miércoles, 10 de junio de 2009
Cinco cubanos, un monstruo y una república
Dijo Martí en su testamento político que la libertad de la isla de Cuba ayudaría a preservar la moral ya dudosa de la América del Norte. Podría parecer pretencioso. Un pequeño país salvando la integridad histórica de la nación más floreciente del mundo.
Eso sucedió en el siglo XIX. Vino el feroz siglo XX. Con él la floreciente República norteamericana alcanzó los niveles más altos de desarrollo, de poder…. y de maldad.
En estos momentos pocos se recuerdan de los padres fundadores de esa emblemática nación, a no ser por las impresiones del papel moneda. Son tan engorroso los procesos de elecciones parlamentarias o presidenciales, que ya se esfuma aquella valiente República que poco antes que la revolución francesa mandó a Guillermo III a freír espárragos, y con la ayuda de La Fayette libró las más impresionantes batallas con uno de los imperios más poderosos del mundo. Nació un pueblo libre y emprendedor el cual se alistó rápido con las luces del bendito siglo XVIII europeo. Europa y sobre todo Francia resplandecían con la razón, y el pensamiento que de una buena vez colocó al hombre en el sitio de honor de la naturaleza. Entre todos estos ilustrados, Montesquieu, Rousseau, Jefferson Madison pensaron en la solución ideal para los asuntos del estado. Porque el estado debía de ser del pueblo, porque los reyes eran innecesarios, porque muchas cabezas organizadas podían más que una sola que azarosamente sin contar con que fuera lista u honrada era coronada.
Con estos aires de triunfo nace la Estatua de la Libertad. Nunca antes se organizó con más prudencia y más cultura un pueblo nuevo.
Ya no se acuerda nadie de la bella fundación de Estados Unidos, de la guerra sin cuartel contra la esclavitud. Y sobre todas las cosas de ese intocable respeto a las leyes y a la pulcritud con que sus ciudadanos reconocían los tres poderes. Fue la patria de Lincoln, paradigma de la democracia mundial, la patria donde se agolparon todas las artes y las ciencias para convertirse en punto de referencia obligada. El país donde Whitman recoció su propio canto y Chaplin nos hizo llorar con amplia sonrisa.
Este es el pueblo trabajador y culto que está siendo secuestrado por el lado oculto de la Luna. Sí amigos, porque esta Luna también tiene su lado oculto que descubrió Martí viviendo en ella. Martí no llamó Monstruo a ese país de irlandeses laboriosos que hicieron de esa tierra su patria y en un par de siglos solamente dieron su vida por ella. El monstruo que espantó a nuestro Maestro no fueron las calles pobladas de la New York agitada, ni la temprana luz eléctrica, ni la pujante clase obrera exiliada que encontró fuente de empleo en ese país para ayudarlo a organizar el primer partido de trabajadores que incluía a todo buen propósito como era la independencia de Cuba, Puerto Rico y mucho más.
El Monstruo fue ese corrupto devorador de sueños que se alimentaba de capitales inciertos y de ansiedad paranoica de poder. El que siendo el país donde se respiraba todavía los aires de libertad confiscó los intentos de independencia de su pequeña vecina al confiscar el plan de la Fernandina y que quiso desde entonces dominar a la sureña América a través de la moneda. Ese Monstruo silenciosamente fue devorando todos los cimientos de la ilustración. Ya no había Martí viviendo en él para señalarle el peligro.
Y marchamos así al siglo XX donde continuó su necesidad de poder. A estas alturas ya está enferma la noble Republica de Lincoln. Ya el poder ejecutivo en manos de sus más torpes traidores envenena al poder judicial y al legislativo. Ya esas luminosa nación va convirtiéndose en un gigantesco Guillermo III, que se vuelven inútil para proteger a su gente de los ataques bárbaros del terrorismo y a lo único que atina es aterrorizar más y más. Se mueven en la oscuridad con discursos tenebrosos e infantiles. Y abuchean a la hermosa estatua de la libertad que un día de éstos apagará su antorcha y caerá sobre el mar llena de espanto.
¿Y entonces ahora? Ya parece el fin. Terroristas acabando con ciudades, guerras histéricas con argumentos tan pueriles que ni para guión de cortos infantiles pueden servir... Discursos vacíos y tenebrosos, amenazas incoherentes. Fanatismos propios de la Edad Media y no de la nación libre y feliz que se desprendió de Inglaterra y forjo los poderes en una Constitución. Sólo nos faltan las ratas de la peste bubónica y la hoguera para los que habitamos en “rincones oscuros del mundo”. Nada parece salvarla…
Pero sí. De manera misteriosa cinco jóvenes cubanos conocieron al Monstruo, y conocieron también a la moribunda República. Estos cinco hombres se lanzaron de bruces para cuidar como adultos responsables que las organizaciones terroristas y macabras que nacieron del Monstruo no hicieran más daño. No necesitaron robar informes, ni andar como saltamontes escamoteando la autoridad norteamericana. Ellos sólo veían lo que estaba a la vista de todos y nos avisaban si nos querían herir o matar. Estaban sumergidos en la peor de las entrañas sufriendo la pestilencia de sus horrores. Y cuando salieron estaban más limpios y más enamorados.
Ahí están los cinco cubanos que confían en la Republica del Norte que alberga a ese pueblo maravilloso al que tienen infestados con tanto hedonismo y estupidez. Véanlos, parecen que han combatido al lado de la Fayette para expulsar la opresión de su pueblo. Ellos lo han dicho en sus alegatos, esos alegatos que algún día estudiaran con orgullo los niños felices y libres de la República. Ellos están dispuestos a hacer por la Patria Norteamericana lo mismo que por la nuestra, porque están dispuestos a volver a ensuciar sus ropas en otras organizaciones que viven del odio y del terror. Porque están dispuestos a salvar a New York y están dispuestos a salvar las estaciones de trenes de Madrid. Porque son hijos de la libertad, porque de alguna manera las palabras proféticas del Apóstol viene a redoblar con impresionante cadencia las campanas del nuevo siglo. Porque quizás en Cuba sea donde más se quiera y se necesite a la América del Norte. Lo más trascendental que harán mis cinco hermanos no es haber defendido a nuestros pueblos del terrorismo. Están defendiendo el honor de la República que ya es más que dudoso. Les están ofreciendo sus años de libertad para que despierte, para que abra los ojos y espante al Monstruo, les están diciendo al poder judicial Stop con la contaminación perniciosa del ejecutivo para el cual los hombres, los pueblos y el amor representan un frío voto electoral.
Esa es la contribución que misteriosamente dijo Martí que haríamos. Vuelve Cuba a necesitar del honor de la República y del decoro de sus letrados... ¡Ah Jueces del Onceno Distrito de Atlanta! tienen la Constitución en sus manos y el prestigio de vuestra hermosa Patria en sus veredictos. ¡Sálvenla! El alma de mis hermanos ya está salvada, con sus sentencias justas estarán salvando el alma de la América del Norte. Háganlo en nombre del 4 de julio. Vean bien señores jueces allá en lo alto, en la punta de la Antorcha de la Estatua de la Libertad hay cinco luces tenues, no las apaguen. En esas luces yace parte del honor de la República que el mundo está necesitando para ser feliz.
Celia Hart
07-07-2004
Rebelión
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