domingo, 21 de abril de 2013
La guerra de guerrillas
"...siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas...”
La guerra de guerrillas es, con abrumadora diferencia, el método de lucha más fructífero de la historia del movimiento comunista. Los bolcheviques sólo pudieron mantener a flote su partido atracando bancos para financiarse. La Revolución China y la Cubana se basaron en la guerra de guerrillas en el campo. Lo mismo cabe decir de los movimientos revolucionarios en Yugoslavia, Argelia, Nicaragua o Vietnam. Hoy día, las FARC en Colombia y los Naxalitas en la India suponen los dos focos revolucionarios marxistas más importantes del mundo.
La guerra de guerrillas es un método que sirve a los de abajo para ganar guerras contra los de arriba. Un método que desespera al imperialismo y demuestra que es posible vencer a un enemigo más poderoso y mejor armado que nosotros. Y no ya como poder local al estilo de Robin Hood, sino como un cuerpo de células permanentes conectadas a otras unidades hasta formar un ejército guerrillero, ligado incluso a movimientos políticos no armados y capaz por tanto de desarrollar una estrategia de lucha por el poder a escala nacional.
Se basa en la movilidad permanente, en el conocimiento detallado de los terrenos más inaccesibles y en la simpatía de la población local. Mao explica que el objetivo primero de la guerrilla no es conquistar ciudades o territorios, sino ir aniquilando y minando la moral de la fuerza enemiga, hasta llegar a una última etapa en la que sí se pasaría a la confrontación directa. Igualmente, el ejército rebelde de Fidel y el Che no ganó La Habana de entrada, sino que dominó Sierra Maestra y se fue desarrollando para, con los años, atacar Santa Clara, hasta que el aparato gubernamental de Batista se derrumbó.
En cada batalla, se concentra una cantidad de fuerzas absolutamente superiores a las de enemigo. Sólo se lucha si se tiene la total seguridad de vencer. Se ataca por sorpresa. De este modo, aunque la guerrilla sea numéricamente inferior en su conjunto, puede ser numéricamente superior en cada batalla concreta.
Che Guevara habla de "morder, huir, esperar, acechar, volver a morder y huir y así sucesivamente, sin dar descanso al enemigo". Para el Che, la victoria de la Revolución Cubana demostraba que no siempre hay que esperar a que se den todas las revoluciones objetivas, sino que el foco insurrecional puede crearlas.
El foco es una fuerza móvil estratégica, compuesta por un pequeño grupo de guerrilleros que, escondidos en la clandestinidad de la selva, inician la lucha armada contra los destacamentos del ejército regular, arrastrando con sus éxitos a las masas campesinas. El foco, de enorme movilidad, puede alejarse en minutos del lugar de la acción, sorprendiendo constantemente al adversario.
Dadas las circunstancias de los países en los que operó, el Che desarrolló su actividad en el campo, ya que simplemente interrumpiendo una o dos carreteras o vías férreas puede bloquearse con facilidad el acceso del ejército o la propia marcha de la administración estatal en zonas rurales de difícil acceso.
En Cuba, con un escaso número de habitantes por kilómetro cuadrado, se recurrió a la "propaganda por el hecho", debidamente publicitada a las masas desde Radio Rebelde. Durante años, los guerrilleros permanecieron aislados en la sierra, agitando con la radio y las acciones guerrilleras, familiarizándose al detalle con la geografía del lugar. En cambio, en China y Vietnam, con una extrema densidad de población, se hizo una "propaganda armada" previa, recorriendo el país para crear células con anterioridad al combate, como base del futuro ejército de liberación.
La "Larga Marcha" del Ejército Rojo de una punta de China a la otra, así como una migración semejante efectuada por los maquis de Tito en Yugoslavia, demostraron a la población local que los guerrilleros rojos están hechos de otra pasta. Pagan escrupulosamente todo lo que toman de las granjas, pese a estar armados y poder tomarlo por la fuerza. Jamás violan a mujeres de los poblados, a diferencia del ejército regular que lo hace sistemáticamente. Entregan tierras y organizan escuelas allá donde van. No viven jamás mejor, ni de manera distinta, que los habitantes de la zona.
La contrainsurgencia del imperialismo, sobre todo norteamericano, se ha visto siempre impotente frente a las acciones descentralizadas de las guerrillas. Por eso ha recurrido a sembrar el terror destruyendo amplias superficies selváticas y poblados campesinos, usando armas bárbaras como el napalm. Pero esa actitud no ha hecho más que reafirmar a la población local en su determinación de apoyar a las guerrillas y odiar a los yanquis.
Por más y más tropas que concentran, se ven incapaces de localizar y matar a guerrilleros que viven escondidos en la clandestinidad. En el momento de la victoria del FLN en Argelia, había medio millón de franceses vestidos de uniforme, para una población total de nueve millones de árabes. Un soldado para cada dieciocho habitantes.
Los franceses se aferraron siete años a Argelia y nueve años a Indochina, pero al final tuvieron que marcharse de ambos lugares; porque, cuando un pueblo se niega a ser gobernado por el imperialismo y se identifica con una guerrilla que llega a ser genuinamente nacional, logrando expulsar a la administración oficial de amplias zonas rurales, el imperialismo no tiene posibilidades de derrotarlo. Por eso los EE UU vieron desesperados cómo miles de millones en tecnología armamentística punta eran derrotados por unos millares de campesinos mal armados.
Lenin defendía una combinación tácticamente dosificada de todos los métodos de lucha, desde la lucha armada hasta la huelga general revolucionaria, pasando por la vía electoral. Pero no fueron huelgas ni elecciones los métodos que hicieron la Revolución China, ni la cubana, ni la sandinista; ni los que expulsaron de Irlanda a los británicos y de Argelia a los franceses, ni los que podrán expulsar a EE UU de Irak y a Israel de Palestina; ni los que derrotaron a los norteamericanos en Vietnam y a los nazis en Yugoslavia; ni los que tienen alguna posibilidad de conquistar la justicia social en la India o Colombia.
Por eso, y más en esta época de pacifismo irracional, es hora de hacer justicia con la guerra de guerrillas... y aprender las lecciones que nos ofrece la historia, si realmente queremos destruir el poder capitalista.
Manuel Navarrete
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