La guerra presente expresa ante todo la inviabilidad del régimen de explotación capitalista para el progreso de la humanidad y la felicidad de los habitantes del planeta. Que es un sistema que ya no puede desenvolver las fuerzas productivas, y que, al contrario, las destruye (en especial a la principal que es la vida humana), ahora se expresa de una forma cruda e indiscutible. No hacía falta la guerra para comprenderlo, ya que la existencia de millones de hambrientos en el globo, en medio de los avances tecnológicos y científicos, revela una contradicción entre el modo de producción capitalista y la satisfacción de las necesidades más elementales.
Pero la guerra es la expresión más elocuente de esta contradicción, en la que el gran capital imperialista, cuyo brazo armado es la Otan, y el aparato del Estado ruso, representante de los intereses de la burguesía oligárquica del este europeo, se disputan la restauración capitalista. La tasa de beneficio del imperialismo está en juego y la arena donde se dirime está localizada hoy en Ucrania, pero amenaza con extenderse a toda Europa y China.
Los efectos directos
Los efectos en la planta atómica (clausurada) de Chernobyl, por los incendios en sus proximidades, han amenazado en marzo y abril con la pérdida de partículas radiactivas cuyas consecuencias se extenderían a Europa. Por otra parte, los misiles y cohetes contaminan las aguas subterráneas y la tierra donde se producen alimentos. Hay que añadir que otro de sus efectos es el costo en términos de vidas animales silvestres y el incremento del efecto invernadero.
La contaminación del agua y el aire producirá consecuencias en la salud de los niños que nazcan bajo esas condiciones. Se han detectado consecuencias en los ecosistemas marinos, con la muerte de delfines en el Mar Negro.
Los bombardeos a las fábricas de fertilizantes han dado lugar a la pérdida de amoníaco, sumamente contaminante para el agua y la tierra.
El vapor de hidrógeno y cianuro, consecuencia de los bombardeos, puede tener como consecuencia lluvias ácidas.
La guerra, la guerra comercial y las emisiones de carbono
La ofensiva de la Otan en el este europeo, con epicentro en Ucrania, ha tenido su continuidad en el boicot comercial en relación a la adquisición de gas ruso, cuya consecuencia es la interrupción del gasoducto Nord Stream 2 para transportar gas ruso hacia Alemania. Antes de la guerra, el imperialismo norteamericano había combatido ese gasoducto y amenazado con sanciones, lo cual interrumpió su finalización. Esto ha llevado a una carrera por sustituir al gas ruso y a acuerdos con países petroleros como Qatar o Arabia Saudita, que darían satisfacción a ese reemplazo con energía fósil. Al mismo tiempo, Europa terminó aceptando la técnica del fracking, comprando combustible obtenido de esa forma a Estados Unidos, levantando de esta forma el veto, cuyo origen son los acuerdos ambientales de París de 2015. De esta forma, las emisiones de CO2 aumentarán este año un 14% y marcarán un nuevo récord histórico. El beneficiado, como se ve, es el imperialismo norteamericano, pero también la monarquía reaccionaria saudita y el régimen opresor qatarí.
The Guardian, renombrado diario británico, ha salido a denunciar la explotación que las compañías petroleras están haciendo de la guerra entre la Otan y Rusia en el sentido de hacer subir los precios y obtener beneficios récord. Y señala que las grandes compañías petroleras han estado presionando agresivamente para obtener nuevos oleoductos y otros proyectos de infraestructura que darán satisfacción a sus intereses. Esta guerra, además de llevar a la carnicería a los pueblos de Rusia y Ucrania, es el caldo de cultivo de negocios más rentables, que al mismo tiempo propiciarán más víctimas.
Las llamadas bombas de carbono, consistentes en la explotación de carbón, petróleo o gas fósil con un potencial de emisión de una gigantonelada (mil millones de toneladas métricas) de CO2, están al acecho, esperando comenzar a explotarse. The Guardian ha hecho público que hay 425 de estos emprendimientos en todo el mundo que no incluyen la explotación de carbón, pero sí de gas y petróleo, situados en China, Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia.
Las mayores corporaciones del mundo ya están operando estas bombas de carbono (casi 200). Las compañías que lo hacen son Exxon (norteamericana), Gazprom (Rusia) y Aramco (Arabia Saudita), consistentes en proyectos masivos de petróleo y gas que podrían desatar 646.000 millones de toneladas de emisiones de CO2, lo cual desatará una crisis climática de enormes proporciones. Esto revela que los acuerdos climáticos de las grandes naciones capitalistas son cartón pintado y que lo que predomina es la tasa de beneficio. La guerra en el este europeo es también una oportunidad para hacer negocios.
Más contaminación
De acuerdo a un informe de Le Monde Diplomatique de junio de 2022, “la producción y el transporte de GNL (gas natural licuado) estadounidense tiene el doble de huella de carbono que la producción y el transporte de gas ruso convencional (58 gramos de CO2 por kilovatio hora para un viaje hacia Francia contra 23 (del gas ruso por gasoducto). Si se incluye en el cálculo la contaminación causada por la fracturación hidráulica (…) asciende a 85 gramos de CO2 por kwH”.
Cabe señalar que los verdes alemanes esta vez, por defender a la Otan en la guerra imperialista, han dado una voltereta sin explicarla, apoyando esta política de destrucción del medio ambiente, en consonancia con su apoyo a la política expansionista de la Otan. No hay política de defensa del ambiente genuina que sea ajena a la que puede y debe llevar a cabo el proletariado a escala planetaria, inscripta en el cuadro actual en la estrategia de guerra a la guerra, esto es: considerar a los gobiernos de la Otan y de Rusia como enemigos de sus respectivos pueblos y clases obreras y desenvolver la lucha contra ellos dentro de sus propias fronteras en la perspectiva de unirlos contra la opresión imperialista para luchar por la unidad socialista de Europa, a partir la conquista del poder por parte de la clase obrera.
Roberto Gellert
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