lunes, 13 de junio de 2016
La OEA, esa entelequia momificada
Apartada como mueble desencolado en una esquina de la historia interamericana desde los albores del siglo XXI, la OEA era una ficción casi olvidada gracias al avance de gobiernos progresistas que oxigenaron con aires de integración la atmósfera regional.
Con el advenimiento de la Revolución bolivariana en Venezuela tras el triunfo electoral de Hugo Chávez el 6 de diciembre de 1998, la Organización de Estados Americanos (OEA) comenzó un declive vertiginoso y en contraste un nuevo panorama socioeconómico y cultural se fue imponiendo en pocos años con inéditos y efectivos instrumentos en las novedosas relaciones latinoamericanas y caribeñas.
Lo que más molestó a los neoliberales desplazados del poder político fue que la ola progresista trajo una independencia colectiva de nuevo tipo caracterizada por una institucionalidad que dejaba fuera del radar a Estados Unidos y ese organismo, y se concentraba en organismos de colaboración muy sustentable.
Entidades como el Mercado Común del Sur, Unión Nacional del Sur (Unasur), la Alianza Bolivariana (ALBA), Petrocaribe, la Asociación de Estados del Caribe (AEC) y en especial la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), establecieron nuevas redes de conexión y convirtieron en obsoletos los mecanismos interamericanos creados por Estados Unidos desde el siglo pasado tributarios de la OEA.
Sin embargo, el tinglado interamericano no fue desmontado en estos 16 primeros años de centuria, y tal vez primó la falsa idea de que desempeñaban un papel formal de interlocución institucional con Estados Unidos y Canadá.
De hecho, la estructura interamericana quedó intacta aunque con su operatividad reducida al mínimo como se evidenció en numerosas ocasiones cuando intentaron infructuosamente usar la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra Cuba, Venezuela y otros países.
A Luis Almagro, como nuevo testaferro de la OEA, le ha tocado la tarea de desenfardar a esa entelequia, y lo hizo de la peor manera posible al tratar de imponer la aplicación de la Carta Democrática a Venezuela en preparación del terreno para una presunta decisión militar a posteriori, violando procedimientos ejecutivos para decisiones de ese tipo.
Ese solo expediente de transgresor consciente de los estatutos sería motivo suficiente para que el Consejo Permanente de la OEA examinara nuevamente las prerrogativas limitadas de un secretario general de la entidad.
Hoy, en República Dominica, esa entidad vuelve a los titulares de diarios con su 46 Asamblea Ordinaria en la que, para pesar de Almagro, no aparece en agenda el tema de la Carta Democrática contra Venezuela propuesta por él, después de su fracaso en la reunión de presentación en Washington el mes pasado, aunque insistió que será tratado el 23 de este mes en una reunión en Estados Unidos.
Almagro, un trepador político que fue canciller de un gobierno progresista en Uruguay, está entre quienes creen que con el gobierno de Mauricio Macri y el impeachment a Dilma Rousseff, se rompió el eje de los procesos de integración en América latina en el cual Brasil y Argentina eran soportes fundamentales.
La idea de Estados Unidos proclamada durante la visita de Barack Obama a Buenos Aires en marzo pasado, es que el gobierno de Macri se convierta en referencia central del neoliberalismo en América latina, lo cual es un imposible político y moral para una administración que pierde apoyo y credibilidad y enfrenta acusaciones de corrupción relacionadas con paraísos fiscales.
En esa misma línea, las presiones por concretar el golpe de Estado en Brasil, sacar definitivamente a Dilma de la presidencia y cerrar el camino al Partido de los Trabajadores en una eventual reelección de Luiz Inacio Lula Da Silva, son presentadas por la derecha latinoamericana como un pretendido giro histórico.
Sin embargo, a pesar de los retrocesos en Argentina y Venezuela donde las fuerzas más retrógradas se apoderaron coyunturalmente de la Asamblea Nacional, ni el golpe de Estado en Brasil, ni la negativa a una necesaria reelección de Evo Morales, ni mucho menos la obligada elección en Perú de un presidente neoliberal, son elementos suficientes para admitir que tal giro está concretado o es irreversible.
Lo claro es que la batalla en esta feroz lucha de clases está en un punto decisivo y es la causa por la cual Estados Unidos intenta revivir a la OEA, una entelequia momificada, para devolverle el protagonismo en un escenario idílico en el que tendrían que desaparecer Mercosur, Unasur, Celac y todas aquellas instituciones realmente integracionistas.
La OEA nunca jamás podrá representar a América Latina y el Caribe por mucho que intenten hacerlo Estados Unidos y testaferros como Almagro pues ninguna reforma podrá cambiar su naturaleza ni su historia.
Para ello, tendría que producirse el milagro expresado por José Martí y parodiado por Raúl: primero se unirá el mar del Norte al mar del Sur y nacerá una serpiente de un huevo de águila.
Luis Manuel Arce Isaac
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