Estudios que suenan las alarmas. Un desafío para la pedagogía, la familia, la sociedad, y la técnica cubanas
La decisión de escribir este artículo está motivado por las respuestas a un mensaje que trasladé en mi cuenta twitter hace algunas semanas. Entonces dije “Estimular el amor por la lectura constituye un aspecto importante del ideario pedagógico martiano. ‘Leer –decía el Apóstol– es una manera de crecer, de mejorar la fortuna, de mejorar el alma’. Por eso hay que felicitar y respaldar todo lo que favorezca la vocación por la lectura”.
Recibí reacciones muy positivas que, al mismo tiempo, indicaban que el asunto era -para muchas personas- de gran interés e igualmente de preocupación, puesto que varios de mis interlocutores consideraban que hay una disminución –en general- por el interés de la lectura.
Recordé entonces que no hace mucho tuve ocasión de revisar diversas investigaciones sobre la importancia de la lectura para el desarrollo de la inteligencia del ser humano y, entre aquellas, varias que francamente constituían verdaderos llamados de alarma. Me refiero por ejemplo a un estudio realizado por científicos noruegos que indicaba que el coeficiente intelectual (CI) no sólo se había estancado, sino que estaba bajando a gran velocidad. Según dicho estudio el declive, de al menos 7 puntos por generación, comenzó con los nacidos en 1976, que alcanzaron su edad adulta a mediados de la década de los noventa.
Estudios parecidos en Dinamarca, Gran Bretaña, Francia, los Países Bajos, Finlandia y Estonia han demostrado una tendencia similar a la baja en los resultados del coeficiente de inteligencia de las personas nacidas en las últimas décadas.
Lo interesante es que al referirse a las causas de esa situación se hacía referencia, entre otros factores, a la tendencia de que los ciudadanos aumentan el tiempo empleado en dispositivos tecnológicos en lugar de leer libros, es decir –según el estudio- hay un abandono progresivo del interés por acercarse a la literatura, y esto se identifica como una de las razones de la disminución del CI.
Lo cierto es que, al menos en nuestro país, la escuela pedagógica cubana, desde su génesis, ha dado adecuada prioridad a incentivar la vocación por la lectura. Y, por ejemplo, José Martí, cuyos enunciados educacionales nutren esencialmente los programas de formación de los maestros y en general la actividad docente, hizo mucho hincapié en la importancia de la lectura para el desarrollo integral del individuo. “Leer nutre. Ver hermosura, engrandece. Se lee o ve una obra notable, y se siente un noble gozo, como si se fuera el autor de ella”, escribió en La Opinión Nacional, de Caracas.
un asunto como ese que claramente tiene que ver con el bienestar espiritual del ser humano, y de hecho con la elevación del nivel cultural del ciudadano, y consecuentemente de la capacidad crítica de éste, se puede resolver solamente en el seno de un sistema sociopolítico que se base en fundamentos humanísticos… y ese no es el capitalismo, es el socialismo
Muy hermosa constituye la referencia que hizo el Apóstol sobre el mismo tema en un artículo dedicado a Ralph Waldo Emerson, el escritor, filósofo y poeta estadounidense, quien contribuyó al movimiento del “Nuevo Pensamiento”, cuando expresó: “La lectura estimula, enciende, aviva, y es como soplo de aire fresco sobre la hoguera resguardada, que se lleva las cenizas, y deja al aire el fuego. Se lee lo grande, y si se es capaz de lo grandioso, se queda en mayor capacidad de ser grande. Se despierta el león noble, y de su melena, robustamente sacudida, caen pensamientos como copos de oro”.
Bastaría quizás con citar su formidable empeño editorial para niños y jóvenes de Nuestra América, la revista La Edad de Oro, para comprender a cabalidad el valor que le concedía el Héroe Nacional de Cuba a sembrar el amor por la lectura.
