Ocupación de 1915-1934 y otros antecedentes
La historia de Haití está plagada de grandes convulsiones políticas y sociales; con la revolución anti esclavista de 1804, que llevó a la derrota de las fuerzas napoleónicas, se convirtió en el primer país independiente de América Latina y el Caribe, y el primero en todo el concierto de naciones en abolir la esclavitud. El país caribeño, desde ese año, ha tenido 50 jefes de Estado, muchos de ellos autoproclamados emperadores o presidentes vitalicios, y su proceso histórico estuvo signado por sucesivos golpes de Estado y por la instalación de regímenes despóticos.
Todos los mandatarios, excepto Jean Bertrand Aristide y Dumarsais Estimé, han sido militares o estuvieron directamente apoyados por las FFAA haitianas y los gobiernos norteamericanos. Solo René Préval ha podido finalizar su mandato (1996-2001) y traspasar la administración del país a otro presidente democráticamente electo.
El primer gran involucramiento de Estados Unidos en el país caribeño fue a través de una ocupación militar que se prolongó desde 1915 hasta 1934. Lo que movió al imperialismo era el hecho de garantizar que Haití pague sus deudas con el extranjero y ejercer, asimismo, un tutelaje sobre el proceso político que le permitiera evitar una nueva presencia europea en la región. Así, obtuvo el control de los puertos marítimos, del comercio exterior y de Puerto Príncipe (la capital). En 1918, los norteamericanos redactan una nueva Carta Magna, que, entre otras cosas, otorgó a los capitalistas extranjeros mayores prerrogativas.
La gendarmería haitiana, que se encontraba bajo las órdenes de los altos militares estadounidenses, cumplió un papel crucial en la represión de la oposición política (y de las luchas anti imperialistas) y en la imposición de un retroceso histórico a las masas, a saber, la reintroducción de un tipo de trabajo forzado similar a la esclavitud, el cual brindó a los capitalistas foráneos beneficios mayúsculos.
Estados Unidos respaldará más tarde a las dictaduras de Francoise Duvalier (Papa Doc) y de Jean Claude Duvalier (Baby Doc), las cuales se extendieron desde 1957 a 1986; veía en ellos un arma contra el comunismo y una forma de mantener a raya a la población. Se estima que los grupos paramilitares duvalieristas secuestraron, torturaron, mataron y desaparecieron a 60 mil personas. Baby Doc es depuesto en 1986 por una insurrección popular.
El país quedó por unos años en manos de militares que se fueron alternando en el poder mediante golpes de Estado, hasta que en 1990, luego de importantes protestas, se consagra como presidente Jean Bertrand Aristide, en lo que fueron las primeras elecciones libres y masivas de la historia local. No obstante, a los siete meses era derrocado por un golpe encabezado por el general Raoul Cédras, que estableció una dictadura militar que dejó 4.000 muertos. En 1994, Aristide es devuelto al poder con el apoyo de 20.000 soldados estadounidenses, lo que fue agradecido por el mandatario llevando adelante un programa de ajuste fondomonetarista, con privatizaciones en beneficio del capital estadounidense.
Aristide regresa al poder en el año 2001, luego de 5 años de gobierno de René Préval, y tres años más tarde es eyectado de su cargo como fruto de otro golpe pro imperialista, cuyo rasgo distintivo fue la posterior instalación de la Minustah, una misión de paz (sic) orquestada por la ONU.
Minustah y tutelaje imperialista
La Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah) fue una fuerza militar internacional de 7.000 efectivos creada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que contó con la participación de casi 40 países, entre ellos Estados Unidos, Francia, Canadá, bajo la jefatura de Brasil y de Argentina y cuya presencia en Haití se prolongó por 13 años. Esta ha actuado como una tercerizada militar del imperialismo norteamericano, que se hallaba entonces concentrado en Irak y Afganistán. Contó con el apoyo de buena parte de los gobiernos “nacionales y populares” de la época, incluido Mujica y el “indigenista” Evo Morales. Esas fuerzas se preparaban, asimismo, para intervenir en sus propios países y en cualquier otro ante la amenaza de crisis revolucionarias.
