domingo, 19 de mayo de 2013

En el aniversario 118 de la muerte de José Martí: El apóstol de Cuba




«Les hubiera enternecido el arrebato del campamento de Maceo y el rostro resplandeciente con que me seguían de cuerpo a cuerpo los hijos de Santiago de Cuba».

Carta de José Martí a Carmen Miyares de Mantilla, Altagracia, 9 de mayo de 1895

SANTIAGO DE CUBA.— Atrás habían quedado el caserío de Cajobabo y la impresionante imagen de la Loma del Peladero. Aquella playita en forma de herradura resultó angosta y compleja para los tripulantes que acompañaban a Martí y Gómez en su desembarco por aquel sitio, cerca de las diez y media de la noche del 11 de abril de 1895.
Mientras admiraba la naturaleza oriental y conocía los lugares donde se había iniciado la lucha en la Guerra Grande, Martí y sus compañeros acampaban en las casas de patriotas, en tupidos bosques o cuevas, durante jornadas donde el cansancio hacía perder la línea temporal entre el día y la noche; y todo aquello quedaba plasmado con letra nerviosa en su Diario de Campaña.
Escribía a lápiz, sobre monturas, hamacas o el sombrero y luego corregía con tinta, tachaba, precisaba, casi haciendo una escritura paralela. El Maestro tomaba los escasos minutos de descanso para describir su personalísima visión sobre los acontecimientos de los que se sentía un privilegiado testigo.
Ya el Apóstol había entrado en contacto con el alma de Santiago a través de algunos de sus ilustres hijos. Los hermanos Maceo, Guillermón Moncada, Quintín Banderas, Flor Crombet, Enrique Collazo, Mayía Rodríguez, Emilio Bacardí, Antonio Bravo Correoso, Victoriano Garzón, Joaquín Castillo Duany y José Joaquín Tejada, entre otros, merecieron de él profundas y fervorosas palabras de elogio, así como lo motivó el bravío terruño que los vio nacer.

