Entrevista a Enrique Pineda Barnet
Una de las singularidades en la Política Cultural Cubana a partir del 1ro. de enero de 1959 es la pronta proclamación de una ley que permitió crear, en marzo de ese mismo año, un Instituto para la producción y exhibición cinematográficas, convirtiéndose en la primera acción jurídica dirigida al arte en el gobierno revolucionario, que propició el surgimiento del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Institución que desde sus primeros logros aporta una expresión indivisible a la Revolución triunfante, unión que celebra, en este 2019, 60 años de creada.
Con esta entrevista al cineasta cubano Enrique Pineda Barnet, Premio Nacional de Cine (2006), continúa una serie realizada a los iniciadores del Icaic, hoy veteranos de voz dispuesta a la acción de la memoria; ayer jóvenes que en franca aventura, lograron que la idea creciera para bien de la nación y sus valores.
De quiénes eran antes del reto y cómo soñaron hasta llegar a él, va el deleite de esta oportunidad.
El cine
Yo nunca pensé en hacer cine. Me gustaba mucho. En la época de adolescente había visto películas como loco en el cine Arenal, que estaba en la Calzada de Columbia, hoy avenida 41, y calle 30, en Playa; estoy hablando del año 1947. Esa furia comenzó cuando vi El mago de Oz. Me fascinó, me enamoré de Judy Garland y toda la vida la fui amando de manera diferente.
A los diez años de edad me había iniciado como actor infantil y así pasé a la radio. Llegué a trabajar en RHC Cadena Azul, la primera emisora de alcance nacional; también en Unión Radio y en CMQ. Escribía las “continuidades musicales”, que eran segmentos que cubrían los locutores entre los números musicales, improvisaban, entretenían al oyente y yo les precisaba los contenidos, los temas; eso me desarrolló dentro de la radio.
Después nos mudamos al Vedado, donde me crié definitivamente; por eso es mi patria. Viví en la calle 15 esquina a 4, y en la calle 15 esquina a 14 había un cinecito que primero se llamó Renacimiento y después Ámbar. Exhibía películas de habla hispana. No sé por qué, porque no era barrio de analfabetos, como pasó con el Negrete y otros cines, que eran nada más de habla hispana, pero el Ámbar era muy barato y ponía películas mexicanas, argentinas, españolas…
No era el cine americano el que me gustaba más; me gustaba mucho el europeo, y claro, algunas películas americanas importantes. Siempre he sido fan de las actrices: Joan Crawford, Bette Davis, Joan Fontaine… Pero ¿yo hacer películas?, jamás en la vida… Hacer teatro sí, siempre soñaba con el teatro y en la radio me sentía muy feliz.
Los cineclubes
Yo frecuentaba el cineclub de José Manuel Valdés Rodríguez en la Universidad de La Habana. Era muy especial porque ahí se vieron los clásicos, y porque Rodríguez era un profesor exquisito. Había otros cineclubes, yo participé en el de la Televisión, que inició con la fundación de CMQ Radiocentro; era de alta categoría, allí vi películas casi recién estrenadas.
Santiago Álvarez aparece aquí en CMQ como economista. Lo menciono por recordar a los que después volví a ver en el Icaic. Entonces no mostraba ninguna veta artística, por lo menos yo no se la conocía. Eso sí, éramos muy amigos, a diferencia de mi relación con Alfredo Guevara, a quien conocí a través de Pepe Massip, universitarios los dos con especialidades en letras. Pepe era un amigo que quise mucho porque fue la primera persona mayor que leyó mis cuentos. Pero Alfredo, reconozco su inteligencia, su valentía y lo que representó para la cultura cubana y latinoamericana, pero nunca me llamó la atención.
Desde 1951 me relacioné con la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, que trascendió como el origen más significativo de la verdadera cultura cubana de esos años. Desde 1950 había manejos con Nuestro Tiempo en la calle Reina 114, en un local del Partido Socialista Popular, algo que yo no sabía y creo que nadie lo sabía.
Nuestro Tiempo agrupó a lo mejor de todas las manifestaciones del arte nacional, y siendo iniciativa de un partido político, nadie era militante de nada, es decir, a mí nadie me habló ni una sola palabra de ideología, incluso recuerdo broncas, grandes broncas, de miembros que se peleaban entre ellos, pero nunca por cuestiones políticas.
La gente estaba distribuida por secciones: literatura, artes plásticas, música, danza, cine, hasta de títeres. Yo me acerco por la literatura.