La inmensa mayoría de los maestros y profesores cubanos con verdadera vocación, en todos los tiempos y educados en esas ideas, como regla general siempre han hecho esfuerzos para encender en el alma de sus discípulos la vocación por la lectura. Y hoy existen numerosos ejemplos en el magisterio que se destacan por ese empeño. Como también merecen reconocimiento muchas madres, padres y abuelos, muchas familias, que tratan de inculcar en las nuevas generaciones el amor por la lectura.
Porque, claro está, el papel de la escuela es muy importante para alcanzar aquellos objetivos, pero debe calzarse con el interés de la familia. Y también de la sociedad en su conjunto. Este combate a favor de la lectura, estratégico en el campo cultural, se tiene que ganar de manera integral, con la participación de todos, incluyendo las organizaciones de la sociedad civil.
En ese contexto, siempre deberá tomarse el trabajo que le corresponde realizar a las bibliotecas públicas, y las iniciativas que despliegan muchos de sus especialistas, a todos los niveles, y que desempeñan –o pueden desempeñar- un papel relevante para el logro de la noble finalidad de afirmar el interés por la lectura.
Es meritoria la labor que llevan a cabo el Instituto Cubano del Libro, sus editoriales, los colectivos poligráficos…para avanzar por el camino de impulsar el amor por la lectura. Sin duda, la Feria Internacional del Libro (extendida a todo el país), es momento trascendental para estimular el interés por los libros y, al mismo tiempo, la clara expresión de la voluntad del Estado cubano de colocar en manos del pueblo lo mejor de la literatura nacional e internacional.
Las tertulias del Libro del Mes que desarrolla el Instituto Cubano del Libro, el Concurso para Leer a José Martí, que auspicia la Biblioteca Nacional, forman parte de una relación de iniciativas que debieran multiplicarse y promoverse mucho más para garantizar cada vez más participación.
Nadie puede discutir que la Revolución Cubana ha sido promotora extraordinaria para elevar cada vez más la cultura de cada ciudadano de este país ni tampoco su decisión permanente de favorecer que toda persona aumente su instrucción y conocimiento por todas las vías, incluyendo la lectura. Todavía recordamos, como si fuera ayer, aquella frase de Fidel –muy repetida en los primeros años tras el triunfo de enero de 1959- cuando decía a los cubanos: “No te decimos cree; te decimos lee”. Y paralelamente el desarrollo de una política destinada a publicar las obras más valiosas de la literatura de Cuba y del mundo y programas masivos de escolarización, como la Campaña de Alfabetización.
Hace poco la doctora Graziella Pogolotti escribió un lindo trabajo publicado en Juventud Rebelde y en Granma sobre el nacimiento en 1959 de la Imprenta Nacional de Cuba, luego Editorial Nacional y más tarde Instituto Cubano del Libro. Empezaba así su trabajo: “¡Quijo, Quijo, el Quijo!, pregonaban los vendedores en nuestras calles. La recién creada Imprenta Nacional se estrenaba con una tirada masiva de Don Quijote de la Mancha. Eran cuatro tomitos por un peso. Con el clásico de Miguel de Cervantes se iniciaba un proceso de transformación cultural de amplia repercusión en la vida del país y en el entorno del trabajo intelectual de nuestros escritores.
“Faltaban dos años para la Campaña de Alfabetización, pero el libro irrumpía en nuestra vida cotidiana en términos de realidad tangible y valor simbólico…”
En toda esta voluntad cultural de la Revolución Cubana a favor del libro y en consecuencia de la lectura está, indudablemente, el sello inspirador, la presencia y las ideas de Fidel Castro, de su enorme cultura, de su definida lucha por la justicia social, de su permanente acción en todo lo que constituyera beneficio para el pueblo y de su clara vocación pedagógica.
