Los sucesos del 29 de octubre de 1956 fueron silenciados por la prensa internacional. Ese caso nunca se discutió en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), ninguna voz se alzó para condenarlo en el Congreso estadounidense
Durante la tiranía batistiana, en Cuba no existió un Estado de derecho. Ante el atentado a un alto personero del régimen, el sátrapa y sus compinches reclamaban venganza y no los iba a detener la inmunidad diplomática. El 29 de octubre 1956, después del mediodía, comenzaron a llegar a los alrededores de la Embajada de Haití carros patrulleros. Luego, de acuerdo con el relato de un testigo excepcional a un periodista de la época, llegaron en un mismo automóvil, escoltado por otros dos patrulleros, el brigadier Rafael Salas Cañizares, jefe de la Policía Nacional, acompañado del coronel Orlando Piedra.
Ambos sabían que ninguno de los diez asilados estaba involucrado con el reciente atentado, pero lo que les importaba era «dar un escarmiento», como cuando en el Moncada se asesinó a prisioneros. Cuando se cercioraron que dentro de la embajada no se hallaban los representantes de la nación francocaribeña, Salas ordenó el avance de sus hombres. Encabezándolos, traspasó la entrada. Violaba así los convenios sobre inmunidad diplomática y asilo político suscritos con Haití y tratados internacionales de los cuales Cuba era signataria. Pero él, Salas Cañizares, estaba por encima de la ley.
Se dirigió hacia la puerta de servicio. En la cocina de la mansión halló a la sirvienta. «¿Dónde están?», inquirió. La aterrorizada mujer señaló con el índice la puerta del garaje. De ese local, donde se habían acomodado los últimos cuatro asilados, salía en ese instante Secundino Martínez, El Guajiro. Entretanto, Salas se dirigía hacia el garaje.
Según relatara un testigo excepcional, el brigadier disparó primero. Secundino, al recibir los impactos, cayó lentamente pero ya había sacado el arma que llevaba siempre escondida en su ropa. El Jefe de la Policía batistiana protegía el pecho con un chaleco antibalas pero su abdomen quedaba indefenso. El Guajiro, agonizante desde el suelo, apretó el gatillo. El esbirro se derrumbó, mortalmente herido, ante el estupor de los subalternos.
Ya la jauría había entrado en la mansión diplomática disparando y profiriendo alaridos. Solo Secundino, de los diez asilados, estaba armado. Los restantes jóvenes revolucionarios fueron acribillados y en escenas que prefiguraron las de Humboldt 7, seis meses después, sus cadáveres sanguinolentos fueron arrastrados por las escaleras hacia el jardín, donde yacían los restos de los cuatro del garaje.
Rápidamente el régimen accionó su aparato propagandístico y según afirmaba, los diplomáticos haitianos habían pedido la intervención de la policía. En un encuentro con la prensa del oficial al frente de las investigaciones, un reportero le preguntó si Salas había actuado por instrucciones de Batista. El vocero se atuvo a las instrucciones: «Eso es lo que dice la nota». Santiago Rey, ministro del gobierno, resultó más explícito: «Si lo que necesita tu revista es una confirmación, pon ahí: sí, yo lo confirmo».
La embajada de Haití citó entonces a una conferencia de prensa. Gustavo Borno, segundo secretario y encargado interino de negocios, negó la versión del gobierno: «La embajada fue violada por la policía. La situación de los refugiados en ella era muy clara. Seis contaban ya con el salvoconducto de las autoridades cubanas. Los otros cuatro estaban con aprobación nuestra… Era como si estuvieran en Haití».
El embajador haitiano Jaques Françoise intervino: «No es cierto, como se ha dicho, que en esta residencia hubiera un campamento de armas. Tampoco es verdad que se llamara a la policía».
Llevaron a los periodistas a un recorrido por la sede diplomática y demostraron in situ que era imposible que los disparos procedentes del garaje pudieran alcanzar a alguien en la puerta principal. Tampoco podían impactar a alguien situado junto a la puerta de servicio. A menos que las balas desafiaran las leyes de la Física.
Los sucesos del 29 de octubre de 1956 fueron silenciados por la prensa internacional. Ese caso nunca se discutió en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), ninguna voz se alzó para condenarlo en el Congreso estadounidense.
Pedro Antonio García | internet@granma.cu
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