jueves, 24 de abril de 2025

El “legado” de Bergoglio


Pocos personajes en la historia suelen despertar la opinión unánime de los gobiernos del mundo. El recientemente fallecido “Papa Francisco”, nombre pontificio elegido por Jorge Bergoglio en marzo de 2013, lo ha logrado con creces. En medio de una escalada histórica de la guerra mundial y de enfrentamiento entre Estados a nivel militar y comercial, han lamentado al unísono la muerte de Bergoglio, tanto Zelenski y Putin, Maduro y Milei, Pedro Sánchez y Meloni, Trump y Sheinbaum, Erdogan y Pezeshkian, Ursula von der Leyen y Carlos III de Inglaterra. Todos han unido sus oraciones para despedir del obispo de Roma. 
 Su pontificado es destacado en todos los medios del mundo por sus políticas de reformas y trasformaciones dentro y fuera de la Iglesia Católica. Al cabo de los once años que duró su papado, sin embargo, la institución no ha salido de la crisis que llevó a la renuncia del predecesor de Bergoglio.
 La intempestiva salida de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) fue catalizada por una gigantesca crisis que atravesaba la Iglesia a raíz de la creciente denuncia de abusos sexuales y sus consecuentes encubrimientos, escándalos de corrupción y desfalcos de las finanzas del Banco del Vaticano; y una merma persistente de los fieles y de las vocaciones sacerdotales en todo el mundo. El diario The Independent sostuvo entonces que la renuncia de Benedicto XVI “fue meramente oportunista; ya no puede afrontar la situación. Habría sido sorprendente y valiente, hace unos años, si se hubiera ofrecido como expiación por la atrocidad ante la que había hecho la vista gorda durante 30 años: la violación, la sodomía y el abuso sexual de decenas de miles de niños pequeños bajo la tutela sacerdotal”. 
 El día de la asunción de Jorge Bergoglio como Papa, el diario El País titulaba: “La Iglesia, en espera de una revolución tranquila. Reformar el Gobierno vaticano y recuperar el prestigio, desafíos del nuevo papa”. Es que en 2012 había estallado el escándalo de los Vatileaks, a partir de la filtración de una serie de documentos secretos de la Santa Sede que involucraban al Vaticano en casos de corrupción y lavado de dinero. El alemán Ratzinger, representante del ala derechista del clero, fracasó en el intento de superar la crisis de la iglesia. Bergoglio, llegado desde “el fin del mundo”, fue ungido para cambiar el rostro, convirtiéndose en el primer papa jesuita y no europeo de su historia. Se presentó, entre otras cosas, como un cruzado contra la corrupción. Para El País, iba a ser “algo así como una revolución moderada, sin sangre ni levantamientos violentos, que salve a esta institución de la actual postración”. El fracaso del recientemente fallecido Papa Francisco es notorio en todos los ámbitos. 
Algunos han destacado como su mayor mérito detener el derrumbe de la Iglesia, aunque no revertirlo. Diversos analistas han señalado que el Papa de la “paz” y del “diálogo”, que supo sentarse a conversar con todos los jefes de Estado y con las principales figuras de otras religiones del mundo, encontró a sus principales enemigos adentro del Vaticano.
 Por caso, los escándalos financieros no tardaron en volver a aparecer bajo su pontificado. El periodista Gianluigi Nuzzi reveló, en 2019, que la mayor parte del Óbolo de San Pedro, las donaciones de fieles de todo el mundo al Papa para los pobres, era usado en operaciones financieras secretas, especialmente inmobiliarias, en lugar de ir a parar a los parias de la Tierra. Nuzzi era un defensor de Bergoglio y aseguraba que el Papa “quiere invertir la tendencia actual, que no es una herida sino una hemorragia”. Sin embargo, aseguró que “los instrumentos que tiene a disposición son insuficientes”. La conclusión de este defensor de Bergoglio, que denunciaba “un sabotaje continuo de la acción del Papa para cambiar las cosas”, era que luego de seis años de papado de Bergoglio, “la situación vaticana ha empeorado respecto de cuando Ratzinger decidió dar un paso atrás y renunciar, en febrero de 2013”. 
