sábado, 6 de junio de 2009

Palabras en la despedida de duelo de Celia Hart Santamaría




Querido Hart, compañeros compañeras, amigos y camaradas de Celia:

Porque hoy su padre no puede, y a pedido de él, me atrevo a decir unas breves palabras con la esperanza de que sirvan para despedir los restos de Celia María y Abel Enrique, hasta que, pasadas estas horas de desconcierto por la dolorosa sorpresa, podamos reunirnos a hablar de ella, de ellos, en un espacio donde el recuerdo de los buenos momentos y las mejores ideas suplante la certeza de la muerte.
No puedo decir mucho de Abel Enrique, porque apenas lo conocí. Sé, por lo que me han dicho su padre y su hija, que se graduó de abogado con notas brillantes y que su tesis forma parte de los textos de estudio en la carrera.
De Celia puedo decir más. Puedo decir que es la mejor síntesis de la Revolución. Así la recordaremos siempre quienes la conocimos y la quisimos en los trajines de la lucha que nos unió como una familia en torno a la causa de los Cinco.
Ella es la Revolución. Un Revolución alegre y divertida, compleja y discutidora, inconforme y rebelde. Fiel y apasionada. Fidelista.
Hay que recordar que cuando se abrieron tantos debates complicados y confusos sobre Cuba fuera de Cuba, Celia salió a defender la Revolución con su estilo y a su modo. Y se insertó con voz propia, aunque solitaria, en un fuerte debate mundial, ganándose el respeto, cuando no la admiración, de cientos de militantes de la rebeldía en cualquier esquina del planeta. Ella habló por nosotros con tanta belleza como argumentos. Y se ganó un espacio que hoy tiene reconocimiento en América Latina y Europa con similar fuerza.
Quizás por haber estudiado Física, Celia comprendía mejor los fenómenos de la naturaleza y su relación con las sociedades. Como también comprendía, por haberlos vivido de cerca, los males que derrumbaron al socialismo en Europa del Este.
Recuerdo todavía que lo primero que escribió en estos años fue una maravillosa crónica sobre un ciclón que pasó por Cuba. Sí, ella era capaz de mezclar los ciclones con la política y hacerlo de un modo impresionante, apasionado y convincente.
E insisto, ella creía en una Revolución alegre, de colores y matices diversos. Y fue una aguda crítica de lo chato, de lo gris, de la burocracia y de lo aparentemente perfecto.
Quizás las palabras que mejor resumen la guía de su corta y apasionada vida sean las que afirman que el deber del revolucionario es hacer la Revolución. Eso fue lo que hizo Celia en cada minuto de su febril existencia.
Para hacer la Revolución vivió Celia. Es lo que alcanzo a decir ahora, cuando miro y veo a mi alrededor tantos héroes y heroínas reunidos para hacer más soportable estas horas en que no podemos decir que despedimos, más bien que acompañamos a dos hermanos que se van juntos, como vivieron, queriéndose y defendiéndose mutuamente hasta el último minuto de sus vidas.
De ellos podremos hablar todos un poco más en un encuentro que seguramente haremos muy pronto, para contarnos sus recuerdos, leer sus textos y saber de todos los que en el mundo, al enterarse, escribieron cientos de mensajes hermosos por Celia y lo seguirán haciendo.
Ahora, recordando otra vez que ella fue la Revolución, que ella es la Revolución, no digo más que ¡Viva la Revolución, que viva Celia!….

Gracias

Arleen Rodríguez Derivet

La Habana, 8 de Septiembre de 2008

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