La publicidad
Yo pertenecía a la firma Sabatés como publicista vendedor de jabones. Sabatés era una fábrica de jabones y velas que estaba en el Cerro y devino una firma comercial.
La publicidad fue una escuela. Mi maestro fue Obelleiro Carvajal. Digo escuela porque se trata de un acto creativo con los rigores que puede conllevar un espectáculo, cuyo mensaje se define en términos de recomendación o de promesa: “El jabón que limpia más”, “La fumada más perfecta”, esas son promesas de campañas publicitarias; pero para llegar al eslogan se desata un proceso que parte de designar un consumidor al que le vas a hablar según su categoría social, su gusto, preferencia… En aquellos tiempos no era lo mismo convencer a una lavandera analfabeta, que a una señora bien instruida. A la lavandera le podías decir: “Quita la mancha ya”, pero a la señora la conquistabas de otro modo: “Sol, la blancura de Sol”, y ya es otra cosa. Para el jabón Camay era: “No le diga linda, dígale Camay”.
Curiosamente, ya tenía yo un nombre en esta especialidad cuando, para mi sorpresa, viene Pepe Massip y me dice: “Enrique, quiero ayudar a un amigo que acaba de llegar de Italia”. “Sí, yo lo recuerdo, lo recuerdo del parque Mariana Grajales, donde nos reuníamos con Guillermo Cabrera, eran grandes amigos, Sabás, Guido Llinás, Germán Puig…”. Dice: “Necesita trabajo, es graduado de dirección en Cinecittà… se llama Tomás”. Digo: “Está ideal, porque ahora Marino Guastella, productor y amigo mío, va a inaugurar una revista con partes humorísticas”. Y así fue como Tomás Gutiérrez Alea pasó a dirigir los sketches en Cine Revista.
En eso conozco a Julio García Espinosa, quien tenía presencia en esta actividad de publicidad —no puedo olvidar los excelentes sofás que hacía el padre de Julio—.
La lucha contra Batista
Trabajando en publicidad, me relaciono con la clandestinidad, realmente como un impulso de juventud, aunque sabía que era algo muy serio; pero también era bastante normal y convertí mi casa en sitio de reuniones para la célula del movimiento 26 de julio de la firma Sabatés. Preparábamos periódicos, compilábamos telas, medicamentos y comida para mandar a la Sierra. Todo menos armas, ni tirar un tiro.
Por eso cuando Julio García Espinosa, después del triunfo de la Revolución, en la sede del Grupo Teatro Estudio donde impartía charlas de cine, me invitó a trabajar en el Icaic, le dije: “Julio, yo no me he ganado ese cielo”.
Lo decía porque no consideraba haber hecho nada relevante en la Revolución. No olvidar aquí que aquel Instituto tuvo su génesis en un Departamento del Ejército Rebelde.
De aquella labor de Julio en los primeros meses de la Revolución, quedaron cautivados varios compañeros; recuerdo a Jorge Fraga, Octavio Cortázar, Rogelio París, Juan Vilar, Fausto Canel y otros.
Un Icaic
Yo era funcionario en el Ministerio de Relaciones Internacionales, pero me agobió ese trabajo y me sorprendí un día entrando en el Icaic, en 1963, donde fui bien recibido por los amigos: Pepe, Saúl Yelín, Santiago, Julio, Octavio Cortázar, a quién sustituí en la dirección de un Departamento llamado Enciclopedia Popular que él había fundado; pero que en ese momento él debía viajar a estudiar en Checoslovaquia.
Enciclopedia Popular producía materiales didácticos en apoyo al proyecto educacional ya iniciado con la Campaña de Alfabetización. Ese fue mi primer trabajo en el Icaic, y me interesó también porque había sido Maestro Voluntario en 1960 y sin proponérmelo fui, y soy, el primer cubano alistado en aquel contingente que iba a los campos a impartir clases.
Enciclopedia Popular fue una cantera de exploración de gente nueva para la realización y la técnica del cine, y a mí me resultó importante el abordaje de la cultura cubana, o sea, el no producir enciclopédicamente sobre cualquier cosa, sino priorizar lo nacional y sobre todo a partir del arte.
Comencé por una colección del teatro que se hacía: Humberto Arenal exhibía Aire frío, de Virgilio Piñera, con una Luz Marina que Verónica Lynn interpretó como jamás lo he visto. Vicente Revuelta hacía Fuenteovejuna en el teatro Mella con un espectáculo increíble. El grupo Teatro Estudio, para mí una institución cultural tan importante como lo pudo ser Nuestro tiempo, era un torrente de calidad en sus estrenos y sobre todo una cuna extraordinaria de actores, directores, dramaturgos, pensadores y filósofos del teatro.
