La rebelión en Colombia, luego de casi dos meses de movilizaciones ininterrumpidas, enfrenta el desafío de reagrupar fuerzas e impulsar nuevamente acciones decididas de masas. Las medidas del gobierno para golpear las manifestaciones, apoyándose en el repliegue coyuntural del movimiento, buscan instalar un clima de retorno a la normalidad. Ni lerdos ni perezosos, han hecho coincidir el inicio de las vacaciones escolares con la reapertura de las actividades económicas y el levantamiento de varias medidas de cuarentena, a la vez que anuncian el peligro de una “tercera ola” de la pandemia. Aunque el riesgo -según el gobierno- no provendría del desguace sistemático del sistema de salud, la falta de vacunas o la ausencia de protocolos laborales, sino que sería culpa de los “vándalos” que continúan participando de las protestas.
En este operativo recibieron la ayuda inestimable de quien aparecía como una de las cabezas de las protestas: la dirección del Comité Nacional de Paro (CNP), que levantó todas las medidas de lucha. La deserción del CNP se expresó decididamente la semana pasada, cuando la federación docente (Fecode), el pilar fundamental del CNP y el gremio con más afiliados, anunció que no sólo discontinuaría el paro, sino que se aprestaba a la vuelta a la presencialidad escolar a mediados de julio y que le sacaba el cuerpo hasta a las reivindicaciones educativas que, junto al resto de los puntos del llamado “pliego de Emergencia”, debían ser trabajados como proyectos legislativos.
No se trata, por lo tanto, de un debate sobre el acatamiento del paro o los medios para continuar la lucha, sino de una defección en función de cálculos electorales. El Comité Nacional del Paro está dirigido por una burocracia sindical centroizquierdista opositora al gobierno del presidente Iván Duque, y alineada mayormente con el sector de intendentes “alternativos” que tributan, en líneas generales, a un armado electoral que consagre a Gustavo Petro como jefe de estado en 2022. Es una estrategia de derrota del movimiento, porque lo saca de las calles y del enfrentamiento contra el Estado para llevarlo al callejón sin salida del parlamento burgués.
Un hecho llamativo es que, durante el momento más álgido de las protestas, el gobierno retaceaba las mesas de diálogo con el Comité Nacional del Paro con pedidos que sabía imposibles de cumplir: por ejemplo, hacer depender la continuidad de la mesa del levantamiento de los bloqueos, cuando ambos lados estaban al tanto que eran procesos por abajo, por fuera del control del CNP, y críticos de su liderazgo.
Así, el gobierno ponía en tela de juicio la capacidad de la “oposición” de Gustavo Petro (él mismo un opositor tenaz a los bloqueos y los combates callejeros) para contener la rebelión. Ahora, con el anuncio de la Fecode y el CNP sobre el levantamiento de sus medidas debido a la falta de diálogo, el gobierno da una voltereta y reconoce al CNP como la dirección de las protestas, para decretar, acto seguido, el fin de las movilizaciones y el reforzamiento represivo para quienes no lo acaten, como la reciente propuesta de modificar el decreto 003/2021 que endurece -aún más- las medidas contra la protesta social.
El activismo obrero colombiano, y de toda la América Latina que hoy mira a Colombia, debe sacar conclusiones de la entregada de la dirección burocrática del Comité Nacional de Paro. Al plegarse a la campaña por un recambio electoral el año entrante, el CNP le dio un aire impensado a un gobierno que venía de sufrir la caída de ministros, el retiro de una parte de su paquete de reformas y la amenaza cierta de que el movimiento de lucha se lleve puesto al mismísimo Duque. Como muchos en Colombia se encargan de aclarar, “el Comité Nacional de Paro no nos representa”.
La Asamblea Nacional Popular y sus perspectivas
Como contrapartida a la deserción de la burocracia, se encuentran los esfuerzos por poner en pie una dirección alternativa que logre encarnar los reclamos y aspiraciones de las protestas. En esa línea debe entenderse la convocatoria a una Asamblea Nacional Popular (ANP) a principios de este mes. El llamamiento, al cual adhirieron decenas de organizaciones populares y combativas, tuvo el mérito de buscar una coordinación entre diversos sectores en lucha y plantear el fuera Duque, acompañado de un pliego de reivindicaciones. Se constituyó como un espacio de apoyo a la rebelión y contra la represión, y de clara delimitación con el electoralismo del Comité Nacional de Paro.
