La Reserva Federal de Estado Unidos acaba de anunciar una reducción de la tasa de interés. Las bajas cifras de creación de empleo, unidas a indicadores de desaceleración económica, encendieron las alarmas sobre la necesidad no solo de poner un freno a los incrementos que se fueron registrando estos dos años sino de empezar a revertirlos. Uno de los temores mayores es que la economía entre en una recesión incluso más severa de la que se pronosticaba.
Pero el asunto no termina ahí. No se nos puede escapar la enorme burbuja en la bolsa, con una valorización ficticia en la que las cotizaciones de las acciones no se compadecen con el desempeño real de las empresas. Muchas de las empresas son zombies, altamente endeudadas y sin capacidad para hacer frente a los intereses de la deuda que han contraído. Ni siquiera las empresas líderes que son las estrellas de la bolsa escapan a la crisis, ya que las expectativas que se abrigaban sobre las ganancias de las inversiones hechas en inteligencia artificial se han revelado infundadas. La tendencia a la caída de la tasa de ganancia, motor del capitalismo, condiciona el conjunto de la economía mundial.
El desplome bursátil de un mes atrás es un aviso y una advertencia del alcance de la crisis. Sin embargo, en el campo de la economía convencional, las autoridades y algunos analistas han intentado poner paños fríos, sosteniendo que la bolsa se recuperó y hasta retomó un curso ascendente. A lo sumo, en sus pronósticos ven la perspectiva de un aterrizaje suave. Incluso entre los economistas marxistas, advierten que no necesariamente una crisis financiera es la antesala de una recesión. La prueba de ello lo constituiría el derrumbe bursátil del ’87 que no estuvo acompañado de una recesión. Pero no podemos olvidar que a renglón seguido del crack se precipitó la disolución de la Unión Soviética y la anexión del ex espacio soviético y de China al campo de la explotación capitalista. Esto abrió una euforia en el mundo de negocios y de las finanzas que vieron en este hecho la posibilidad de un reflorecimiento del capitalismo. La apertura de las ex economías estatizadas a la voracidad del capital extranjero, y en particular el acople chino norteamericano, fue el punto de partida de una onda ascendente de la economía mundial.
Otro escenario
En la actualidad, estamos frente a otro escenario marcado por el desacople chino norteamericano y las tendencias cada vez más agravadas a escala global a la guerra comercial y a la guerra misma. La restauración capitalista, concebida inicialmente como la panacea para devolverle una vitalidad al capitalismo, se terminó convirtiendo en un factor de potenciación de las contradicciones capitalistas y de la crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales. El capitalismo en estas últimas décadas se ha caracterizado por un desarrollo anémico, con tasas de crecimiento inferiores en promedio al 2 por ciento, alejadas del auge de la posguerra.
Pero, además, quienes salen al cruce desechando la perspectiva de una depresión omiten el hecho de que ya Europa está entrando o ya entró en recesión, empezando por Alemania, la principal potencia del viejo continente, que ya registra una retracción económica que está lejos de revertirse. Japón va en esa misma dirección. El país nipón es un caso muy emblemático porque desde la crisis bursátil del ’89 no pudo recuperarse y no ha logrado un relanzamiento de su economía y ha ido perdiendo peso relativo en el concierto mundial. Ni siquiera las políticas monetarias expansivas y el crédito barato ensayadas por los diferentes gobiernos de turno han logrado darle un impulso a la economía. En los años recientes, mientras las principales economías del mundo aumentaron las tasas de interés, Japón las redujo, lo cual no sacó al país de la meseta pero fue suficiente para alimentar una especulación con la divisa nipona y un cimbronazo financiero. El gobierno japonés se ha visto forzado a un aumento de apuro de la tasa de interés, con lo cual se vislumbra un freno aún mayor de su economía.
En Estados Unidos, que según muchos analistas venía escapando a este cuadro, están asomando cada vez más nubarrones que indican un enfriamiento de su economía. China, a su turno, viene sufriendo una desaceleración, jaqueada por la crisis inmobiliaria que no para y un endeudamiento que ha crecido como una bola de nieve y que condiciona la capacidad financiera del Estado para lograr un rescate del aparato productivo. Han quedado en el recuerdo las tasas de crecimiento de dos dígitos, pero lo que está en discusión no es si China puede ser una locomotora sino que las tendencias actuales terminen por provocar un desbarranque. Hay quienes señalan que las estadísticas oficiales distan de ser genuinas y el desinfle de la actividad económica es mayor. Lo cierto es que, lejos de que el gigante asiático saque la economía mundial de la crisis capitalista, ha sido arrastrado por ella.
¿Aterrizaje suave?
Pero la pregunta más importante es cuál es el panorama que se avecina Hay quienes hablan de un aterrizaje suave. Es decir, un declive sereno. Esta visón excluye un escenario catastrófico. Esta visión es sostenida por una parte de “mainstream” en la esfera de la economía convencional. En ese ámbito, se ha acuñado la teoría del “estancamiento secular”. Este enfoque que tiene adeptos en representantes conspicuos de la burguesía como Larry Summers, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton, plantea que el capitalismo ha perdido un impulso para el desarrollo de las fuerzas productivas. Según sus voceros, la economía mundial está atrapada en una impasse que se prolongaría en el tiempo, una suerte de meseta de largo aliento como ocurrió con Japón en las últimas décadas, de la cual no pudo salir hasta el día de hoy.
