Mi generación siempre tiene hambre. Nacimos en el Período Especial y la cultura que lo acompañaba hizo entrada silenciosa en nuestra conciencia. A mí, me marcaron en los años de pañoleta el yogurt de soya, el masa real y el pan de gloria. Esas imágenes, no se borran, para triunfar o para perder.
La otra etapa oscura, fue el servicio militar. En mi unidad las neveras estaban rotas. Un buchito de comida, y a marchar. Las gastritis inició su puesta en escena para solo hacer intermedios de descanso. Lo curioso, es que nunca me dio por querer matar, saquear, sabotear. Aunque pensándolo bien, quizá sí, un poco con el abusivo teniente-coronel que nos dejaba parados media hora justo cuando el sol queda encima. Solo eso.
Aun así, no encuentro explicación en ese egocéntrico órgano que es el estómago cubano, que me indique que a este le dio una pulsión para ordenar a sus respectivos cuerpos abordar una tienda -como corsarios de tierra firme. No, no fue una necesidad del estómago la que llevó a las hordas de Cuatro Caminos. Lo ahí sucedido se hace corresponder con un modelo de crisis humanitaria que aquí no tenemos.
La cosa está mala. Más bien, malísima –aunque hay quien dice que así estuvo siempre. A la escasez ya ni el triunfalista discurso la puede negar -está ahí, y no es que late, es que se mueve, la escasez ya hasta vibra. ¿Pero eso justifica las hordas de Cuatro Caminos? ¿Quién es el responsable, el gobierno por la mala gestión, o la gente por su falta de civismo?
Si nos fijamos, la dicotomía no deja de girar alrededor de una exaltación de respuestas agresivas por parte de los cubanos. Por un lado, una postura donde el gobierno con su centralismo burocrático -no es una ofensa- ha creado un desabastecimiento sostenido que hizo que la ciudadanía perdiera la paciencia. Por el otro, que es una falta de civismo, de educación que llevan a las actitudes vandálicas, ocasionadas por un acto de voluntad.
Al parecer, se debate entre una suerte de racionalismo determinista donde se exime al sujeto de responsabilidad, frente a un engendro de filosofía personalista que pone el peso en la voluntad. Todo termina, en que, ¿la violencia es un producto de la propia racionalidad que genera el sistema, o un mero acto de voluntad?
En realidad, en una sociedad sin escasez, las hordas no hubiesen tenido mucho sentido -eso no se puede negar. Ahí hay su cuota de responsabilidad –al menos, a nivel teórico. También, la palabras pueblo y gente incluyen mucha gente. Le sumo que nunca me ha gustado la leyenda negra del cubano, como para seguir agregándole cosas. Por eso, una pregunta más útil puede ser, ¿le es propia la violencia al pueblo cubano?
Aunque se pase mucho trabajo, no son los que más lo sufren las personas las indisciplinas en las colas y en las comprar. No es el médico, el profesional que no llega al día 10, el obrero que ahorra peso a peso, el técnico, ni siquiera aquel que se sostiene en la lucha en su trabajo, no son ninguna de las personas con escaseces materiales, pero trabajadoras, las que generan el desorden en los espacios públicos de compra y venta.
Sí, mucha gente así está obstiná, molesta; y a veces basta con que se les dé oportunidad para que digan par de nombres que no se deben decir en mal tono. Pero ese siempre encuentra de qué o quién reírse, y no reacciona queriendo crear desorden –tendencialmente, claro.
Quien esté acostumbrado a hacer colas en Cuba -aunque sea la de las papas-, sabrá que los problemas y las broncas siempre ocurren por alguien que se quiere colar o que está tramando alguna trampa. Ese, suele ser un colero, o un personaje que está inventando para sacar dinero muy poco digno. Esos sujetos, son los que uno se encuentra en mercados como 23 y 10, en Carlos III, y los que dan origen a los conflictos -de hecho, la contradicción se desata cuando ese pueblo que está obstinao se enfrenta con ellos. No, no es la naturaleza del cubano la conflictividad; en cambio, sí es el comportamiento de un determinado grupo de personas cuya decisión es generada en aquellos puntos desde donde no pudo subvertirse la cultura del vago, del vándalo de esquina. Son estos, los que atentan contra el orden y básicamente deben ser contenido de trabajo de la policía.
Al gobierno, lo de siempre: sean menos torpes, y tomen nota que la racionalidad de los agentes de una economía no es la de un soldado. El pueblo puede estar obstinao –que sí, que las colas cansan y producen tensión-, pero no reacciona queriendo crear desorden. El desorden lo generan un grupo de personas a conciencia, y cuya sanción es bien merecida. No confundamos al pueblo con la tasa de delincuencia que de él inevitablemente sale, ni se le señale de lo que no es. Pueblo y gente incluye mucha gente, los responsables tienen nombre y apellido.
Miguel Alejandro Hayes
La Trinchera
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