domingo, 7 de abril de 2013
Chávez y el petróleo
“Nosotros venimos a decir a ustedes que vamos a reivindicar el legado de Hugo Chávez. Nosotros no tenemos precio, no somos burgueses. Venimos a trabajar y hacer socialismo”. Con estas palabras Nicolás Maduro, candidato del Partido Unificado Socialista de Venezuela, cerraba un mitin ante miles de militantes de los partidos políticos que apoyan su candidatura luego de ser recibido por la gente de Ciudad Maturín, estado de Monagás, parte de una agitada campaña de cara a las elecciones presidenciales convocadas para el 14 de Abril, tras la muerte del presidente Chávez el 5 de marzo. (La Jornada, 30/3/13, p 32). Nueve meses antes Chávez había planteado, al discutir el programa de gobierno para 2013-2019, que “a la tesis reaccionaria del imperio y de la burguesía contra la patria, nosotros y nosotras oponemos la tesis combativa, creativa y liberadora de la independencia y el socialismo como proyecto abierto y dialéctica construcción”.
El programa ofrece cimientos humanos y materiales, socio-políticos, científicos, técnicos y militares, para profundizar la construcción social alternativa que por 14 años proyectó el gobierno de Chávez, desde lo local y nacional a lo regional y mundial. Sin duda, dada la dimensión de su reserva petrolera certificada como la mayor a nivel internacional, junto a la de Arabia Saudita, conviene revisar algunas de las modificaciones y logros en este crucial ramo en el que los retos son tan inmensos y multifacéticos como conciso es el proyecto de transformación del petróleo a través de un ambicioso programa de construcción de refinerías y de una revolución petroquímica esbozada para 2013-2019 y más allá. Pasar del “neo-extractivismo” a una sistemática política para agregar valor al crudo sería un cambio histórico que tiene como fundamento la recuperación de la renta petrolera, dilapidada y entregada al big oil (Exxon-Mobil, Chevron-Texaco, Conoco-Phillips, British Petroleum, Shell, etcétera) bajo un diseño oligárquico-imperial en que estas firmas se apoderaban de 84 por ciento de la renta petrolera y pagaban regalías por uno por ciento.
Ese “arreglo” en el que una elite entregaba un bien estratégico no renovable por una limosnera y corrupta co-participación en la apropiación del excedente empezó a modificarse tan pronto Chávez, por mandato electoral abrumador ocupó Miraflores en 1999 y en 2001 Bush y Cheney, ex gerente de Halliburton, sin mandato electoral, arrebataron la Casa Blanca a Albert Gore por un voto amigo en la Suprema Corte.
Tan pronto el Congreso venezolano aprobó en 2001 la nueva Ley de Hidrocarburos acotando el saqueo del big oil al 70 por ciento de los ingresos por las ventas y un pago de regalías que pasó del primero apenas a 16.6 por ciento, se acentuaron los ataques a Chávez en radio, tv y prensa, en una vasta y multimillonaria campaña de vilipendio desplegada en Caracas y el mundo por los poderosos círculos que a lo largo del Siglo XX hilvanaron en América Latina y el Oriente Medio, los intereses del big oil con los de la “seguridad nacional” de Estados Unidos. Chávez fue demonizado. Dado el papel central del petróleo en el ascenso hegemónico de Estados Unidos no es novedad la hostilidad imperial a la menor manifestación de independencia petrolera y de nacionalismo económico que no sea el propio.
Así ocurrió en los años 30 ante la nacionalización petrolera de Bolivia y contra Lázaro Cárdenas, quien fue denunciado por la prensa de Estados Unidos en 1937 por “tratar de instaurar una dictadura petrolera” en México.
Acabada la Segunda Guerra Mundial la primera gran operación petrolera de la CIA en 1953 durante el gobierno de Eisenhower fue para derrocar al primer ministro Mohammad Mossadegh, nacionalizador del petróleo iraní. La CIA y sus pares británicos desataron una desestabilización económica y político-militar captada con excelencia por S. Kinzer (All the Sha’s Men, Wiley & Sons, 2003) resaltándose la facilidad con que, por unos dólares, se alquilaban cuadros para realizar operativos, unos matando al azar a gente de los barrios de Teherán, otros con multitudinaria violencia callejera, a favor o contra Mossadegh, pero siempre para debilitar sus apoyos y legitimidad, eso sí, difundidos pronto por las agencias noticiosas para mostrar su “comunismo” o incapacidad para controlar la violencia interna. Kinzer ofrece un relato importante para el análisis comparativo entre la ofensiva clandestina contra Irán entonces y ahora y la intensa hostilidad imperial a la construcción colectiva de un proyecto “bolivariano y nuestroamericano”.
El rechazo de Chávez al principio de “extracción máxima” impulsado por Estados Unidos, el gran consumidor per capita de crudo para abatir los precios, concitó más encono de Bush-Cheney al mando de una diplomacia de fuerza con la mira en la Organización de Países Exportadores de Petróleo, empezando con un golpe de Estado (fallido) contra Chávez en abril de 2002 seguido por una brutal y genocida guerra de agresión a Irak y luego una guerra relámpago sobre Libia.
John Saxe-Fernández
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