De pelota como de economía, en Cuba, todos son expertos. O al menos creen serlo. Innumerables son los debates que empiezan con las inquisidoras frases: “en cualquier lugar del mundo…”, “eso pasa porque en este país…”, “lo que hay que hacer es…”. Frases proféticas que anuncian tajantemente que los problemas económicos de Cuba se resuelven haciendo esto o aquello, casi siempre algo bien simple.
¿Será que durante tantos años a ningún dirigente político y/o económico en Cuba se le habrá ocurrido implementar tan evidentes y geniales ideas?
Desgraciadamente en la mayoría de las profecías subyace un gran desconocimiento de las normas básicas que rigen la economía en general y de aquellas normas particulares que solo se aplican en Cuba por aquello de ser un país bloqueado por el mayor imperio que haya existido en la historia de la humanidad. Tema, este último, siempre ausente de los más acalorados debates, que coincidentemente suelen ser los más errados. Con esto no pretendo dar una clase de economía, pero sí mi opinión sobre temas que considero son muy importantes y necesarios de estudiar bien antes de iniciar cualquier debate que pretenda ser medianamente serio sobre la economía cubana.
El peso inconvertible
En Cuba todos saben que circulan dos monedas, el peso cubano (CUP) y el peso cubano convertible (CUC). No ahondaré en la historia de ambos, solo diré que el origen de esta bicefalia monetaria no fue un capricho de algún economista, ni fue un sueño trasnochado. Fue el resultado de un análisis bien profundo de las alternativas políticas y económicas existentes en la Cuba de 1993. Una década que todos recuerdan con tristeza pero que nunca ha sido fielmente descrita, ni tampoco correctamente analizados los milagros económicos que se realizaron en aquellos tiempos titánicos de resistencia de todo un pueblo.
Solo gracias a aquellos milagros económicos (el CUC incluido), diseñados por brillantes economistas liderados por nuestro querido Fidel, se puede explicar el hecho que hayamos resistido y que aún estemos aquí, frase esta última que se repite bastante y con orgullo, pero muchas veces sin entender realmente cómo fue posible. Quien diga lo contrario insulta la inteligencia colectiva.
No obstante, lo cierto entonces y ahora es que ni el CUP ni el CUC eran, ni son, convertibles internacionalmente. O sea cualquier entidad cubana, sea estatal o privada, que desee importar algún producto del mundo para venderlo luego en Cuba, no puede hacerlo con CUP o CUC.
Un pequeño ejercicio mental sobre el ciclo importador nos ilustra fácilmente cómo cualquier entidad cubana sea estatal o privada compra fuera en divisas y luego vende en Cuba en monedas inconvertibles. La única forma de repetir ese proceso y hacerlo rentable es cambiando sus ganancias en CUC y CUP por divisas realmente convertibles. Este simple y último paso es clave para entender la trampa del importador: el importador nunca genera divisas sino que las extrae del sistema. O lo que es lo mismo, el importador en dependencia de sus prioridades e intereses, usa las divisas que generó otro para traer algo que puede ser útil o no, que puede ser prioritario o no para el país.
O sea la disyuntiva en la que se encuentra el gobierno cubano es permitir que las pocas divisas que generan sus empresas estatales se usen para importar ropa, zapatos, gafas y cuanta gangarria de marca “Supreme” exista desde Haití, Guyana o Panamá o que se usen para importar comida, medicinas, guaguas y petróleo desde Vietnam, China y Venezuela.
La trampa del importador es tan generalizada como países existen en el mundo dado que monedas inconvertibles son la mayoría. Es inconvertible el peso argentino, es inconvertible el real brasileño, es inconvertible la lira turca, es inconvertible el rand sudafricano, es inconvertible el rublo ruso, es inconvertible el won sudcoreano y muchas monedas más que harían muy largo este párrafo. Solo alrededor de 10 miembros tiene el selecto club de monedas convertibles internacionales.
Entonces si es tan común este problema ¿cómo funcionan otros países con monedas inconvertibles?
La respuesta es muy sencilla, la mayoría de los gobiernos del mundo solo se preocupan por el 1% de su población, así es muy fácil gobernar. Son bien conocidas las mafias importadoras que explotan a los países de América Latina y se dedican a aplastar el desarrollo de la industria nacional por mezquinos intereses privados. Muchos de esos países están quebrados debiéndole al FMI o a otros más del 100% de su PIB. La mayoría de los gobiernos del mundo no podrían gobernar si les tocara ocuparse del desarrollo de sus países y del bienestar del 100% de su población como hace Cuba.
Los pocos países responsables del mundo, como Cuba, que se preocupan por el 100% de su población deben, casi siempre enfrentando además una guerra económica impuesta por EE.UU., implementar medidas que impidan una fuga descontrolada de capitales, de acuerdo a su situación concreta. El control y equilibrio del flujo de divisas que salen y entran de un país es vital para mantener la salud de cualquier economía. Gracias a ello se pueden utilizar esas divisas para satisfacer las necesidades básicas y crecientes de la población. En Cuba comprar gangarrias “Supreme” es lo menos importante.
Desconocer o negar esta verdad económica absoluta no es síntoma de agudeza o de ser brillantes, sino más bien de todo lo contrario. Plantear que una de las soluciones mágicas para Cuba o para cualquier país es permitir la salida libre de las divisas para comprar cualquier cosa, es tan absurdo como pretender apagar el fuego con gasolina. Permitir una fuga de capitales descontrolada equivale a quebrar al país, cualquier país. Los ejemplos sobran pero el caso de Argentina es tan gráfico que no es necesario poner otro.
El componente político de estas “brillantes ideas” no es menor pues la implementación de alguna de ellas significa un retroceso en el camino hacia la construcción de esa sociedad mejor por la que tanto se ha luchado. Propuestas tan “visionarias” como privatizar el comercio, tanto interno y externo, han sido históricamente rechazadas puesto que el consenso popular y político existente en cada momento ha determinado que están fuera de los límites de lo que concebimos por Socialismo.
La Habana no es Cuba y Cuba funciona por consenso, por lo tanto antes de implementar cualquier medida, primero hay que crear el consenso. Las propuestas del párrafo anterior les pueden gustar a algunos pero son rechazadas por gran parte del pueblo cubano.
Eduardo Pérez Castel
La Joven Cuba
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