La asamblea se desarrolló en Bogotá y congregó, entre asistentes presenciales y virtuales, a cerca de 2000 compañeros. Se trata, aún, de un intento de coordinación entre grupos y activistas -no de una deliberación con alcances de masas. A pesar de que importantes organizaciones -como el CRIC indígena, a la cabeza de las sentidas luchas en Cali- no participaron, se desarrollaron ricas discusiones entre protagonistas genuinos de la rebelión y miembros de la “primera línea”.
La ANP fue organizada por Congreso de los Pueblos, un partido combativo y con peso en el activismo, que coloca como uno de sus ejes principales el sostenimiento y profundización de los acuerdos de paz con la guerrilla y su extensión al Ejército de Liberación Nacional (ELN), que aún continúa operando en el norte del país. Reivindican la estrategia de construcción de “poder popular”, entendida como una acumulación de fuerzas alternas al Estado, sin pasar por el proceso de lucha política por ganar a la vanguardia obrera a una línea revolucionaria en los sindicatos u otras organizaciones de masas ya existentes.
El rol positivo de la ANP no borra las limitaciones de la iniciativa. Entre ellas, la ausencia de una perspectiva concreta de intervención en el movimiento obrero y de confrontación con la burocracia de los sindicatos, destinada a recuperar para el activismo las representaciones gremiales y crear cuerpos de delegados y sindicatos allí donde no existan. Este punto no puede ser reemplazado por la coordinación sectorial.
El paro de las últimas semanas, dirigido por la burocracia, se cuidó muy bien de afectar lo menos posible lo más importante: la producción. El relevo en esta tarea lo cumplieron los formidables bloqueos -atacados tanto por Duque como por Petro. Pero, lo que puede servir como un impulso inicial que contagie a otros sectores, no reemplaza la necesidad de emprender el camino de la huelga general, la forma privilegiada de imponerle un coto a la burguesía y despertar un embrión de poder.
La Asamblea tampoco dio forma concreta en su pronunciamiento político a las tareas de los luchadores en la situación de crisis nacional y continental, ni tampoco avanzó en una delimitación con las diferentes alas de la burguesía que disputan hoy la continuidad o recambio electoral. Está ausente el programa o pliego de reivindicaciones que marque objetivos inmediatos para que la Asamblea avance con acciones de frente único entre los grupos heterogéneos que lo componen. El pliego es reemplazado por referencias generales o definiciones ideológicas representativas de la mayoría convocante. Esta carencia priva a la vanguardia de una herramienta que la unifique en su intervención política.
Entre el 17 y el 21 de julio sesionará la segunda Asamblea Nacional Popular en la ciudad de Cali. Ya anunciaron que esta vez serán de la partida algunos sectores indígenas, y también la Coordinadora Nacional Sindical Social y Popular (CNSSP), un conglomerado que reúne a diversas expresiones del sindicalismo combativo local.
Una campaña militante hacia la Asamblea debe introducir la deliberación en fábricas y establecimientos laborales, fomentando las asambleas y la elección de delegados con mandato. También en los bloqueos y en los barrios, y en las concentraciones contra la represión, como las respuestas populares frente a los nuevos asesinatos de activistas en Usme y Suba, cerca de Bogotá. La segunda ANP tiene que concentrar esfuerzos en constituir un encuentro representativo de trabajadores y sectores en lucha, que contribuya a agotar la experiencia de los obreros con el Comité Nacional de Paro y con sus mandamases políticos, y le dé un nuevo impulso a la rebelión.
Ni la reincidencia gubernamental en intentos de reformas ni los índices de pobreza inaudita pueden ser tapados con represión. La crisis está lejos de cerrarse. Las acciones de solidaridad que se replican por el mundo, como el evento organizado por el Frente de Artistas, muestran que el futuro es de los que luchan.
Luciano Arienti
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