Tres horas y tres minutos
A 15 años de la exitosa “revolución energética” iniciada por Fidel Castro, la red eléctrica de la isla padece ahora de falta de inversión y de una marcada dependencia del petróleo. La crisis venezolana y el asedio de Donald Trump a La Habana desnudaron esas debilidades con una serie de apagones que genera malestar en la población.
“A pesar de las tensiones con el combustible, se ha respaldado la generación de energía eléctrica y, como se ha informado a nuestro pueblo, se trabaja para garantizar esta durante el verano.” Cuando el presidente Miguel Díaz ‑ Canel pronunció esas 32 palabras ante el parlamento cubano, en la sesión plenaria del sábado anterior, millones de sus compatriotas no disponían de servicio eléctrico. Tampoco lo habían disfrutado de manera estable en los días precedentes ni lo harían durante buena parte de la semana que ahora concluye.
Para ese sábado, la magnitud del problema había llegado al punto de merecer una etiqueta propia en Facebook y Twitter, las redes sociales de mayor popularidad entre los cubanos de dentro y fuera de la isla. #ReportoApagónCuba ha sido a partir de entonces uno de los marcadores de tráfico desde la nación caribeña, con cientos de publicaciones emitidas desde todas las regiones del interior del país (significativamente, en La Habana se han producido sólo ocasionales cortes de energía).
Por lo regular, las personas postean el nombre del sitio donde se encuentran y los horarios en que se ha producido la interrupción, a los que suman fotos y videos. Muchos, además, comentan las respuestas que recibieron al comunicarse con los números de Atención al Cliente de la estatal Unión Eléctrica (Une). Casi siempre se han encontrado con tan rocambolescas justificaciones como las recibidas por el periodista y profesor universitario José Raúl Gallego, residente en la centroriental ciudad de Camagüey, a más de 500 quilómetros de La Habana. “Una empleada me explicó que el circuito (del barrio) se encontraba abierto por una emergencia en el sistema, sin horario para restablecer el servicio. No me supo responder, sin embargo, si se trataba de la misma emergencia de ayer y anteayer”, afirmó Gallego en su cuenta de Twitter.
Los cortes de electricidad se han extendido por buena parte del país en medio del mutismo de las autoridades, que hasta el martes no habían considerado pertinente hacer una declaración oficial. En el argot burocrático incluso se evita calificar los sucesos como “apagones”. Fuentes de Brecha en el interior de la Une confirmaron el rumor de que formalmente se las considera “medidas de restricción interna” y que se deben a irregularidades en el suministro del combustible que de manera habitual llegaba de Venezuela, no a problemas en la capacidad de generación.
Alrededor de 95 por ciento de la energía eléctrica que se consume en Cuba es producida a partir de la quema de petróleo, y, de este, más de la mitad se importa. Su compra en el exterior, junto con la de derivados, constituye la mayor partida de gastos del presupuesto local y representa en promedio cerca de un tercio de las importaciones sufragadas durante la última década.
Desde 2003 la práctica totalidad de los hidrocarburos venezolanos que necesitó la isla fue pagada con servicios profesionales, proveídos a la nación bolivariana por un contingente que en la actualidad supera los 22 mil colaboradores (sobre todo, personal de la salud, la educación y la construcción).
La dependencia de tal esquema de intercambio llegó a hacerse absoluta, resaltan los economistas Carmelo Mesa ‑ Lago y Pavel Vidal Alejandro, autores de un fundamentado estudio sobre el impacto que para La Habana han tenido la crisis en Venezuela y la renovada agresividad de la administración estadou-nidense. “En el máximo de la relación bilateral, en 2012, Venezuela exportaba a Cuba 105.000 barriles de petróleo diarios; en 2017 el suministro descendió a 55.000 barriles y se estima un descenso a 47.000 barriles en marzo de 2019” (“El impacto en la economía cubana de la crisis venezolana y de las políticas de Donald Trump”).
De garantizar el 98,4 por ciento de la demanda isleña en 2010, los aportes de la paraestatal Petróleos de Venezuela pasaron a cubrir el 79,5 por ciento en 2016, último ejercicio fiscal del que se encuentran disponibles datos públicos. La magnitud de la crisis resulta más evidente si se tiene en cuenta que en el mismo período las compras de hidrocarburos por parte de Cuba se redujeron alrededor de dos tercios. En el proceso, la isla se quedó también sin su mayor fuente de ingresos por exportación de bienes: buena parte del crudo suda-mericano era directamente revendido en el mercado internacional, o refinado y comercializado en forma de una amplia gama de derivados.