Horas santiagueras

Cuando todavía recordaban los disparos del combate de Arroyo Hondo, en el que Periquito Pérez y José Maceo lucharon contra las tropas del español Joaquín Bosch, que pretendían emboscar al pequeño grupo de expedicionarios, Martí y Gómez se abrían camino por Vuelta Corta, un meandro del río Iguanabo, y establecieron campamento en la zona de Filipinas, antigua jurisdicción de Guantánamo, que hoy pertenece al santiaguero territorio de La Maya. Era el 27 de abril.
Permanecieron acampados tres días en los alrededores, mientras el Apóstol atendía su «trabajo al sol», como le llamara. Redactaba circulares y cartas sin dejar un minuto para el descanso; lo confirma en una misiva a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, fechada el 30 de abril: «En las sombras de una segunda noche de continua vela» y más adelante lo reafirma: «Doblado a la faena, ni para pasear el campamento una vez he tenido lugar».
El 1ro. de mayo continuaron camino por la zona de Aguacate, en las antiguas tierras de Ti Arriba, área fértil de producción azucarera, cafetalera y siembras intercaladas de cacao y frutos menores, que inspiró elogiosas palabras de Martí: «El sol brilla sobre la lluvia fresca; las naranjas cuelgan de sus árboles ligeros: yerba alta cubre el suelo húmedo: delgados troncos blancos cortan, salteados, de la raíz al cielo azul, la selva verde: se trenza a los arbustos delicados el bejuco, a espiral de aros iguales, como de mano de hombre, caen a tierra de lo alto; meciéndose al aire, los cupeyes: de un curujey, prendido a un jobo, bebo el agua clara: chirrían, en pleno sol los grillos».
Poco después llegaron a Kentucky (hoy Quintoque), cafetal del español Pezuela, donde Gómez y Martí se reunieron con el veterano coronel Benigno Ferié, y aunque no pasaron allí la noche es considerado por muchos historiadores como un campamento; como vestigios de su paso por el lugar quedan, tapados por la tierra, los secaderos de café descritos por el Apóstol.
Los diarios de Martí y Gómez difieren sobre la estancia en aquel sitio. Los autores Mayra Beatriz Martínez y Froilán Escobar afirman que los mambises durmieron en el campamento de La Prudencia en la noche del 1ro. al 2 de mayo, y la siesta de dos horas o «descanso corto» (expresión martiana) ocurrió en el Kentucky en la tarde del día 2, y no el 1ro., como afirma Martí en su diario.
Ciertamente durmieron en La Prudencia, propiedad del «español malo» Luciano García que «huyó a Cuba» (como se conocía entonces a la jurisdicción de Santiago de Cuba). Sobre el lugar existe cierta confusión, porque Martí lo llamó Demajagua, denominación común para hatos y corrales, término que paulatinamente fue cambiando hasta darle nombre al río Majagua, cerca del enorme paredón de Sierra Loreto, entre Aguacate y San Alejandro.
Estas incongruencias resultan previsibles debido al desconocimiento de Martí de la toponimia local.
El campamento de La Prudencia es el número 14 en el recorrido hacia Dos Ríos y el primero que se recoge en la historiografía como estancia de Martí, Gómez y sus acompañantes en Santiago de Cuba.
El 2 de mayo parten hacia Jarahueca, poblado del antiguo término de Alto Songo; avanzan frente al paredón de Sierra Loreto, Yerba Guinea, San Alejandro, Kentucky, Olimpo y Sabanilla.
En Leonor o Alto de Santa María hacen campamento, que se presentaba como excelente, porque desde ese lugar se dominaba visualmente la zona. Allí Martí se reúne con el corresponsal del New York Herald, George Eugene Bryson, quien venía con noticias de los planes anexionistas de España, que prefería entregar a Cuba a Estados Unidos antes que reconocer su independencia.
Tras trabajar todo el día 3 en el manifiesto antianexionista para el rotativo norteamericano y luego de una reunión en casa de Benigno Ferié en su cafetal de Las Mercedes, Martí regresa a donde estaban los mambises acampados, posiblemente una edificación en la finca San Alejandro, en la que el Apóstol busca resguardo contra el frío en la cocina, donde le tenían separada una hamaca. Allí, cerca de la una de la madrugada, entre el cansancio y la somnolencia, Martí no olvidó el afecto de los sencillos hombres que le acompañaban y recuerda que «un soldado me echa encima un mantón viejo».

5 de mayo de 1895: tres jefes, una sola pasión

Antonio Maceo sabía, por su hermano José, de la presencia en la guerra de Martí y Gómez, y deseoso de encontrarse con ellos pensó en Jagua de Bucuey como sitio para el encuentro. Su impaciencia pudo más y los alcanza en La Prueba y los conduce «al ingenio cercano, a Mejorana». Para el Apóstol la figura de Maceo no pudo pasar inadvertida: «De pronto, unos jinetes. Maceo, en un caballo dorado, en traje de holanda gris: ya tiene plata la silla, airosa y con estrella».
El encuentro en aquella casa del actual San Luis, el 5 de mayo de 1895, ha dado riendas sueltas a múltiples versiones.
Lo cierto es que no contamos con la visión de un testigo, pero sí con un único testimonio de los tres que participaron: el de Martí, sobre algunos de los supuestos resultados de aquella entrevista. Allí no se declaró a Martí presidente de la República en Armas, como se ha contado en algunos libros, en los que a veces erróneamente se ha colocado una imagen de los tres jefes acompañados por varios mambises en aquella morada.
En un primer momento, a Martí le llama la atención que Maceo y Gómez hablen bajo muy cerca de él; pronto lo llamaron cerca del portal de la casa donde se encontraban. Maceo difiere con Martí en la forma de Gobierno; el Titán de Bronce prefería una junta de los generales como máxima autoridad. Esto resultaba inaceptable para Martí.
Ni siquiera la contundencia y verbo encendido de Martí podían convencer a Maceo, tanto que el Apóstol reconoce que no podía desenredarle la conversación. Martí sabe que Maceo lo equipara con la continuación del Gobierno leguleyo del 68.
En el almuerzo Maceo fuerza a retomar el tema porque debía cabalgar seis horas hacia Santiago de Cuba, situación que incomodaba a Martí; le repugnaba la opulencia del almuerzo y sobre todo que se le marcara como «defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar». Para Martí el asunto no debía estar en la mesa, pero mantenía firme su criterio de que el ejército fuera libre «y el país, como país y con toda su dignidad representado».
En aquella reunión de La Mejorana, para el Apóstol la mayor preocupación resultaban las lesiones que estas divisiones pudieran provocar a los intereses de la patria y no esconde su desconcierto cuando escribe antes de dormir en una zona fangosa cercana al lugar, mientras las tropas de Maceo esperaban en el Hondón de Majaguabo (San Luis): «Y así como echados, y con ideas tristes, dormimos».
Al día siguiente, Maceo le presentó su tropa al General en Jefe Máximo Gómez y al Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Era tácito que la unidad estaba por encima de todo.

