Entre el 29 y el 31 del presente tendrá lugar en La Habana un importante evento referido a la incidencia de Cuba en el proceso liberador de América Latina. En una circunstancia como ésta, cuando los pueblos de nuestro continente se alzan combatiendo vigorosamente el “modelo” Neo Liberal y buscan una salida más justa y más humana que responda a los requerimientos de la ciudadanía, reflexionar en torno a este tema constituye casi un deber.
Hemos sido testigos, en las últimas semanas de dos acontecimientos de singular importancia continental: la rebelión popular gestada en Ecuador contra un gobierno que traicionó los postulados para los que fuera elegido; y la batalla de masas librada en Chile contra el régimen de Sebastián Piñera que finalmente recurrió al fascismo para hacer frente a la ira de las masas.
El escenario Boliviano, que proyecta la figura de Evo Morales confirmado por su pueblo y una asonada golpista atizada por la reacción interna y la administración norteamericana; complementa un convulso escenario continental y ayudan a pergeñar idea b{asica para nuestro tiempo
Es claro que en muy amplios sectores del movimiento popular, se vive un clima creciente de descontento ante las iniquidades de la sociedad capitalista. Bien puede asegurarse que todos estamos en contra de lo que constituye la esencia de la sociedad capitalista: la explotación del hombre por el hombre. Recusamos la injusticia social, condenamos la guerra, rechazamos las desigualdades que fluyen de la sociedad en nuestro tiempo y nos declaramos enemigos de todos los abusos y maldades de las que hace gala la clase dominante en cada uno de nuestros países. En todo eso –y quizá mucho más- tenemos unidad de criterio y –lo que es más importante- la posibilidad de sumar fuerzas para combatir estas expresiones horrendas.
El problema, que alude en el fondo a la crisis del sistema mundial de dominación vigente, llega así, y puede dar lugar a una primera diferencia sustantiva. Ella, estriba en la formulación de cómo hacer, para poner fin a esto. A partir de ese interrogante, asoman siempre dos enfoques. Y este tema, no es nuevo. En nuestro país fue planteado descarnadamente por José Carlos Mariátegui el 15 de junio de 1923 en la primera charla que hizo referida a la crisis mundial. Allí nos dijo que las fuerzas proletarias europeas se hallaban divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios.
Para unos, -y entre ellos estaba Mariátegui. y estamos nosotros- es posible construir una nueva sociedad sólo demoliendo la actual, cambiando de raíz las estructuras de dominación vigentes, y forjando un nuevo orden social, más humano y más justo. Esta tarea, solo será posible mediante una Revolución Social que nos permita comenzar desde abajo la tarea de forjar el futuro. Por eso, nos definimos revolucionarios
Pero a nuestro lado, hay otras fuerzas que creen que esa, es una posición por cierto extrema. Incuban la idea de cambiar la sociedad de otra manera, modificando sus expresiones más equívocas, subsanando sus injusticias flagrantes. Se convierten así, en abanderados de las posiciones evolucionistas, reformistas, sin que el término sea usado de modo despectivo, o peyorativo.
Desde nuestro punto de vista, las reformas pueden ayudar, y ser útiles. A nuestro juicio las reformas pueden ocurrir antes de una revolución, durante una revolución o incluso, después de una revolución. Lo que no podrá ocurrir, es que las reformas reemplacen a una Revolución. En ese marco, nos parece profundamente errado considerar que mediante reformas se pueden hacer cambios radicales en la sociedad capitalista de modo tal que ya no sea necesaria una Revolución.
El proceso social latinoamericano hoy está planteado en ese dilema. Fuerzas avanzadas, progresistas, interesadas genuinamente en la lucha por atender las necesidades de los pueblos, obran convencidas que sí, que es posible hacer cambios en el marco de la sociedad capitalista, sin recusar su esencia. En el fondo, alternativas tan sugerentes como el proceso brasileño de Lula Da Silva y Dilma Roussef, han sustentado esa idea. También lo han hecho, Néstor y Cristina Kichner en Argentina. Y el Presidente Rafael Correa, en Ecuador. Esa misma opción, sin duda, la encarnaron los exponentes del Frente Amplio de Uruguay, José Mujica y Tabaré Vásquez.
Su empeño principal en el gobierno ha sido -con la mejor intención- disminuir los indicadores de pobreza, acabar con la desnutrición infantil, amparar a los más necesitados. Y han invertido inmensos recursos en programas orientados al cumplimiento de esas metas. En ese marco, han “pactado” con sectores de la burguesía comprometiéndose a no afectar sus intereses, a cambio de su apoyo o, en el extremo, su neutralidad ante sus políticas de gobierno.
La intención que los llevó a esa idea, no es mala. Ni tampoco es de por si mala la idea de andar por ese camino. Lo que ocurre es que ese camino se agota, termina, y no logra sus propósitos. Salvo el caso de Uruguay, las fuerzas que impulsaron esos cambios perdieron el poder, y fueron excluidos de un proceso de definiciones. Sus posiciones fueron afectadas por Golpes de Estado planteados de una u otra manera, como ocurrió en Honduras, en Paraguay, o en el mismo Brasil, en el caso de Dilma Rousseff.
La falta de preparación política de las masas, la carencia de una organización que luche en el terreno concreto, la división del movimiento popular; resultaron elementos fatales en cada uno de estos casos. Ellos explicaron el desenlace ocurrido, pero en verdad, eludieron el tema de fondo ¿es realmente posible hacer esos cambios en el marco de la sociedad capitalista? Los que creen que si, son muchas veces fuerzas sanas, que merecen el mayor apoyo, y la más franca solidaridad; pero en el fondo, fueron víctimas de los límites que ellos mismos se impusieron. La vida les demostró que ese camino está cerrado; que las reformas, no cambian la esencia de la sociedad; y que los pueblos de nuestro continente, no tienen otra ruta, sino la Revolución Social. En definitiva, en los países en los que se marcha por ese derrotero, contrario, donde se ha producido una Revolución, ha sido realmente posible defender los intereses de los pueblos. Lo confirma la subsistencia de Cuba, de la Nicaragua Sandinista, y de la Venezuela de hoy, que está haciendo su camino revolucionario enfrentando con heroísmo y destreza las más duras agresiones del Imperio.
Las reformas ayudan, pero no resuelven. Esa es una de las primeras lecciones que puede extraerse de la Revolución Cubana. Sostener eso, no significa alentar la idea que aquí hay que hacer “como en Cuba”, o “·como en Nicaragua” o “como en Venezuela”. No. Significa, simplemente decir que aquí hay que hacer una Revolución, y no alentar la idea que las reformas serán suficientes. Ellas podrán abrir una ruta, pero en una u otra circunstancia, será indispensable “dar el salto” y tomar al toro por las astas. Creer esto, es ser consciente que en esta parte del mundo, se vive un periodo revolucionario. Así lo sostuvo el Amauta.
Gustavo Espinoza M.
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