Barrer bajo la alfombra
Años atrás, en la época en que este reportero laboraba para un periódico estatal, un funcionario del Partido Comunista se empeñó en explicarle el principio de la “crítica por omisión”. Se trataba, en esencia, de concentrarse en los aspectos positivos de un asunto, presuponiendo que la no mención de los negativos implicaba una sanción velada. “Si uno visita varias cooperativas agrícolas y al final sólo resalta los logros de una, está criticando a las demás”, razonaba el personaje de la historia.
La misma estrategia ha sido empleada en los últimos días por el equipo de Díaz ‑ Canel para lidiar con la crisis energética. En lugar de abordarla, los medios encuadrados en el sistema de prensa del Estado concentraron su atención en la puesta en funcionamiento de nuevos coches ferroviarios para transportar pasajeros y en las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, donde –con la tradicional fórmula de la unanimidad– fueron aprobadas las nuevas leyes de símbolos nacionales, elecciones y pesca.
De los apagones y las terribles reminiscencias que despiertan en el imaginario colectivo, no se ha escrito ni una coma. Aquí se impone un antecedente. Si la nación cubana fuera un paciente con trastornos psíquicos, los cortes de energía serían el principal elemento desencadenante de sus crisis. Pocas circunstancias retrotraen con tanta fuerza los años terribles del Período Especial, la crisis económica ocurrida en los años noventa, luego de la caída del socialismo europeo y la desaparición de la Unión Soviética. De hecho, la única protesta popular de cierta magnitud con que debió lidiar Fidel Castro en sus casi cincuenta años de poder absoluto tuvo lugar en agosto de 1994, en medio de las escasez y los prolongados apagones que hacían insoportable aquel tórrido verano habanero.
El comandante aprendió a cabalidad la lección. Al año siguiente, los primeros repuntes de las cuentas nacionales serían empleados –casi por completo– en aumentar la generación eléctrica. Ya iniciado el siglo, sus esfuerzos irían varios pasos más allá, al lanzar en 2005 la Revolución Energética, una gigantesca iniciativa de modernización que apostó por la sustitución masiva de los ineficientes electrodomésticos de la era soviética, el mejoramiento de las redes de distribución y la construcción de decenas de pequeñas plantas generadoras para respaldar las viejas centrales termoeléctricas instaladas en las primeras décadas del período revolucionario. En principio, fue una estrategia acertada. Más allá de las protestas por los altos precios de los equipos distribuidos (cientos de miles de personas aún pagan los créditos con que los adquirieron), la Revolución Energética consiguió conjurar el fantasma de los apagones y, de paso, mejorar las condiciones de vida de amplias capas de la población.
Quince años después la historia parecía llamada a escribir un nuevo capítulo. La intención del gobierno es que para 2030 la producción nacional de energía duplique los registros actuales y modifique su matriz en favor de las fuentes renovables, que deberán cubrir una cuarta parte de la demanda nacional (en 2018 superaron ligeramente el 5 por ciento). En paralelo, se pretende llevar adelante un ambicioso plan de modernización de las industrias tradicionales, incrementando su potencia y haciéndolas más amigables con el medioambiente.
Las debilidades de tan ambicioso programa radican en la disponibilidad de capital inversionista y combustible. En cuanto al primer aspecto, basta señalar que la remodelación de las termoeléctricas requeriría al menos 6.200 millones de dólares, pero hasta ahora sólo se dispone de 1.600 millones, aportados por un préstamo ruso. La segunda cuestión se perfila tan compleja en el futuro como lo es en el presente: incluso en el mejor de los escenarios, tres cuartas partes de la generación seguirían dependiendo del petróleo.
La “respuesta”
La noche del martes 16, finalmente, el ministro de Energía y Minas reconoció en el noticiero estelar de la televisión que “en las últimas horas se han venido produciendo algunas afectaciones al servicio”. Aseguró que la problemática deberá resolverse antes de que concluya la semana y que tuvo su origen en roturas sufridas por varias centrales generadoras, y no –enfatizó el jerarca– en dificultades con el abasto de combustible.
Para ese momento, buena parte de los millones de cubanos que tenían la posibilidad de sintonizar la emisión –pues grandes áreas del país permanecían a oscuras– estaba lista para cualquier “genialidad”. Nadie, sin embargo, podía anticipar que el funcionario concluiría su entrevista con la afirmación de que “el promedio de duración de las afectaciones ha rondado las tres horas y tres minutos”.
“¡Tal vez en La Habana, que para algo es La Habana!”, rezongó junto a este reportero un viandante que atendía la noticia en un bar de la ciudad de Camagüey. Poco antes había sido restablecida la electricidad en ese circuito, luego de más de seis horas de apagón. La misma duración que había tenido el día antes y los tres días anteriores a ese.
Amaury Valdivia
Brecha
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