lunes, 31 de diciembre de 2018

Relato del guerrillero ejemplar




Ediciones Dyskolo publica Yo, Ernesto Guevara, Che un cuento que no acaba, de Luis Carlos Muñoz Sarmiento

La contribución de Ernesto Guevara a la política revolucionaria reside más en los análisis generales y la reflexión sobre la acción política y las estructuras económicas, que en las tácticas (militares) concretas de lucha guerrillera. El sociólogo James Petras hizo esta evaluación hace dos décadas en la revista Le Monde Diplomatique (“El Che Guevara y los movimientos revolucionarios actuales”). En el libro “Con su propia cabeza. El socialismo en la obra y la vida del Che” (El Viejo Topo, 2001), el politólogo Manuel Monereo sostiene que Guevara fue el dirigente con mayor grado de formación marxista y compromiso con el comunismo de cuantos integraban el Movimiento 26 de Julio (organización político-militar constituida en 1955 durante la dictadura de Batista y dirigida por Fidel Castro); además el Che fue adoptando posiciones críticas respecto al socialismo soviético y defendió la concepción del “hombre nuevo” para la construcción del comunismo. En el epílogo del ensayo de Monereo, el sociólogo Juan Valdés Paz resalta la “inclinación subjetivista” en el pensamiento de Ernesto Guevara de la Serna, a quien califica como “marxista tercermundista” en la línea de José Carlos Mariátegui, Frantz Fanon y Fidel Castro.
Una perspectiva diferente es la del cuento, la del relato corto. En junio Ediciones Dyskolo publicó “Yo, Ernesto Guevara, Che un cuento que no acaba”, de Luis Carlos Muñoz Sarmiento. Una parte importante de la narración se centra en la etapa de la guerrilla boliviana, a la que el médico y combatiente argentino-cubano se incorporó en noviembre de 1966, tras siete meses de misión revolucionaria en el Congo. El escritor y crítico literario y cinematográfico Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, 1957) es también autor de “Cine & Literatura: el matrimonio de la posible convivencia” (2014) y “Ocho minutos y otros cuentos” (2017), que incluye el relato “El boxeo soy yo”, publicado por Dyskolo. En el cuento de 12 páginas sobre el Che, el autor se encarna en la figura del líder comunista y escribe en primera persona un testimonio vívido, sin pretensiones analíticas ni científicas. “Siento ya la presencia de la parca en las botas de los rangers que resuenan sordas en mis oídos”, concluye. El ocho de octubre de 1967 el Che fue herido y capturado en la Quebrada del Yuro; al día siguiente militares bolivianos le ejecutaron en una escuela de la localidad de La Higuera (provincia de Vallegrande, Santa Cuz). El cadáver se expuso en una morgue y fue inhumado en una fosa común de Vallegrande.
El ensayista toma la secuencia de los hechos a las 6,15 horas, cuando un helicóptero en el que viajaban el coronel del Ejército de Bolivia, Joaquín Zenteno Anaya, y el agente de la CIA, Félix Rodríguez, aterrizó en La Higuera. Éste, conocido por el alias de “Capitán Ramos”, seguía las huellas del Che durante años, tal como había ordenado Estados Unidos, en aquel momento con Lyndon B. Johnson en la presidencia. “Zenteno dijo que no podía desobedecer una orden que venía directamente del presidente Barrientos y del Estado Mayor conjunto, es decir, de los yanquis”, cuenta el Che en el relato de Muñoz Sarmiento. Unas horas después sería fusilado. Tras el golpe de estado de 1964 en Bolivia, el general y presidente René Barrientos aprobó la Ley de Seguridad del Estado, con el fin de garantizar “un clima permanente de orden y tranquilidad” en la nación.
Además durante el mandato de Barrientos –junio de 1967-, el ejército perpetró la “Masacre de San Juan” contra los obreros de los centros mineros de Siglo XX, Catavi y Llallagua, en Potosí, con un saldo de 26 muertos y cerca de un centenar de heridos. El radiodifusor comunitario José Ignacio López Vigil explicó algunas claves en el libro “Una mina de coraje. Radio Pío XII” (Aler/Pío XII, 1985): “Entró el Che Guevara en Bolivia. Entró la CIA en acción (…); el caso es que la CIA piensa que en Siglo XX y Huanuni está el apoyo principal del Che. Y que desde ahí se va a declarar la guerrilla urbana, y que los dirigentes andan recolectando mit’as para apoyar a la insurrección, y que varios mineros se han alzado, junto a Guevara, en las montañas… El Gobierno decide dar un escarmiento ejemplar”.
