A una semana de la fugaz visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, China resolvió extender sus ejercicios militares en las aguas del Estrecho frente a lo que calificó como una provocación norteamericana. Beijing considera a la isla parte de su territorio.
Hasta hoy, esos ejercicios han incluido el despliegue de buques de guerra, aviones y misiles muy cerca del territorio insular. De hecho, circulan fotos tomadas desde esos aviones y esos buques en que puede verse la costa taiwanesa.
Por su parte, Taiwán también hizo su propia movilización militar, defendida por el imperialismo, y denunció un simulacro de invasión.
Las tensiones
El pico más alto de las tensiones en la zona coincide con la guerra en Ucrania y la reactivación de las tensiones entre Serbia y Kosovo, y entre Armenia y Azerbaiyán, mostrando el salto en las tendencias bélicas a escala global. Desde 1997 no pisaba la isla un funcionario norteamericano de tal nivel, con la salvedad de que entonces China era más débil que ahora.
Pelosi no ha dejado dudas del carácter de su vista. En un artículo suyo publicado por el Washington Post, afirma que “el mundo se enfrenta a una elección entre la autocracia y la democracia. Mientras Rusia libra su guerra premeditada e ilegal contra Ucrania, es esencial que Estados Unidos y nuestros aliados dejen en claro que nunca cederemos ante los autócratas” (reproducido por La Nación, 3/8).
Bajo la cobertura ideológica de la “democracia” y la libertad, las mismas banderas con las que devastó Irak y Afganistán, el imperialismo desenvuelve su operativo de colonización económica y dominación política del ex espacio soviético y de China.
El director del Comité de asuntos Asiáticos del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), Jorge Malena, inscribe el viaje de Pelosi como parte del desarrollo de una “Otan para Asia”, que tiene como jalones previos la conformación del Quad (el grupo integrado por Estados Unidos, Japón, Corea del Sur e India) y el Aukus (la alianza militar de Washington, Reino Unido y Australia que debutará con la construcción de submarinos nucleares para Canberra).
La Casa Blanca viene alentando hace tiempo el desarrollo militar de sus socios en la región. En 2017, instaló un sistema antimisiles propio (Thaad) en Corea del Sur. A su vez, promovió el rearme de Japón por parte del difunto Shinzo Abe. Tokio, vale señalar, ha reforzado su presencia en la región de Okinawa, algunas de cuyas islas están extremadamente próximas a Taiwán. Tanto en Corea del Sur como en Japón, Estados Unidos tiene desplegados decenas de miles de efectivos.
Aunque Estados Unidos y China normalizaron relaciones diplomáticas en 1972 y Washington defiende de palabra el principio de una sola China, la Casa Blanca vende armas a Taiwán y está comprometida en su protección (aunque no en una eventual guerra con Beijing), según la política conocida como de “ambigüedad estratégica”.
Las relaciones entre Estados Unidos y Taiwán pegaron un salto a partir de 2016, en coincidencia con el estallido de la guerra comercial sino-norteamericana. Donald Trump sostuvo entonces la primera conversación telefónica entre un mandatario yanqui y uno taiwanés desde 1979. Ese mismo año ganó las elecciones en la isla el Partido Progresista Democrático (PPD), de Tsai Ing-wen, que tiene una línea más confrontativa con Beijing que el Kuomintang. En 2020, la mandataria fue reelegida. Y si bien moderó algunos de sus planteos conforme aumentó su responsabilidad institucional, sigue rechazando el llamado Consenso de 1992 que reconoce el principio de una sola China.
Divergencias
El viaje de Pelosi no solo ha desatado la ira de Beijing sino también un debate dentro de los propios Estados Unidos. Tuvo su reflejo en la prensa. El columnista del New York Times, Thomas Friedman, se refiere a “un viaje de absoluta irresponsabilidad e inciertas consecuencias” (ídem). ¿Por qué? A su juicio, abre el riesgo de un nuevo foco de conflicto bélico que disperse las fuerzas estadounidenses, que deberían concentrarse –dice- en la ya complicada guerra en Ucrania. A su vez, entiende que el viaje tiende a emblocar a Rusia y China, estropeando los esfuerzos y presiones de la diplomacia yanqui por mantener al gigante asiático al margen de la conflagración en el este europeo.
Otros críticos han dicho que el viaje de Pelosi expone a los aliados norteamericanos en Asia al ataque de China y, en tal sentido, resiente un trabajo de acercamiento en la región, que tuvo una de sus expresiones en la reciente gira del presidente Joe Biden por el continente.
La posibilidad de una visita de Pelosi a Taiwán había sido filtrada en julio por el Financial Times. En aquel momento, Biden dijo que los militares le habían dicho que no era una buena idea. Si Pelosi hizo efectivamente su viaje sin el aval presidencial, es un nuevo indicio de la debilidad del mandatario estadounidense.
Pero más de fondo, es una expresión de las divisiones que recorren al imperialismo respecto a la situación global. Esto ya se había visto en relación al propio conflicto en Ucrania, cuando Henry Kissinger pateó el tablero al afirmar que debería entablarse una negociación con Rusia, incluyendo potenciales concesiones territoriales para poner fin a una guerra que está haciendo estragos.
A estas divergencias se añade ahora la “extrema desconfianza” que reinaría entre la Casa Blanca y el régimen ucraniano, según el columnista del New York Times ya citado.
Taiwán
Las tensiones se reproducen al interior de Taiwán. La isla se enfrenta a un dilema, ya que tiene a China como principal socio comercial. Más del 40% de las exportaciones taiwanesas van a China, y Taiwán recibe el 22% de sus importaciones desde el continente. El intercambio ascendió en 2020 a 166 mil millones de dólares. El gigante asiático suministra tierras raras e insumos para la potente industria de los semiconductores. Incluso Taipei es un importante inversor en la China continental: las firmas nativas desembolsaron casi 200 mil millones de dólares entre 1991 y 2021 en proyectos chinos. El caso icónico es la Foxconn, multinacional taiwanesa que manufactura celulares para Apple, Samsung y consolas para Sony en el continente (DW, 7/8).
A la par de las maniobras militares, Beijing anunció que dejaba de proporcionar algunos insumos para la producción de chips, lo que llevó a la caída de las acciones de estas compañías. Y también impuso restricciones en las importaciones de frutas y pescado.
La Federación Nacional de Industrias de China, que agrupa a las cámaras patronales taiwanesas, hizo un llamado a la calma, llamando “a ambas orillas del estrecho a no juzgar erróneamente la situación” (La Nación, 6/8).
Guerra imperialista
La crisis en Taiwán muestra las tendencias a la guerra, incluso una tercera guerra mundial, a las que conduce el capitalismo en su descomposición. A la guerra imperialista, le oponemos la unidad mundial de los trabajadores, contra los gobiernos capitalistas y los regímenes restauracionistas.
Gustavo Montenegro
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