 Otra cruz con la que carga la Iglesia es el encubrimiento de una extensa red de pedofilia en todo el mundo, con miles de denuncias sobre clérigos y sobre aquellos que los han encubierto. Bergoglio, tras asumir el pontificado, anunció una política de “tolerancia cero” con la pedofilia y los abusos sexuales en la Iglesia. Pero la Comisión Pontificia para la Protección de Menores que creó un año después de asumir el cargo de Sumo Pontífice aseguró, en octubre el año pasado, que la Iglesia siguen sin garantizar que los abusos sexuales cometidos por clérigos se denuncien adecuadamente, a partir de un examen de protocolos en 17 partes del mundo, asegurando que encontró “una preocupante falta de estructuras de denuncia y de servicios de acompañamiento a víctimas y supervivientes” y una falta de transparencia “en los procedimientos y procesos jurídicos de la Curia Romana”. Es decir, toda la estructura sigue intacta y la impunidad sigue garantizada.
 Un tercer pilar de la crisis del catolicismo se centra en la tendencia persistentemente decreciente de la cantidad de fieles, que cae un nuevo escalón año a año. El principal declive se produjo en Europa. El cardenal Christoph Schönborn aseguró que allí “la Iglesia es vista casi como un cuerpo extraño”. En América viene perdiendo terreno con las religiones evangélicas. Bergoglio tenía intenciones de “modernizar” la Iglesia con diferentes reformas de sus tradiciones más conservadoras para que las puertas de la institución se abrieran a más fieles, sobre todo entre la juventud. Así, en los sínodos de 2023 y 2024 en Roma se otorgó el derecho a voto a las delegadas por primera vez y luego autorizó el bautismo de personas transgénero. Pero las reformas no fueron más allá. Bergoglio le negó a los obispos la posibilidad de nombrar diaconisas, no pudo avanzar en una reforma para facilitar la comunión a los divorciados vueltos a casar, ni permitir que hubiera sacerdotes casados y mantuvo la oposición de la Iglesia al matrimonio igualitario. 
 Durante su pontificado, Bergoglio trató de mostrar a la Iglesia por encima de la crisis mundial y las guerras, y aparecer como mediadora entre los diferentes bandos de cada foco de conflicto. Así lo hizo entre Cuba y Estados Unidos, entre Israel y Palestina, entre el Estado colombiano y la guerrilla del país, entre las dos Coreas, etc. Incluso llegó a forjar un acuerdo “histórico” con Pekín para nombrar conjuntamente obispos en China. Hasta hace algunos años, ciertos analistas creían que este rol de mediación y de tender puentes con Estados y religiones no occidentales era un éxito que dejaría como legado Bergoglio para las generaciones siguientes. Al momento de su muerte, sin embargo, era claro para todos que la Iglesia Católica no sólo no logró resolver ninguno de los grandes conflictos mundiales. La propia “casa de Dios” no se encuentra por encima de la crisis, sino que estaba atravesada por ella. 
 La Santa Sede es el escenario de choques entre diferentes camarillas y grupos que se disputan el poder y las finanzas, en una crisis estructural que parece no tener fin. Esas camarillas representan diferentes actores de la guerra mundial, que tiene su expresión dentro del Vaticano. Bergoglio llamó a combatir el cambio climático y a hablar en favor de los migrantes y refugiados del mundo, pero sin ir más allá de declamaciones. Eso no impidió que el papa Francisco fuera catalogado como “woke”, cuando no como “rojo” o “comunista”, por los representantes de las tendencias fascistizantes que tienen expresión dentro de la Iglesia Católica. 
 El “legado” de Bergoglio será motivo de discusiones y disputas. Entre aquellos que más han combatido su papado (y, según algunos opinadores, los que impidieron que el Papa realizara cualquier reforma real y profunda), hoy se encuentran entre los favoritos para sucederlo, como el alemán ultraconservador Gerhard Müller y el norteamericano trumpista Raymond Burke, a pesar de que Francisco nombró a la mayoría de los obispos que integran el cónclave electoral. El nombre de Burke es el que suena con más fuerza. Es decir, la próxima etapa podría encontrarnos con Trump poniendo un pie en el Vaticano. Otra ala de la Santa Sede, en cambio, se inclina por buscar al sucesor entre los aspirantes africanos y asiáticos. La estrategia de este sector para salir de la crisis seguiría siendo buscar un pontífice “en el fin del mundo”. 

 El Be 
 22/04/2025

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