Las neocolonias fueron más radicales en su fe neoliberal, desde el “sinceramiento” del ministro de Economía de Isabel Perón (y López Rega) en los 70, la privatización de bienes y nacionalización de deudas de la dictadura militar, hasta los años 90 de Menem-Cavallo y del resto de América latina. La motosierra volvió con Mauricio Macri en 2015 quien repitió el verso del “sinceramiento de la economía”, quitando subsidios a necesidades básicas y desarmando el frágil tejido social, que es el que, en cualquier sociedad civilizada, previene que el castillo de naipes se desmorone. Todos los casos terminaron en catástrofes sociales.
“Ajustar y ahorrar” siempre significa más sacrificios para los de abajo, y una forma de hacerlos “votar bien” es recurrir a otras pasiones, como la religión. En diciembre de 2021, en el Congreso, Javier Milei justificó su fobia a los impuestos porque “los egipcios, ante el avance de los judíos [sic], le habían puesto impuestos… y los judíos se fueron para salir del yugo opresor del Estado”. Con frecuencia, recurre a “Moshé” como ejemplo ideológico, pero Moisés nunca defendió la propiedad privada ni el libre mercado. Todo lo contrario. Cuando le quitó las tierras a los cananeos, las repartió entre sus seguidores. Una reforma agraria, socialista pero nacionalista y autoritaria. Quien no obedecía era castigado. La libertad del pueblo elegido no tenía nada que ver con la libertad individual.
El mundo fantástico de Milei nunca existió. Las únicas democracias que prosperaron con el libre mercado de las colonias fueron los brutales imperios de Europa y Estados Unidos, los que vampirizaron el mundo por la fuerza de sus cañones, la impresión e imposición de sus monedas y la masiva propaganda de sus medios. Por eso, para que la colonización sea completa, Milei propone adoptar el señorío del dólar como moneda nacional, como los países africanos deben usar el franco francés para ser explotados mejor. Como si las eternas deudas en dólares no fuesen suficiente esclavitud.
¿Por qué un gran número de jóvenes lo votó? Por generaciones, los jóvenes se habían educado en los libros y en cierto respeto por la herencia milenaria de la humanidad. Aunque muchos continúan esa tradición en las nuevas plataformas, una mayoría está educada en la frivolidad sin memoria y en el desesperado deseo de ser ricos y famosos. Según el viejo fenómeno del “pay dispersion”, la mayoría trabaja gratis o por monedas, porque aspira a llegar algún día a los ingresos de los pocos que se benefician del sistema.
En un mundo mercantilizado, donde la ley es “matar o morir”, el sadismo no es un ejercicio gratuito sino un negocio. Los influencers multiplicaron este mercado. Excluyendo cuatro o cinco millonarios, son millones de entrepreneurs que pierden años de educación tratando día y noche de hacer cien o mil dólares por mes, burlándose o atacando a alguien más. Esta cultura vacía provee la sensación de libertad, no muy diferente a la de un drogadicto con su primera dosis, o de los ratones de laboratorio que pasan el día apretando un botón porque cada tanto, sin una frecuencia predecible, cae una semilla. Esta cultura del entretenimiento perenne no sólo evita el pensamiento crítico sino que induce a la explosión violenta cuando la adicción no genera el resultado esperado.
Al tiempo que la infantilización de las sociedades se radicaliza, sus pataletas también. El hábito de reaccionar con violencia verbal a las opiniones ajenas se ha transferido a algo más serio, como es votar y elegir líderes que luego nos llevan a otras formas de violencia―e injusticias. Un voto no es un like.
La propuesta de Milei de destruir la educación pública es una de sus coherencias internas. Luego esos mismos entrepreneurs culpan al Estado de sus fracasos. Si vemos al Estado como el padre (según ellos), se trata de la proyección de un complejo de culpa: nuestro padre es el culpable de todas nuestras frustraciones―en el caso de Milei, como lo ha hecho público, sería un problema personal. Cuando pase la juventud, la fama, el dinero y los sueños de ser millonarios, recurrirán al Estado o, según la prédica de los Milei, tendrán que vender sus cadáveres para que sus hijos puedan comer (todo muy freudiano), como lo profetizó la película Soylent Green en 1973.
Milei es una copia tardía de Ayn Rand, quien llevó al extremo el dogma liberal sobre las bondades del egoísmo y las maldades del altruismo. Aparte de Kropotkin, estudios más recientes han demostrado lo contrario: la cooperación y el altruismo no son ajenos a la naturaleza humana; son mejor valorados en la infancia antes de ser corrompida por una educación egocéntrica y mercantilista.
Todas las grandes religiones y filosofías siempre pusieron un especial acento en la solidaridad y el altruismo. El héroe podía ser un guerrero tribal, pero su sacrificio era siempre altruista. Hasta dioses o semidioses, como Prometeo, Quetzalcóatl y Jesús se sacrificaron en vida por el resto de la humanidad. Ninguno era ni moral ni estéticamente inferior por eso.
Hasta el calvinismo, el egoísmo y la avaricia (cupiditas) fueron pecados capitales. Como lo hemos explicado en Moscas en la telaraña, a partir de la mercantilización de la tierra en la Inglaterra del siglo XVI, de la mano de obra desplazada por el enclosure y la privatización del despojo de las colonias por parte de las poderosas compañías imperiales como la East India Company (con el mismo modelo democrático de los piratas), el egoísmo y la avaricia pasaron a ser valores dominantes: la búsqueda del bienestar individual (bienestar, no bienser) es éticamente superior porque a largo plazo conduce al bienestar del resto―por supuesto que las clases dominantes y los imperios nunca dejaron de saquear y exterminar el resto del mundo en procura del bienestar propio.
Recientemente, un argentino me dijo que “el triunfo electoral de Milei en las primarias fue un voto castigo”, que la gente estaba harta de los políticos. Esto último es comprensible, pero recordemos que lo mismo dijeron los alemanes en 1933 (también Hitler fue un hijo que sufrió violencia física y también amaba a los perros) y no pocos argentinos que apoyaron el golpe fascista de 1976 decían lo mismo. Si uno está harto de que le roben la casa, tal vez prenderla fuego no sea la solución.
El fascismo no es una ideología; es una condición mental, y debe ser tratada con más educación, más cultura, más equidad y más empatía por los débiles. Todo eso que el fascismo siempre intenta destruir.
Jorge Majfud
24 de agosto de 2023 - 00:01
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