El propio Fidel fue un ejemplo extraordinario de voraz lector, por placer y en función del enriquecimiento de su cultura individual, para luego ponerla al servicio de su Patria y del mundo. Desde joven se interesó por libros de gran valor, como El Manifiesto Comunista, de Karl Marx; Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway; Memorias de Guerra, de Charles de Gaulle, y muchos otros. Se sabe que en el Presidio Modelo, donde estuvo preso después del Asalto al Moncada, se dedicó a leer libros como El anillo de amatista, de Anatole France; Crimen y Castigo, de Dostoievski; La Ilíada, de Homero; El Capital, de Karl Marx, entre otras muchas joyas de la literatura universal. Estuvo profundamente cautivado desde el principio por el pensamiento martiano, en el cual se adentraba con frecuencia y que manejaba como propio; dominó exquisitamente el texto bíblico y se conoce igualmente de su interés por la literatura científica. Realmente Fidel fue un estadista de una integralidad cultural que hasta los enemigos tienen que reconocerlo.
A partir de su propia experiencia fue promotor de una gran revolución cultural para los cubanos. Él afirmaba: “El conocimiento no solo es una necesidad del pensamiento y de la cultura, sino también es una necesidad revolucionaria”. Y como estadista y Jefe de la Revolución se consagró a fomentarlo desde el Estado, lo cual ha quedado como hermosa herencia de continuidad para las nuevas generaciones de cuadros revolucionarios.
Al clausurar un encuentro con motivo del 20 aniversario del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Doménech, en 1992, el Comandante en Jefe subrayó: “…Nosotros tenemos que rescatar el valor del libro y el amor a la lectura”.
Antes, en 1991, había afirmado: “El Estado socialista debe editar libros no para ganar dinero, debe editar libros para beneficio del pueblo; y se beneficia al pueblo no solo con un tipo determinado de literatura, sino con una gran variedad de libros y con una política editorial que le permita a la población tener acceso a las mejores obras creadas por la inteligencia del hombre, tanto históricas, literarias como políticas o de otro tipo”.
Fue a iniciativa de Fidel que a principios de este siglo comenzó a circular en Cuba la llamada Biblioteca Familiar, un gran proyecto cultural masivo a partir de un gran rigor en la selección de las obras. Una tirada de más 200 mil colecciones en formato tabloide, con obras de autores como Alejo Carpentier, Ernest Hemingway, Nicolás Guillén, Ernesto Che Guevara, Pablo Neruda, César Vallejo, Gabriel García Márquez, Giovanni Boccaccio, Mijaíl Shólojov, José Martí, entre otros muchos clásicos.
la opción es que hay que trabajar cada vez más para encontrar fórmulas creadoras que permitan interesar a la gente en la lectura, aprovechando también las nuevos soportes digitales, sin abandonar los tradicionales surgidos con la aparición de la imprenta.
De manera que nuestro país, a diferencia de otros en el mundo, ha dado muestras de una voluntad cultural y política de estimular la lectura y enriquecer el espíritu de cada ciudadano con el acceso real a la mejor literatura producida dentro y fuera de Cuba.
La investigación a que hacía referencia sobre la disminución del coeficiente de intelectual en personas nacidas en las últimas cuatro décadas, y que identifica como una de las posibles causas la disminución del tiempo de lectura y cierto desinterés por ésta, no se refiere a Cuba. Como expliqué al comienzo, se trata de una investigación hecha por científicos del Centro de Investigación Económica Ragnar Frisch en Noruega, y que dieron por resultado que en los últimos años los puntajes de coeficiente de inteligencia (IQ, por sus siglas en inglés) en las poblaciones analizadas habían disminuido considerablemente en comparación con generaciones anteriores.
La publicación EURONEWS, refiriéndose al tema, ha titulado que los niveles de inteligencia están cayendo en los países industrializados avanzados de Europa, según una nueva investigación, que cita a Escandinavia y el Reino Unido como ejemplos de lugares que han experimentado disminuciones de coeficiente intelectual en las últimas décadas.
