La semana pasada Japón consiguió el visto bueno del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) de la ONU para su plan de liberar más de un millón de toneladas (el equivalente a 500 piletas olímpicas) de agua radioactiva de la central nuclear de Fukushima al océano Pacífico.
La decisión provocó protestas de las comunidades locales y de los trabajadores de la pesca, que verán nuevamente amenazadas sus fuentes de vida. La explosión de los reactores, tras el tsunami de 2011, forzó el desplazamiento de cientos de miles de personas y el cierre de la industria pesquera durante cinco años, que nunca logró recuperar su capacidad previa al desastre.
China ya anunció nuevos controles para la importación de productos alimenticios y denunció a Japón de “usar al Pacífico como una cloaca” (CNN, 5/7). En Corea del Sur el movimiento estudiantil salió a la calle, mientras que el gobierno de Corea del Norte hizo un llamamiento internacional para frenar la medida.
Científicos y organizaciones ambientalistas de todo el mundo están denunciando que las consecuencias de este ataque temerario al ecosistema marítimo no fueron ponderadas y que su impacto en la biodiversidad y la salud humana tendrán un alcance impredecible.
Catástrofe capitalista
El 11 de marzo de 2011 un sismo de escala 9, seguido por un tsunami de 14 metros de altura, desquició el funcionamiento de la planta nuclear de Fukushima, produciendo una interrupción de su sistema de refrigeración, una fusión nuclear en varios de sus reactores y enormes fugas de material radioactivo como sesio-137 hacia el mar.
Por su magnitud, se ubicó en el podio de los desastres atómicos de la humanidad, superando al de Three Mile Island (1979, EE. UU., que inspiró la planta nuclear del Sr. Berns y Homero Simpson) y al mismo nivel que el de Chernobyl (1986, Ucrania, que anunció el fin del régimen estalinista).
El “accidente” no tuvo, al igual que los anteriores, una causa “natural”: la empresa TEPCO, propietaria de la central, “ahorró” en todas las prevenciones necesarias para evitar una catástrofe como la que ocurrió: montó su planta en un área sísmica e inundable, retaceó el mantenimiento de los reactores y tercerizó tareas en personal no calificado.
Desde entonces, la empresa bombeó agua nueva para enfriar los restos de combustible de los reactores. A su vez, la filtración de aguas subterráneas y pluviales fue creando más aguas residuales radiactivas, que ahora alcanzan los 1,32 millones de toneladas.
En el año 2018, TEPCO, ligada a la General Electric norteamericana, fue denunciada por la prensa japonesa precisamente por ocultar la liberación al mar de agua contaminada con niveles de radiación muy superiores a los permitidos. La asociación y el amparo del gran capital nipón por parte de EE. UU. y sus intereses atómicos son históricos y se remontan al fin de la segunda guerra mundial (luego de que los yanquis lanzaran su arsenal nuclear contra Hiroshima y Nagasaki).
Ahora, la misma TEPCO, avalada por la ONU, reanudará el trabajo para vaciar los más de mil tanques que construyó para almacenar desechos tóxicos, a través de un túnel submarino ubicado a 1 km de la costa. Sobre la catástrofe de Fukushima, montará una nueva catástrofe ambiental.
Las denuncias
La empresa se defiende asegurando que el agua será previamente tratada para diluir la presencia de tritio, un isótopo de hidrógeno radioactivo que no puede eliminarse. Sin embargo, Robert H. Richmond, director del Laboratorio Marino Kewalo, que forma parte del grupo de científicos internacionales que trabaja en la evaluación del plan, lo calificó de “prematuro y desacertado” (Science Media Centre, 21/6).
Para Richmond, “la evaluación de impacto ambiental preparada por TEPCO es deficiente e inadecuada, al igual que los planes de monitorización, que no abordan la protección del ecosistema, sino solo la detección”. El tritio puede atravesar varios niveles de la cadena trófica -incluidas plantas, animales y bacterias- y “bioacumularse”, lo que significa que se acumularán en el ecosistema marino.
Richmond añadió que “los océanos del mundo ya están sometidos a estrés por el cambio climático, la acidificación de los océanos, la sobrepesca y la contaminación. Lo último que necesitan es ser tratados como un ‘vertedero’”.
Por otra parte, organizaciones ambientalistas como Greenpeace denunciaron que el agua de Fukushima contiene otros elementos radiactivos como el carbono 14, que también presenta el riesgo de entrar en la cadena alimenticia y dañar el ADN si las dosis se acumulan a largo plazo.
TEPCO afirma que sus tanques están al límite y que ya no puede seguir acumulando agua radioactiva ni tampoco construir otros, y que su vaciamiento es “la única opción” para avanzar en el desmantelamiento definitivo de la planta.
Pero existen otras alternativas no contempladas y que no implican contaminar el océano, como acopiar el agua en tanques como los actuales durante 40 o 60 años (lo necesario para disminuir los niveles de tritio), o incluso emplearla para hacer cemento, más fácil de almacenar y capaz de bloquear la radiactividad.
Conclusión
Cuando la escalada de la guerra imperialista en Ucrania, entre la OTAN y Rusia, comienza a movilizar armamento nuclear, Japón inicia su propia guerra atómica contra el océano Pacífico y su ecosistema. Ambas guerras y sus desastres asociados están unidos por el mismo interés de lucro del capital, irreversiblemente agotado como mediación entre la sociedad humana y su medio natural.
Julián Asiner
10/07/2023
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