El gobierno estadounidense informó que el líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, fue abatido este fin de semana a través del ataque con un dron en un barrio de Kabul, la capital de Afganistán.
El ataque se hizo en abierta violación de la soberanía afgana, lo que fue denunciado por el gobierno de los talibanes, quienes recuperaron el poder en agosto de 2021, tras derrotar la invasión del imperialismo que dejó alrededor de 150 mil muertos.
al-Zawahiri inició su militancia en el islam político en la Hermandad Musulmana egipcia. Más tarde fundaría el grupo Al-Jihad, que se fusionó en los ’90 con la organización de ben Laden, de quien se convertiría en su más estrecho colaborador. al-Zawahiri habría participado de la coordinación de los atentados contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, de 1998, y en el de las torres gemelas, en 2001.
Cuando Estados Unidos invadió Afganistán, Al Qaeda inició una etapa de reconstrucción desde la vecina Pakistán. Pasó de ser una organización centralizada a una red de franquicias, que le permitió ganar una influencia en el norte de Africa y la península arábiga.
Cuando ben Laden fue asesinado por los yanquis en 2011, al-Zawahiri quedó al mando de la organización. En 2020, en el marco de los acuerdos de Doha, Estados Unidos, que llevaba casi dos décadas empantanado en el terreno, comprometió el retiro paulatino de sus tropas de Afganistán, pero reclamó a los talibanes que no dieran amparo a Al Qaeda. Esos acuerdos quedaron colgados de un pincel con la ofensiva final de los talibanes, de 2021, que capturó en tiempo récord las provincias más importantes y Kabul.
Con el crimen de al-Zawahiri, Biden busca mostrar un gesto de autoridad pocos meses después de ese golpe descomunal. Además, atraviesa una situación muy compleja en su propio país, marcada por la caída en la recesión, una inflación récord en décadas y la erosión de su popularidad, que podría conducirlo a una dura derrota en las parlamentarias de este año.
La muerte de al-Zawahri no es mucho más que un golpe de efecto en este escenario crítico.
Afganistán hoy
El asesinato de al-Zawahri pone la lupa internacional otra vez sobre Afganistán. Frente al congelamiento (robo) de 9 mil millones en activos instrumentado por Estados Unidos, el corte de la asistencia económica y el aislamiento del país del sistema financiero, los talibanes intentan un vínculo con sus Estados vecinos, con China y Rusia.
Beijing y Moscú mantienen sus embajadas abiertas, pero no han reconocido al nuevo gobierno. Exigen uno amplio, que estabilice el país, con la participación de otros grupos políticos y étnicos (la administración actual es fundamentalmente talibán), y la neutralización de grupos insurgentes que operan en el territorio. Al gobierno de Xi Jinping le preocupa el accionar de grupos islamistas en el país vecino que promueven la separación del territorio de Xinjiang.
La estabilización aparece como una condición para el desarrollo de negocios y proyectos de infraestructura. En una reciente conferencia internacional desarrollada en Taskhent, la capital de Uzbekistán, con la presencia de delegaciones de 20 países, se habló de posibles inversiones para conectar el Asia Central con el Sudeste Asiático a través de Afganistán, pero todo está atado a la normalización territorial y a la propia evolución de la crisis mundial. De este modo, los talibanes aparecen aún aislados en el plano exterior, sin haber logrado aún el reconocimiento de otros Estados.
La situación social sigue siendo calamitosa, con la mayor parte de la población sumida en la pobreza, como durante la invasión y el período de los gobiernos títeres, en tanto se han reimpuesto muchas de las normas que segregan y oprimen a las mujeres.
La situación demanda el repudio a las sanciones y maniobras del imperialismo, sin ningún apoyo político al régimen oscurantista de los talibanes.
Gustavo Montenegro
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