El estudio que lleva por título Does the rot start at the top? (¿Comienza la podredumbre en la parte superior?), argumenta que la curva del coeficiente intelectual del siglo XX ha oscilado, y se apreciaron disminuciones en los países desarrollados desde mediados de la década de 1990.
EURONEWS cita al investigador Michael Shayer, coautor del informe, quien dijo a esa fuente que desde 1995 una “gran fuerza social ha estado interfiriendo con el desarrollo del pensamiento de los niños, aumentando cada año”.
Siempre según el Sr. Shayer, esta “fuerza social” incluye el desarrollo de las nuevas tecnologías, como las consolas de juegos y los teléfonos inteligentes, que han alterado la forma en que los niños se comunican entre sí.
Los estudios realizados hasta ahora sobre la caída del coeficiente intelectual en las generaciones nacidas después de la década del 70 del pasado siglo se han realizado en sociedad con alto nivel de desarrollo, principalmente europeas. Algunos científicos han señalado que los mismos no son aplicables a otros contextos.
Otros científicos han puesto en duda las herramientas utilizadas para tales investigaciones. Y plantean que los instrumentos digitales nos están ayudando a pensar de una manera diferente, y que los test de inteligencia necesitan también evolucionar a las nuevas formas en que pensamos y trabajamos.
De todas formas los resultados de las investigaciones mencionadas en países europeos, han hecho sonar la alarma y han preocupado a mucha gente de cualquier latitud (sobre todo a especialistas relacionados con la enseñanza), al menos en torno al tema de la disminución del tiempo para la lectura y sus posibles consecuencias.
Cuando traté el tema por primera vez a través de mi cuenta twitter, el profesor Néstor del Prado me comentó en respuesta al problema: “hay que demostrar que la lectura constituye también crecimiento profesional”. Dijo además que hay que leer para ser mejores personas y subrayó que la lectura de buena literatura puede desarrollarse sobre soporte digital, pero siempre tiene que ser inteligentemente.
En otras palabras. Hay un hecho cierto: las nuevas tecnologías han cambiado mucho las formas de actuar y de pensar, e indiscutiblemente las más jóvenes generaciones invierten cada vez más tiempo en el uso de esos recursos vinculados a Internet, la telefonía móvil y videojuegos. Las nuevas tecnologías son sinónimo de desarrollo y oponerse a ellas sería un disparate. La cuestión es usarlas bien. Entonces la opción es que hay que trabajar cada vez más para encontrar fórmulas creadoras que permitan interesar a la gente en la lectura, aprovechando también las nuevos soportes digitales, sin abandonar los tradicionales surgidos con la aparición de la imprenta.
El reto, pues, está planteado.
Por la nobleza y calidad de los maestros y profesores cubanos, por el conocimiento alcanzado por nuestro pueblo en estos 60 años de Revolución, por los valores martianos sembrados en el corazón de cada cubano y en cada familia de nuestro país, por la integralidad con que trabajan las instituciones estatales y las organizaciones cubanas, por la inteligencia de nuestra juventud, por el carácter de vanguardia de nuestros científicos, por la capacidad de nuestros ingenieros y especialistas en la Informática, tengo la certeza de que Cuba –donde no hay limitaciones para el acceso a la educación- está en mejores condiciones que ningún otro país del mundo para enfrentar con éxito ese desafío de sembrar y universalizar el amor por la lectura, algo que –aunque no se haya dicho en investigación alguna– todos sabemos que tiene que ver con la calidad de la vida espiritual de las personas.
Pero además, un asunto como ese que claramente tiene que ver con el bienestar espiritual del ser humano, y de hecho con la elevación del nivel cultural del ciudadano, y consecuentemente de la capacidad crítica de éste, se puede resolver solamente en el seno de un sistema sociopolítico que se base en fundamentos humanísticos… y ese no es el capitalismo, es el socialismo.
Héctor Hernández Pardo
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