Rumbo a dos ríos

El día 6 de mayo Martí habló a la tropas de Maceo y no pudo ocultar su impresión de aquel hecho: «¡Qué entusiasta revista la de los tres mil hombres de a pie y a caballo que tenía a las puertas de Santiago de Cuba!», escribe a Carmen Miyares. Pasan la noche en el campamento de Jagua.
Al amanecer del 7 de mayo salen por el río Mijial, afluente del Báguano, en la denominación del término de Palma Soriano y que hoy se ubica en el municipio de Mella. El capitán mambí José Zefí le cuenta, mientras divisan el trayecto a Palma Soriano, cómo trajo por ese camino a Martínez Campos para la reunión con Maceo en Mangos de Baraguá y cómo el español regresó colorado como un tomate y tiró el sombrero ante la actitud inclaudicable del Titán.
Pasan cerca de Baraguá, hasta salir a la Sabanilla de Pinalito (en el actual San Luis).
Llegan a la zona de Hato Enmedio (o Hato del Medio). Cuando acamparon en el lugar, Gómez le cuenta que allí perdió a 500 de sus hombres en la Guerra de los Diez Años, por motivo del cólera. El día 8 se trasladan a un campamento a una altura vecina del mismo territorio.
El día 9 salen a Sabana de Bio, en las cercanías de Mangos de Baraguá, atraviesan el río Cauto, pasan el caserío de Arroyo Blanco (en el actual Contramaestre) para hacer noche en Altagracia de Venero, último lugar en tierras santiagueras donde estuvo el más universal de los cubanos, en casa de Manuel Venero, donde se albergan con el coronel Miró Argenter y su tropa de Holguín.
Martí llama la atención sobre el cariño que le muestran hombres y mujeres de la manigua; sin embargo ya había manifestado su desagrado público ante el gesto de algunos de llamarle Presidente. En una ocasión, mientras se discutía cómo se le debía llamar, alguien de la fuerza de Bartolomé Masó le llamó presidente, lo que levantó la incomodidad de Gómez, y Miró Argenter, en actitud conciliatoria en medio del debate, advierte que esa expresión nacía del corazón de la gente, del pueblo y no se le podía parar.
Escribió entonces Martí: «El espíritu que sembré, es el que ha cundido, y el de la Isla, y con él, y guía conforme a él, triunfaremos brevemente, y con mejor victoria y para paz mejor». Pero antes de dormir en Altagracia destaca en su diario que le preocupa la incomodidad de algunos de los líderes de la guerra porque le llamaran presidente, ya que estos elementos atentaban contra la unidad de los cubanos.
El día 10 siguen avanzando rumbo al Sur y acampan en Travesía, donde en el camino, al ver la crecida del Cauto, escribe: «Y pensé de pronto, ante aquella hermosura, en las pasiones bajas y feroces, del hombre». El día 11 cambian campamento hacia mejor lugar en el mismo Travesía.
En carta del día 12 en La Jatía a Antonio Maceo dice: «Mientras escribiré largo al generoso José, que ya no se nos saldrá del corazón agradecido, y a la ferviente y viril juventud de Santiago».
Así fue el paso de José Martí por Santiago de Cuba. Una historia en la que aún queda mucho por ahondar, para así tener más cerca al Maestro.

Cubadebate

No hay comentarios: