Un grupo de creadores de la UNEAC de Camagüey tuvimos la oportunidad de reunirnos con representantes del Gobierno Provincial y la Dirección de Cultura del territorio. No creo que en muchas partes del país “la vanguardia intelectual” tenga la oportunidad de reunirse periódicamente con los decisores y políticos principales de la provincia donde residan. Eso es un lujo. Sin embargo, hay que decirlo por lo claro, la reunión fue un fracaso. Y confirma lo que escribí hace poco a raíz de la Asamblea de la UNEAC celebrada en Camagüey: el pensamiento creativo que se supone defina el carácter de nuestra vanguardia intelectual, entre nosotros anda de capa caída.
No me interesa referirme a lo sucedido de modo puntual, porque eso sería quedarme en la anécdota, y una vez más darle la espalda al mal profundo que tenemos que sanar: el déficit de altura intelectual que tienen nuestros debates cuando aluden a lo público.
Quizás el gran problema está en que seguimos confundiendo esfera pública con la sala de nuestra casa, en el sentido de que pensamos que intervenir en esos foros donde se deciden cuestiones que tendrían que ver con el funcionamiento del país, o de la comunidad a la que pertenecemos, no se distinguiría de esa conversación distendida o apasionada que mantenemos con amigos, y hasta enemigos, en espacios privados (que, por cierto, incluyen a los blogs). Es decir, seguimos rindiéndole culto a la opinión (que es fácil de expresar), y no al pensamiento creativo, que exige muchísimos esfuerzos.
Por ello tal vez sea hora de establecer reglas que permitan construir las bases para que el debate público se convierta en algo útil, productivo, y no meramente catártico. Para eso necesitamos recordarnos que pertenecer a la vanguardia intelectual implica dejar a un lado la tentación de esgrimir nuestro currículum o autoridad artística como elemento que define el mérito de las ideas expuestas.
Una cosa no tiene que ver con la otra. Al contrario. Muchas veces lo que hemos logrado en nuestra especialidad, termina anulando el intercambio desprejuiciado de ideas con otros que tal vez se destaquen menos en la actividad artística, pero que por sus experiencias en la vida, pueden aportar muchísimo en el mejoramiento de “lo público”. Lo hemos dicho en otras ocasiones: “el intelectual” no es el ombligo del mundo; en todo caso es alguien a quien la lucidez le podría ayudar a romper con esos mitos. O sea, los que integran la vanguardia se supone que están aprendiendo todos los días, pues para eso han optado por el experimento, la renovación, la avanzada.
De allí que necesitamos improvisar menos en esas intervenciones. O lo que es igual: necesitamos prepararnos más, estudiar con verdadero rigor aquello de lo que pretendemos hablar, evitar los impresionismos, ser concisos (que es el mejor modo de ir a las esencias). Yo he asistido a un montón de reuniones y asambleas, y me sobrarían muchísimos dedos de las dos manos si quisiera contar las veces en que las personas llevan por escrito sus ideas, o al menos sus apuntes.
Eso trae como consecuencia que gran parte de las controversias que se originan se nutra de las malas interpretaciones, las desinformaciones, o las reacciones temperamentales, y se pierda un tiempo precioso escuchando una y otra vez cómo se gira sobre lo mismo, sin aportarse nada sustancial, nada creativo. Y lo peor: que lo que pudiera aprovecharse como fortaleza (las diferencias de puntos de vista que siempre enriquecen), termina interpretándose como posiciones antagónicas que anulan cualquier posibilidad de intercambio creador.
Pero insisto en lo que dije al principio. Creo que el gran problema es que no tenemos claro todavía de qué hablamos cuando se alude a la vanguardia intelectual. Pienso que nadie pondrá en duda que la UNEAC reúne a buena parte de los artistas y escritores más importantes de este país, pero hablar de una vanguardia intelectual es algo diferente, en tanto aquí más bien hay renuncia voluntaria al reconocimiento individual para entregarse a una causa colectiva, pública.
Dicen que cuando Quincy Jones invitó a los músicos que participaron en la grabación de “Somos el mundo”, les envió una carta que finalizaba pidiéndoles que “dejasen el ego en la puerta”. A los que aspiren formar parte de la vanguardia intelectual, debería exigírseles lo mismo.
Juan Antonio García Borrero
La Jiribilla
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