lunes, 7 de abril de 2025

Un tal Jorge Ricardo


Sin percatarse, pasa de extranjero a parte de una guerrilla y, de periodista «imparcial», a recibir una orden de Fidel

 Después de mucho tiempo postergándolo, termino de leer el texto probablemente más famoso del periodista argentino Jorge Ricardo Masetti, y no hago más que pensar en aquel fragmento de la canción de Silvio Rodríguez que certifica: «La prisa lleva maravilla y lleva error, / pero viajamos sobre rueda encabritada [¿la historia?]; / he despertado en el ojo del ciclón, / cuento millones de agujeros en el alma».
 Se trata de Los que luchan y los que lloran, que bien se podría calificar, al tiempo, de crónica y reportaje sin faltarle a ninguno de los dos géneros, porque algunos estamos muy seguros de que lo mejor de ambos convive en un mismo espacio… ético y formal.
 Pensemos en Masetti a sus 28 años, siendo periodista de una radio en Argentina, en la que todo el mundo se preguntaba qué rayos ocurría en Cuba, especialmente en sus montañas orientales. 
 Las interpretaciones en el cono sur, nos contaba, aludían a que el Ejército Rebelde era una banda de niños ricos bien armados jugando a la guerra y apoyada por Estados Unidos. 
 Pensemos en 1958 y pensemos en hoy… y en las posibilidades reales que tenemos, en las actuales circunstancias, para saber lo que ocurre en las montañas de determinado país, fundamentalmente si este está en guerra. 
 Con redes «sociales» y todo lo ya casi que ni nuevo, parecería imposible escapar de lo que cuentan, entonces y ahora, las principales agencias de prensa del mundo. 
 Pero Masetti llega a La Habana, donde el terror impide que muchas puertas se abran. Después se escabulle hasta Santiago de Cuba, donde las causalidades y, más aún, las casualidades, lo llevan entre mil peligros a lo más alto de la Sierra Maestra. 
 El periodista va desmintiendo todo lo que había escuchado solo con narrar lo que ve. Sin percatarse, pasa de extranjero a parte de una guerrilla y, de periodista «imparcial» picado por la mortal curiosidad, a de pronto escuchar a un Fidel Castro que le pide, en la noche del 9 de abril, luego de que la aviación acribillara un caserío lleno de civiles y sin un solo rebelde: «Vaya usted hasta la planta transmisora e informe de todo esto al pueblo». 
 Bajará de la Sierra y volverá a La Habana, donde intentará comprender por qué fracasó la huelga general. Lo buscan para asesinarlo; sus palabras, sus preguntas a Fidel y al Che se habían escuchado demasiado nítidas por Radio Rebelde. 
 Se oculta en los casinos, en los cuales comprende y denuncia el entramado de la mafia del juego y su vínculo con el Gobierno; asume que su reportaje no ha llegado hasta Argentina, que se ha perdido, y vuelve a la Sierra, vuelve y graba, lo visten de verde, vuelve y escapa a todo; regresa a La Habana y, mientras su avión se aleja rumbo a Buenos Aires, encuentra «dentro de mí una extraña e indefinible sensación de que desertaba, de que retornaba al mundo de los que lloran…». 
 Meses después estará de nuevo en Cuba y fundará Prensa Latina. Pocos años más tarde se lo tragará la selva del norte argentino, donde ya no se llamaba Ricardo, sino Comandante Segundo. Lo había entendido todo.

 Mario Ernesto Almeida Bacallao | internet@granma.cu
 6 de abril de 2025 23:04:00

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