Cuando la vida se recoge en el mundo por el avance de la COVID-19, en su casa del Vedado, en La Habana, Cary acoge y protege a sus dos nietos, casi a tiempo completo.
Es jueves y su rutina de anciana sin obligaciones laborales experimenta un giro total por estos días: nada de soledad, tranquilidad ni siesta después de almuerzo. En el pequeño apartamento reinan las voces infantiles que demandan entretenimiento, alimentos y atenciones.
La abuela se ocupa del cuidado de sus nietos ante la emergencia, aunque se nota agobiada. «No es fácil: ellos no se cansan, pero yo me agoto; ya no estoy para estos trajines», reconoce a SEMlac la jubilada de 73 años.
Pero Cary lo asume porque las madres de los niños están trabajando. Ellas son de las imprescindibles en este minuto, de las que no pueden quedarse en casa. «Mi nuera es enfermera y mi hija está de turno en la farmacia», explica y añade que entonces a ella le toca «la retaguardia».
En días de la COVID-19, las medidas de contención y cuidado empujan a recogerse en las viviendas, donde ahora las familias se agrupan a buen recaudo, incluidas niñas, niños, adolescentes, jóvenes, personas ancianas y que precisan de cuidados, esta vez en condiciones especiales: con medidas estrictas de aislamiento, movilidad e higiene.
El panorama es difícil, además, porque faltan productos de primera necesidad, alimentos y artículos de aseo, como efecto de la crisis económica agravada en los últimos meses por las sanciones económicas de Estados Unidos a la nación caribeña.
Entre otras disposiciones, han cerrado las escuelas y se fomenta el teletrabajo, que «tributa directamente al aislamiento social que requiere la situación actual en el país, debido al nuevo coronavirus», señaló la ministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó.
Las madres, tías, hermanas y otras mujeres que están en casa cuidando a la familia y las que desde allí trabajan a distancia, sienten más fuerte el peso de la doble y triple jornadas, aunque cuentan con la protección de salario total el primer mes y el 60 por ciento a partir del segundo.
La situación agrava un panorama que ya existía: las mujeres son mayoría entre las cuidadoras, quienes hacen las tareas del hogar y sostienen la reproducción de la vida en las familias.
Datos de la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género (ENIG), de 2016, denotan la persistencia de brechas de género en la carga total de trabajo de hombres y mujeres.
Como promedio, ellas dedican en una semana 14 horas más que los hombres al trabajo no remunerado, aunque estén ocupadas en la economía, señala el estudio realizado por la Federación de Mujeres Cubanas y la Oficina Nacional de Estadísticas e Información.
Ese esfuerzo lo destinan a actividades como: planificación, preparación y servicio de comida, limpieza e higiene de la vivienda, lavado y planchado de ropa, así como reparaciones textiles.
Pero las brechas se amplían todavía más en los cuidados, según la misma fuente, con predominio de mujeres cuidadoras (25,78 %) respecto a los hombres (12,26 %), en tareas de atención, asistencia y cuidados a niñas, niños, adultos mayores y personas con discapacidad.
Esa sobrecarga se intensifica en medio de los desastres naturales y otras contingencias, alertan especialistas.
«El coronavirus ha puesto a la luz desigualdades diversas y la centralidad que una vez más cobran los cuidados, al tiempo que reafirma la urgencia de promover análisis y respuestas interseccionales, con justicia de género», suscribe en comentario a SEMlac la psicóloga Yohanka Valdés Jiménez.
En la nación caribeña, 37,4 por ciento de las personas de 50 años y más que alguna vez trabajaron dejaron de hacerlo por alguna razón diferente a la jubilación, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Envejecimiento de la Población (2017).
De ese grupo, más mujeres (25,2 %) que hombres (5,5 %) dejaron de trabajar para encargarse del cuidado de otras personas.
Esa práctica sigue muy arraigada, además, en los imaginarios sociales y personales. A la hora de escoger, la mayoría de las personas con 50 años y más edad (57 %) prefiere ser cuidada por mujeres, al 35 por ciento les da igual y solo poco más del cinco por ciento se decantó por los hombres, precisa el estudio.
En opinión de Valdés Jiménez, la invisibilidad tradicional de los cuidados lleva a pensar y parecer que alguien estará en casa para solucionarlo y encargarse de todo.
Sin embargo, «es imposible asumir que quedarse en casa con los roles tradiciones de cuidados asignados por ser mujer, más las demandas por el lado de los empleos remunerados, pueda llevarse a cabo sin la corresponsabilidad de los Estados, los hombres y los centros laborales», sostiene la especialista.
El tema ha salido a relucir en más de un comentario en medios de comunicación y redes sociales, en estos tiempos de emergencia, cuando se impone preservar la salud y la vida a toda costa.
«No es mito. Las crisis de salud, como la generada por la COVID-19, afectan a hombres y mujeres de distintas formas y a menudo exacerban las diferencias de género», advierte la periodista Dixie Edith Trinquete.
«Aunque el nuevo coronavirus no tiene preferencias de sexo, una vez más las mujeres reciben impactos diferenciados frente a la pandemia. Para ellas, por ejemplo, recluirse en casa con la familia representa, no solo aislamiento, también mucho más trabajo», asegura en la columna Letras de género, de Cubadebate.
Otra de las voces enfocadas en estos análisis es la de la feminista y académica Aylin Torres Santana, para quien la declaración de cuarentena y el #QuédateEnCasa generan nuevos desafíos.
«Podría ser el momento, desde el centro de la catástrofe, de pensar en una nueva ética del cuidado y no en una épica que realicen unas y no otros», argumenta la investigadora en su artículo «Cuidar, cuidarse, que nos cuiden en tiempos de COVID-19».
Torres Santana invita a pensar entonces en «una ética colectiva, solidaria, institucional y socialmente responsable, más justa, más digna. Una ética de la ‘ciudadanía'», concluye.
Sara Más
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