El informe de Amnistía Internacional (AI) “No me borren de la historia”, de 2014, incluye un balance de la represión desplegada por los gobiernos militares y autoritarios en Bolivia durante el periodo 1964-1982; la organización de derechos humanos menciona al Che, en el conteo de 200 personas asesinadas, más de 5.000 detenciones arbitrarias, cerca de 20.000 exiliados o deportados y 150 víctimas de desaparición forzada (el Gobierno de Evo Morales, que ha impulsado una Comisión de la Verdad, informa de unas cifras muy superiores); el documento de AI recuerda que el Che Guevara fue tomado prisionero y muerto tras luchar con la guerrilla en la selva de Ñancahuzazú.
Colaborador entre otras publicaciones del periódico Rebelion.org y El Magazín de El Espectador, Luis Carlos Muñoz Sarmiento se sitúa en el lado más humano, en el relato (breve) autobiográfico de quien fuera combatiente en Sierra Maestra con el Ejército Rebelde, presidente del Banco Nacional de Cuba (1959), ministro de Industrias (1961) y abanderado del trabajo voluntario. “La muerte la tomo ahora como un re-nacer. Vuelvo a sentirme niño, un niño perdido y solo”, dice el Che en el cuento editado por Dyskolo. El guerrillero socialista fue escritor –“La Guerra de guerrillas” (1961), “Pasajes de la guerra revolucionaria” (1963) o “El Diario del Che en Bolivia” (1968)- pero también periodista -por ejemplo en el periódico El Cubano Libre, la revista Verde Olivo o en Radio Rebelde-, y un gran lector; lo afirma el Che de “Un cuento que no acaba” del siguiente modo: “La verdad, desde épocas muy tempranas yo leía de todo, desde los griegos hasta Huxley”. Muñoz Sarmiento subraya las preferencias del dirigente revolucionario en el campo de la poesía: Pablo Neruda, León Felipe, Nicolás Guillén y César Vallejo.
“Por amor a la gente, despreciaba las cosas (…); Vivir es darse, creía; y se dio”, escribió Eduardo Galeano sobre el Che. El cuento va pergeñando trazos de la personalidad y el pensamiento de Ernesto Guevara de la Serna; una de las fórmulas ideadas por el autor es el intercambio con otros personajes, a los que Guevara va encontrándose en el relato. A Enrique Oltuski Ozacki, coordinador del Movimiento 26 de Julio en la provincia de Las Villas, le espetó: “La Revolución se debe llevar a cabo, desde el primer momento, en una lucha de vida o muerte contra el imperialismo”; Oltuski, quien ejercería como ministro de Comunicaciones tras el triunfo revolucionario, defendía en el diálogo con el Che posiciones más moderadas. La audacia del viajero, médico y luchador internacionalista deja entreverse en la “conflictiva relación” con Mario Monje, uno de los fundadores y secretario general del Partido Comunista de Bolivia: “¿Por qué no empiezas –le pregunta Guevara- una guerra de guerrillas en Bolivia? Tienes miedo, ¿no es cierto?” Cuando el “gato” Rodríguez le detalla en las horas finales su origen y trayectoria como agente de la CIA, el Che le responde con un displicente “ja” (en un artículo de abril de 2015 el periódico Granma recordaba actuaciones posteriores de Rodríguez Mendigutia, como torturador en la guerra de Vietnam o la implicación en el escándalo Irán-Contra).
La síntesis política con la que el Che Guevara de Muñoz Sarmiento se presenta al lector es la de guerrillero e internacionalista. Le convirtieron en ello, “al filo del tiempo, esos dos yoes que se me peleaban dentro, el socialudo y el viajero”, dice en el cuento publicado por Dyskolo. El 29 de diciembre de 1951 el Che inicia, con 23 años, un recorrido en motocicleta por América Latina en compañía de su amigo Alberto Granado; los destinos marcados en el plano son Chile, Perú, Colombia y Venezuela. En 1953 se gradúa en medicina y comienza una segunda travesía por el continente. Un año después ya se enrola en la resistencia que en Guatemala apoya al gobierno de Jacobo Arbenz, frente al golpe de estado del coronel Castillo Armas y la CIA.

Enric Llopis

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