sábado, 30 de enero de 2016

Imitemos ¡No! Copiemos ¡No! Creemos




Foto personal de José Martí cuando tenía 18 años y fue deportado a España.

Nuestro Héroe Nacional alertó sobre el gravísimo error de actuar en Cuba y Nuestra América tomando a Estados Unidos como el modelo a seguir

“Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento.—Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad.
Y si hay esa diferencia de organización, de vida de ser, si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan?
Imitemos. ¡No! —Copiemos. ¡No! —Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos. —Creemos, porque tenemos necesidad de crear. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?
Las leyes americanas han dado al Norte un alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Mal­dita sea la prosperidad a tanta costa!”
José Martí

***

Desde muy joven, José Martí acostumbraba a escribir en cuadernos los más variados apuntes y comentarios acerca de lecturas que llamaban su interés o de diversas ideas que acudían a su mente y que, a menudo, indicaban asuntos tratados o incluidos en escritos que publicara posteriormente. Agru­pados tales textos por los editores de sus obras bajo el nombre de Cuadernos de Apuntes, ellos han cobrado creciente im­por­tancia para los estudiosos, quienes valoran precisamente en sus frecuentes brevedad e incompletez en el desarrollo de un asunto no solo el posible punto de partida para el análisis de mayor envergadura y acabamiento, sino también las fuentes directas o indirectas de su pensamiento, y, sobre todo, el proceso de formación de su pensar y de su creación literaria, como puede apreciarse en los tantos poemas y versos sueltos en ellos incluidos.
El apunte inicial es uno de los primeros en el cuaderno que ha sido numerado como el uno por contener apuntes escritos, sin duda, durante su primera deportación a España entre 1871 y 1874, dadas las abundantes referencias a los estudios que cursó entonces en la metrópoli.
Los estudiosos de la obra martiana han citado más de una vez estos precursores apuntes de lo que serían los temas y puntos nodales de su ideario a lo largo de su vida, y en los que nos muestra, además, las notables madurez y perspicacia de aquel jovencito.
Uno se pregunta qué llevó al entonces estudiante Martí a escribir tal apunte. ¿Se trataría de algún ejercicio o una reflexión surgida de alguna lectura mientras cursaba Derecho en la Universidad? ¿Era la respuesta a algún texto periodístico que postulaba ideas contrarias a las suyas? ¿Sería para desarrollar el tema en el Ateneo de Madrid a cuyos debates solía acudir con frecuencia? ¿Estaba redactando una carta que no ha llegado a nosotros?
No dejan de llamar la atención al lector contemporáneo lo bien hilvanado de su argumentación, la corrección y énfasis de una redacción que hace pensar en un destino oratorio, y, sobre todo, la marcada originalidad estilística y conceptual. Hay tanto vigor, elegancia y fuerte convicción en ese texto que parece surgido de la mano de un escritor de larga ejecutoria.
Es notable, pues, la derivación argumental que hace el joven Martí desde una comparación entre lo que hoy llamaría­mos los rasgos de identidad de la nación estadounidense y de la nación cubana en plena formación hasta el final enjuiciamiento crítico del vecino del Norte.
Si el primer y el segundo párrafo establecen ese contraste entre ambos pueblos sobre la base de la psicología social en la esfera de los sentimientos de lo espiritual, la pregunta con que cierra el segundo (“¿cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan?”) deja planteada la consecuente necesidad contrastante también al ámbito de las leyes, de lo jurídico y, por extensión, de la organización del Estado. Y, por cierto, no puede dejarse de advertir la idea implícita a un Estado nacional, cubano, independiente, no colonia de España, con su propio sistema legislativo.
El tercer párrafo remarca ese punto de vista y hace expreso el llamado a lo original, a lo propio, frente a la imitación y a la copia, procedimientos rechazados con enfáticos signos de admiración. Por eso el joven deportado emplea a continuación un verbo que sería frecuente a lo largo de su obra: se ha de crear, es decir, de aportar lo nuevo, lo distinto, lo apropiado a las características del pueblo cubano, enfrascado por esos años en la tremenda contienda de los Diez Años.
El párrafo de cierre va más allá y ofrece el enjuiciamiento crítico sobre Estados Unidos desde un basamento ético, ese condicionamiento permanente de la vida y las ideas del Maestro. Prosperidad y corrupción son elementos antitéticos para Martí, al punto de llevarle a maldecir semejante maridaje. De ahí derivan, en consecuencia implícita, dos puntos esenciales en cuanto al sentido del término prosperidad para Martí. Frente al ya para esa época dominante criterio de asociar la prosperidad exclusivamente con los bienes materiales —cuyo predominio conduce a la metalificación espiritual, o sea, al predominio del afán de enriquecimiento—, el estudiante universitario cubano se plantea, de hecho, un concepto de prosperidad que no debe ni puede quedarse estancado en ese terreno sino que ha de incorporar también, como diría tantas veces en sus escritos posteriores, el costado espiritual, los valores morales, la ética humanista de servicio que siempre presidió su conducta y su pensamiento.
Y, al mismo tiempo, nos ofrece ahí la clave de cómo arribó a Estados Unidos en 1880 y residió allí durante tantos años alertando en todo momento acerca de los peligros no solo de los intereses expansionistas de aquella sociedad, sino del gravísimo error de actuar en Cuba y Nuestra América tomando a ese país como el modelo a seguir.
El hombre maduro, pleno, que solemos conocer, se manifiesta pues, en estas brillantes reflexiones juveniles de José Martí, siempre fiel a su postura ética, a su sentido de entrega, y a su liberador proyecto de perfeccionamiento social e individual, que con constancia y originalidad hemos de seguir en nuestros días si queremos una Cuba libre, verdaderamente próspera, con todos y para el bien de todos.

Pedro Pablo Rodríguez | internet@granma.cu

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