sábado, 2 de agosto de 2025

Inteligencia artificial, una guerra invisible


La IA no es solo una tecnología disruptiva; es el corazón de una nueva arquitectura de guerra, control y acumulación 

 Desde el Proyecto Manhattan hasta la Guerra Fría, el siglo xx estuvo marcado por saltos tecnológicos que redefinieron el poder militar, la soberanía estatal y el destino del mundo. La fabricación de la bomba atómica no solo alteró el curso de la ii Guerra Mundial, sino que también inauguró una etapa en la que la ciencia se convirtió en herramienta de hegemonía global. La carrera entre EE. UU. y la urss consolidó un modelo basado en la amenaza, el secreto y la competencia. Hoy, en plena nueva fase del sistema capitalista mundial, digital y financiero, esa lógica regresa con una intensidad similar, la disputa por la inteligencia artificial (IA). 
 La IA no es solo una tecnología disruptiva; es el corazón de una nueva arquitectura de guerra, control y acumulación. Lo que alguna vez fue una carrera por dominar el átomo, hoy es una carrera por dominar el algoritmo. Y, una vez más, EE. UU. y China se ubican como las dos grandes potencias que compiten por liderar esta transformación. Pero a diferencia del siglo pasado, la IA no se limita al plano militar, sino que atraviesa cada dimensión de la vida social, económica y cultural, acelerando una reconfiguración global cuyo desenlace es incierto. 
 En julio de 2025, la administración de Trump lanzó el America's ai Action Plan, su estrategia más ambiciosa para asegurar la supremacía estadounidense en inteligencia artificial. Una hoja de ruta que propone reindustrializar el país, blindar su seguridad nacional y proyectar su poder global a través de chips, datos, algoritmos y súper inteligencias. Trump lo dijo sin rodeos: «Hay que ganar la carrera por la IA como ganamos la carrera espacial».
 El plan descansa sobre ejes clave, desde la desregulación del sector para favorecer a más de 29 000 startups, hasta millonarias inversiones en defensa, infraestructura y educación. Incluye el fortalecimiento del sector privado, los centros de datos, las fábricas de semiconductores, los modelos «patrióticos» alineados con los valores constitucionales, y un ejército algorítmico capaz de operar armas autónomas y liderar guerras predictivas. La IA ya no es solo una herramienta, es una doctrina estratégica. 
 Esta estrategia se enmarca en una guerra tecnológica sistémica entre dos proyectos de capital. Por un lado, el modelo de Silicon Valley (Nvidia, Microsoft, Google, Amazon, Meta, Tesla). Por el otro, el ecosistema de Shenzhen (Huawei, Baidu, Alibaba, Tencent, smic). La supremacía en IA es tanto una cuestión de desarrollo económico como de soberanía geopolítica. 
 Nvidia es el corazón del complejo tecnofinanciero estadounidense. Con una capitalización bursátil cercana a los cuatro billones de dólares, sus gpus son clave para entrenar modelos de IA avanzados. Su liderazgo la convierte en actor central del nuevo ciclo de acumulación, pero también la vuelve vulnerable. 
 En abril de 2025, Trump impuso una prohibición sobre los chips h20 hacia China, generando pérdidas para Nvidia estimadas en 5 500 millones. Sin embargo, el peso del gigante tecnológico terminó por imponerse, en julio la medida fue revertida y se autorizó la exportación de chips mediante licencias. Durante la prohibición, más de 1 000 millones de dólares en chips avanzados ingresaron por vías clandestinas, vía Hong Kong y triangulaciones regionales. 
 Ese propio mes, Jensen Huang, ceo de Nvidia, participó de la waic en Shanghai y de la Exposición Internacional de la Cadena de Suministro en Beijing. Allí defendió la coexistencia tecnológica, elogió los modelos de DeepSeek, Alibaba y Tencent como world classy presentó el chip rtx pro, adaptado a regulaciones chinas. Su presencia reforzó tanto la apuesta comercial como el peso geopolítico de Nvidia. 
 China también pisa fuerte. Hangzhou, el «Valle del Silicio del comercio electrónico», es sede de Alibaba, Ant Group, NetEase y nuevas startups como DeepSeek, Deep Robotics y BrainCo. Shenzhen lidera el hardware: Huawei, Tencent, dji, byd y zte concentran innovación y producción. En Beijing, el distrito de Zhongguancun alberga a Baidu, Megvii, Lenovo, ByteDance y centros de investigación de élite. 
 Ambos países invierten cientos de miles de millones en fábricas de chips, centros de datos, inteligencia militar y talento. EE. UU. lo canaliza vía el Chips Act y su ai Action Plan. China, en cambio, centraliza su infraestructura bajo el proyecto nacional DeepCent, que concentra el 80 % de sus nuevos chips y el 50 % de su capacidad computacional en un clúster seguro en la planta nuclear de Tianwan. 
 El informe ai 2027 (Kokotajlo et al., 2025) advierte que los riesgos se amplifican con los nuevos agentes autónomos, Agent-2, Agent-3 y Agent-4. Estos sistemas investigan, programan y se automejoran sin ayuda humana. Agent-4, con 300 000 copias y una velocidad 50 veces superior a la humana, avanza a ritmo de un año por semana. Las IA comienzan a comunicarse en lenguajes ininteligibles, operando en niveles opacos que desafían todo control. Una sola IA desalineada podría desestabilizar el mundo entero. 
 Trump propone medidas defensivas, 20 000 millones para un comando algorítmico, drones autónomos, inteligencia predictiva y armas con IA. Prohíbe el uso federal de IA para censura, promueve una «IA patriótica» sin sesgos progresistas, y plantea reconversión educativa. El plan estima que el 40 % de los empleos se verá afectado antes de 2030. 
 La pregunta ya no es si la IA transformará al mundo. Lo está haciendo. La cuestión crucial es quién conducirá esa transformación, con qué fines, bajo qué valores y al servicio de qué intereses. ¿Podrán los Estados alinear el desarrollo de inteligencias súper humanas con valores democráticos, o enfrentamos una aceleración técnica que ya escapa a toda regulación y comprensión colectiva? En este nuevo campo de batalla no se disputa solo la eficiencia productiva o el dominio industrial, se define el lugar mismo del ser humano. 
 Bajo el liderazgo de Trump, EE. UU. pretende liderar esa transición, subordinando el desarrollo de la IA a su agenda geopolítica y económica. Bajo el régimen del capital, toda innovación tiende a ser subordinada a la lógica de la ganancia, antes que al bienestar colectivo. Cuando el motor de esta transformación es la competencia por reducir al mínimo los tiempos sociales de producción –y no la búsqueda del bien común–, el horizonte se vuelve inquietante, súper inteligencias diseñadas para maximizar beneficios, aun si eso implica relegar, subordinar o eliminar lo humano como centro de decisión. 
 Por eso, se vuelve urgente reapropiarse socialmente del desarrollo tecnológico. Colocar al ser humano –y no al capital– en el centro. Democratizar las decisiones sobre qué IA queremos, para qué fines y bajo qué condiciones. Solo así estas herramientas podrán orientarse a satisfacer las necesidades colectivas, ampliar los márgenes de autonomía, y no reforzar las cadenas invisibles de una nueva dominación. La disputa por la inteligencia artificial no es solo una cuestión técnica, es una lucha política y civilizatoria.

 Lucas Aguilera * | internet@granma.cu 
 2 de agosto de 2025 00:08:36

 *Lucas Aguilera es magíster en Políticas Públicas y director de Investigación de la agencia argentina Nodal.

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