Rubén Vigón estrenaba en su salita Un sorbo de miel, puesta en la que debutó Miriam Learra. Todo ese acontecer, actual y valioso, servía de contexto a los materiales que producíamos. Estos reportajes pueden considerarse mis primeros intentos como guionista y director cinematográficos.
Es entonces que conozco a alguien que tiene un lugar muy especial en mi memoria: Manuel Octavio Gómez, para mí es la primera figura significativa del cine cubano después del triunfo de la Revolución. Era un ser extraordinario, artista, creativo, con un fundamento cultural muy fuerte y lo más atractivo era el sentido experimental de su cine, lo que cristalizó al pasar los años en sus ficciones, superando en eso a Memorias del subdesarrollo y Lucía. Porque Titón tiene, junto a Memorias…, películas excelentes que yo comparto y adoro su obra, sobre todo una que a él no le gustó tanto: Una batalla cubana contra los demonios; todas son emblemáticas, sin lugar a dudas; pero es que Manuel Octavio en Los días del agua hace un paisaje cultural del país con un sentido muy amplio en las significaciones y en la profundidad de una parodia para ver la sociedad en que se vive. Sin mencionar otra obra genial: La primera carga al machete.
Tal vez hice un movimiento brusco, pero hay cosas que acompañan a los amigos siempre, más allá de las fechas y los tiempos.
Volviendo a Enciclopedia Popular: muy pronto pasé a trabajar en el guion de la primera coproducción cubano-soviética: Soy Cuba, que, paradójicamente, no tuvo éxito de público en su estreno y hoy es una de las películas más vendidas al mundo entero.
¿Una escuela cubana de cine en el año 1959?
Ahora es tarde para decidirlo, incluso para imaginarlo. Creo que no hubiera podido existir, porque para que después existiera, ya fuera cubana o internacional, costó mucho trabajo. Y para unificar criterios costó más trabajo todavía.
Es que el cine, siguiendo con las paradojas, se reconoce como un arte eminentemente colectivo, y sin embargo, agrupar a los cineastas es muy difícil.
La concepción que predominó desde un inicio en el Icaic fue la de formar cineastas con el cine documental; y el noticiero como una escuela, pero eso parte de un encasillamiento nocivo de la realidad y de la ficción, porque si no hay nada más rico que la realidad, tampoco hay nada más imaginativo que la ficción. No hay nada que ficcione mejor la realidad que la poesía.
Un artista puede y debe empezar entonces por la poesía. ¿Y qué es la poesía? ¿Es realidad o es ficción? ¿Qué es lo poético? ¿Por dónde hay que empezar, por un cuento, por una novela, por una obra de teatro?
No creo que haya que empezar por el documental necesariamente. Creo que el documental es una fuente de riqueza infinita que puede derivar en la mayor ficción de las ficciones, en la más poética de las poéticas, en lo más dramático de lo dramático. Lo importante es darle al artista posibilidades de hacer, crear.
Justamente se ha impuesto en Cuba y en el mundo un cine que roza constantemente la ficción y el documental. Lo mezcla, y los avances tecnológicos hacen que las ficciones se vuelvan cada vez más fantásticas, más complejas, indagatorias, profundas; y otras veces son más ligeras.
Hay estilos, etapas como el neorrealismo italiano, que resultó una escuela en Cuba, una escuela extraordinaria, alimentada por una realidad extraordinaria. Pero creo mejor en la mezcla. Las razas mezcladas son las mejores, más fuertes, más ricas, variadas, la mezcla me fascina. Creo en la mezcla del documental y la ficción, la poesía y todo. El cine tiene múltiples caminos interesantes, válidos, y a veces tropiezas con una piedra y no sabes adónde va a parar. Y esa piedra rueda y se convierte mañana en algo precioso; y el tiempo juega tremendamente con todo eso.
Un cineasta
(Respuesta “antes de los 60” segundos)
Un cineasta es hacer un pastel y romperlo antes de encender las velas. Pero por nada del mundo cantar el “happy birthday”, cualquiera sea el idioma, y darse cuenta de que no se es cocinero ni ceramista.
Es amar intensamente hasta ser capaz de destrozar lo que haces con amor, por tal de buscar la perfección de la entrega.
Patricio Wood
La Jiribilla
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