Los gobiernos de Néstor Kirchner (las tropas argentinas han tenido un papel protagonista en la represión a los movimientos sociales más fuertes de Haití) y el del brasilero Lula Da Silva (el capital carioca se ha beneficiado adjudicándose obras de infraestructura financiadas por organismos internacionales), por su parte, se congraciaban de este modo con Estados Unidos mientras avanzaban en sus respectivas negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Detrás de lo que fue descripto como un paso hacia la estabilización regional se escondió un operativo reaccionario de ocupación, masacre y de penetración imperialista. Este se abría paso, asimismo, en un contexto marcado por una agudización de las presiones de Washington sobre Venezuela y la multiplicación de sus amenazas hacia Cuba. Su permanencia en el tiempo ha servido también a los norteamericanos para disputarle a China el control de la Cuenca del Caribe, donde aquella posee inversiones muy importantes.
La Minustah involucró, de forma aguda, a las tropas en la vida política y social toda; en Puerto Príncipe su presencia era muy visible, a menudo patrullaban las calles en grandes vehículos o se instalaban en la vía pública provistos de armamento pesado, con el que apuntaban hacia la población. El aspecto más barbárico de este despliegue ha sido su constante atropello a los derechos humanos, fundamentalmente la violación con impunidad absoluta de mujeres y de niños. Al menos 118 cascos azules procedentes de Sri Lanka explotaron sexualmente a nueve niñas desde 2004 a 2007, y cuando regresaron a su país de origen no fueron sometidos a ningún proceso judicial. Los efectivos, por otro lado, introdujeron la cólera, y fungieron como sostenes del tráfico de drogas y estupefacientes a los Estados Unidos.
El desastre de los cascos azules desató numerosas movilizaciones de masas, y en algunos momentos verdaderas rebeliones populares, como en 2006. En aquel entonces decenas de miles de manifestantes colmaron las calles de Haití, ocupando edificios y levantando barricadas, para derrotar (finalmente lo consiguieron) la maniobra de la ONU y de la Comisión Electoral consistente en birlarle el triunfo electoral a René Préval. Las fuerzas ocupantes respondieron con una represión brutal que dejó como saldo dos muertos y una vasta cantidad de heridos. En 2007 se desenvolvieron manifestaciones contra la ONU y el gobierno de Préval, que fueron enfrentadas con una fortísima represión. En 2010, por otra parte, se realizaron grandes protestas, también contra la Minustah; los manifestantes construyeron barricadas y dispararon contra las mesnadas imperialistas. Las protestas contra el gobierno pro yanqui de Michel Martelly y por el retiro de las fuerzas de ocupación llevadas a cabo en 2015 se han transformado en otro hito de la lucha contra el régimen entreguista y hambreador.
La situación actual
La Minustah fue reemplazada en 2017 por la Misión de las Naciones Unidas de Apoyo a la Justicia en Haití (Minujusth), que colocó bajo su órbita a alrededor de 1.200 policías, oficiales penitenciarios y civiles internacionales, pero que no dispuso de personal militar, la cual duró hasta 2019. En el mismo año, se impulsó la Oficina Integrada de las Naciones Unidas en Haití (Binuh), una misión injerencista de carácter político hasta hoy presente que no incluye el despliegue de soldados y cuyo objetivo es, entre otros, proveer de armas a la policía nacional.
Estados Unidos y las potencias imperialistas se han valido de la operación de marras para avanzar aún más en la penetración de sus respectivas burguesías; grandes grupos mineros canadienses y norteamericanos explotan en Haití numerosas minas, especialmente de oro, a la vez que gozan de cuantiosas ventajas impositivas. Luego del terremoto de 2010, el capital pudo avanzar en otros sectores como el turismo de lujo o las exportaciones agrícolas; las multinacionales han venido desalojando a los campesinos de sus tierras, y, además, súper explotan por salarios bajísimos (dos dólares diarios) a trabajadores en las maquiladoras textiles, del calzado y la electrónica. La apertura arancelaria motivada por el imperialismo norteamericano (desde 1987 las tasas más altas aplicadas a las importaciones no sobrepasan el 10 por ciento) ha contribuido, de la misma manera, al desguace de la economía nacional; de autoabastecerse de arroz en 1980, Haití pasó en 2019 a importar de Estados Unidos el 80 por ciento de su consumo.
Frente al nuevo escenario planteado por el magnicidio de Moïse, los trabajadores necesitan desarrollar un reagrupamiento independiente para enfrentar al imperialismo y los partidos capitalistas.
Nazareno Kotzev
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