros para ser revolucionario. Ninguno de los jóvenes que fue al Moncada, lo hizo por haberse leído «El Capital». “Hay verdades que caben en el ala de un colibrí”, y las personas comprenden también desde la fe.
El magma de las rebeldías es la sensibilidad revolucionaria, que va encontrando sus modos de explicarse, fundamentarse e ideologizarse, pero que no puede perder la condición de sensibilidad revolucionaria, so pena de perder su poder disruptivo y la capacidad de adecuación de las prácticas políticas a los torrentes de su fe. Uno se rebela siempre más con el corazón que con la cabeza. Digo “siempre más” porque como sabemos las revoluciones para avanzar deben fundir ambos órganos en un nuevo impulso histórico. El “cora(bro)” o el “cere(zón)”, jjj.
Sin ser revolucionarios, podríamos devenir en brillantes disertadores sobre Marx, Lenin, Fidel o el Che, pero no cabría llamarnos marxistas, leninistas, fidelistas o guevarianos de veras.
Ser revolucionarios implica también ser rebeldes frente a ellos, porque las condiciones más promisorias para la continuidad y la vinculación, las provee la superación.
Fidel pudo realizar el lema de “vergüenza contra dinero” del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), porque superó los límites de actuación y las escalas que se les fijaban a los dos símbolos de aquella ecuación: la vergüenza y el dinero.
En ese sentido, hay una relación de continuidad entre la revolución cubana y la ortodoxia (la de Chibás y no la que vino después de su aldabonazo). Esa relación de continuidad no habría podido darse si Fidel se hubiera dedicado a sustituir a Chibás en su mismo lugar. Las comprensiones nuevas deben darse instrumentos nuevos.
Fidel superó también los déficits de las guerras de independencia decimonónicas y de la revolución del 30, al asumir que se debe luchar por granjearle hegemonía nueva a las posiciones más radicales y no sumar, en concertaciones riesgosas o programas atenuados, “poquitos” de hegemonía existentes que pueden servir para avanzar un tramo en cuestiones puntuales, pero que resultan insuficientes para desencadenar una crisis irreversible del sistema.
Si observamos con cuidado, nos daremos cuenta de que Fidel mantuvo su programa impermeable a las alianzas que estableció. Es decir, hizo confluir estas últimas hacia el aprovisionamiento de medios de todo tipo (armamento, espacios de comunicación para la agitación política, etc.), pero no compartió, con nadie incapaz de defenderlas hasta la muerte, las pautas de la utopía.
Y desde 1959 hasta hoy, Fidel Castro debió superarse a sí mismo una y otra vez.
La mejor forma de vinculación entre dos procesos, ideas o exponentes revolucionarios es la de la superación. Luego, ¿cómo se vincula la revolución cubana consigo misma? ¿Cómo se vincula Fidel con sus asunciones entre nosotros? Si aceptamos que un principio, una idea, una acción humana no son vigentes solo por su contenido ético, sino por la condición de “irrealizadas” de las utopías que contienen, ¿cuánto del Programa del Moncada y de la ejecutoria y el pensamiento de Fidel permanece irrealizado hoy? Y ¿qué otro Programa del Moncada necesitamos? ¿Qué tienen los Lineamientos, la Constitución y el Plan de Desarrollo 2030 de “Programa del Moncada”? Y ¿qué les falta para serlo?
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V. En el “hombre nuevo” del Che, por ejemplo, no cabía la diversidad sexual. Y en no pocos pasajes de su obra, la mujer para José Martí, debía “acompañar” al hombre en las tareas de este, debía “ungir” la obra con “la miel de su cariño”. ¿Constituye lo anterior una resta a las cualidades rebeldes de uno y otro? De nuevo, ¡cuán mezquinos seríamos si así pensáramos! Lo que nos recuerdan estos ejemplos que he expuesto es que la mejor continuidad de las rebeldías está en su enriquecimiento y superación. ¿O acaso no se enriquecen, imbrican y superan a sí mismas las estrategias de dominación múltiple del capitalismo?
Y al superarlos a ellos, que es lo que nos piden en su calidad de revolucionarios, nos seguiremos llamando martianos y fidelistas, guevarianos y mellistas. Porque es con ellos y por ellos que debemos seguir ampliando el espacio de las emancipaciones y afilando su quilla.
Esa es precisamente la convocatoria que nos hace Fernando Martínez Heredia al pedirnos: “Que los alumnos de todos nosotros —de los maestros de hoy—, puestos a la tarea de realizar y cumplir, no nos hagan caso en nada que hayamos dicho que pueda estorbarles para cumplir los ideales que estamos compartiendo hoy. Que sientan siempre con su propio corazón, y piensen siempre con cabeza propia. Solo así serán capaces de hacer a Cuba cada vez más libre, más justa y más próspera.”
Los auténticos continuadores de esos revolucionarios seremos quienes los superemos sin dejar de realizarlos, quienes los realicemos sin dejar de superarlos.
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VI. Hoy, cuando las condiciones parecen más precarias para plantearnos la revolución comunista mundial; ahora que los asedios del imperialismo, las insuficiencias nuestras, las corrupciones, los ejercicios discrecionales y burocratizados de poder, el fracaso que consume a quienes han abandonado sus objetivos, las manos frotadas de quienes gritan “Patria o Muerte” pero cuya patria es el dinero y la muerte, la que ya pusieron otros… En este contexto difícil y peligroso, con una superficie política menos boscosa que antes pero un subsuelo más denso de continuidades revolucionarias, de legados que se filtran silenciosos para acumularse en la densidad de abajo, en la freática voluntad del pueblo de Cuba (si de lucha se trata) de continuar, obcecado, su aporte a la liberación de todos los pueblos… Ahora otra vez se yergue Fidel en la Sala de Urgencias, otra vez nos recuerda que es con los humildes, por los humildes y para los humildes, de nuevo llama a los dólares por su nombre y los cerca, los acorrala, mientras argumenta la angustia de tener que admitirlos, al tiempo que lanza la movilización más grande de almas y conciencias socialistas, única que puede impermeabilizar, de las coyunturas más adversas, el programa de todos, para el bien de todos.
Ahora, nos recuerda Fidel que la rebeldía es el camino más expedito de “los vilipendiados” para remontar siglos de vasallaje, para condensar el tiempo en una nueva medida histórica que desajuste los ritmos conocidos del acceso a la justicia y la belleza. Ahora nos recuerda que no es por evolución histórica o por modernizaciones sucedáneas que este país ha logrado ser lo que es, y que esta utopía libertaria ha logrado hacernos sentir que apenas comenzamos. Ahora nos recuerda que la economía en una revolución debe medirse “por lo que pone adentro de la gente”. Ahora nos vuelve a convencer de que toda rebeldía entraña un acto de violencia: sobre el que se rebela porque le sacude las dominaciones que ha internalizado; sobre los modos de sentir y actuar de una época porque les siembra respuestas nuevas ante las cuales nadie puede eludir posicionarse; y sobre el enemigo, porque lo enfrenta en el único terreno donde es posible ganarle: no el de la reforma de su ecosistema complejo una y otra vez rediseñado, que ofrece canales de drenaje a todas las pequeñas, esporádicas, desarticuladas y no del todo subversivas confrontaciones, sino el de la creación del ecosistema nuevo.
Embarquemos en el Granma con Fidel otra vez. Opongamos a la procacidad del sargazo y a la cruda bienvenida de los mangles esta fe en los hombres y las mujeres, esta fe en nosotros, esta fe en que sabremos conjurar nuestros demonios. Vayámonos con él. Zarpemos.
Alejandro Gumá Ruiz
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