Esta tesis también se hace extensiva a corrientes marxistas. En nombre de que “siempre que llovió paró”, se hace hincapié en la capacidad del capital para pilotear la crisis. En lugar de una tendencia al colapso se habla de “desequilibrios”, de “tendencias y contratendencias” en el marco en el cual históricamente vino operando el capital. En definitiva, como el capitalismo tiene un comportamiento cíclico, las caídas son la antesala de recuperaciones.
A la hora de hacer los anuncios sobre el recorte de la tasa de interés, las autoridades de la Reserva Federal han hecho hincapié en que la inflación ha bajado y estaría bajo control, pero este relato oculta problemas que se han vuelto explosivos. En primer lugar, la persistencia en el tiempo de las actuales tasas de interés amenaza con provocar una crisis bancaria. A las instituciones financieras se les hace cada vez más insostenible cumplir con los ahorristas cuando sus activos están conformados por valores con rendimientos muy inferiores a los actuales del mercado. Este descalce que se fue agravando en estos dos años provocó el hundimiento del Silicon Valley y del Signature Bank. Esto se trató de un aviso, pues el problema está lejos de haberse resuelto. Más recientemente, se ha anunciado que el NET York Comunita Bancorp (NYCB) estaba atravesando los mismas dificultades que los bancos nombrados. Recordemos que la Fed tuvo que salir a anunciar que extendía la garantía de los depósitos superiores a los 250.000 dólares que no gozaban de esa garantía. Pero este descalce afecta también a las compañías de seguro y al mercado de hipotecas. Agreguemos que una parte considerable de los créditos inmobiliarios están en manos de los bancos.
Las elevadas tasas de interés se han convertido en una amenaza creciente para la bolsa, que se venía sosteniendo con un gran apalancamiento. Los operadores de Wall Street venían pidiendo que se relajara la política monetaria para evitar que se produjera un estallido de la burbuja en momentos que los valores de las acciones están superinflados y la relación precio-ganancia ha llegado a récords históricos.
El financiamiento más caro, a su turno, se ha vuelto no solo una pesada carga para las corporaciones privadas sino para el propio Estado. La deuda pública asciende a los 35 billones de dólares y hoy supera al PBI, lo cual ha provocado que los intereses de la deuda se acerquen al billón de dólares. El aumento de la tasa de interés ha traído aparejado una apreciación del dólar respecto a las otras monedas, encareciendo las exportaciones estadounidenses, abaratando las importaciones y echando leña al fuego al déficit de la balanza comercial.
Bancos en la sombra
Está a la vista que detrás de la decisión de la reducción de la tasa de interés están todos estos desequilibrios explosivos. ¿Pero alcanza esta medida para a revertir este cuadro? Por lo pronto, Wall Street se quedó con el gusto a poco esperando anuncios más agresivos de la FED sobre los futuros recortes. La alta volatilidad es el rasgo que hoy prevalece en las bolsas mundiales, incluida la yanqui.
Los anuncios tampoco disipan el peligro de una crisis bancaria. Las normas que se originaron con la crisis del 2008 disponiendo aumentar el capital de los bancos para cubrir pérdidas y evitar un rescate por parte del Estado no se cumplieron. Y eso pese al nuevo aviso que significó el hundimiento de los bancos que describimos en 2023.
En lugar de un requisito de capital del 19% que se había fijado inicialmente, la tasa se redujo al 9% en medio de un enorme lobby de los bancos. Incluso no corre esa norma para instituciones con un patrimonio inferior a 250.000 millones de dólares, A esto habría que agregar el espectacular crecimiento de la llamada “banca en la sombra”. Los prestamistas no bancarios tienen la mitad de los activos financieros del mundo. Unos 240 billones de dólares que equivalen a dos veces y media el PBI mundial. Los expertos avisan del alto riesgo de esta situación dada la menor supervisión de estas instituciones.
Dentro de esta “banca en la sombra”, es materia de especial preocupación una serie de intermediarios que se distinguen por su alta exposición al riego. “Hay 67 billones de dólares en manos de intermediarios que podrían suponer un riesgo para la estabilidad de todo el sistema si se diesen retiradas masivas de liquidez. 67 billones son más de lo que generan en un año las economías de la zona euro, China y Estados Unidos juntas. Esos activos están en manos de muchos tipos de instituciones: fondos de renta fija, fondos mixtos, fondos de cobertura, fondos inmobiliarios, sociedades de préstamos al consumo, empresas de leasing y factoring, brokers, sociedades de custodia, compañías de seguros de crédito, garantes financieros, aseguradoras, vehículos de titulización o vehículos de financiación estructurada” (“Banca en la sombra”, El País, 21/3/23).
Perspectivas
Viene al caso advertir que un abaratamiento del dólar puede comprometer seriamente la capacidad de financiamiento de la deuda pública estadounidense, que ya se encuentra cuestionada, como lo revela que los bonos del Tesoro han perdido la calificación de triple A. No hay que olvidar que Estados Unidos ha actuado estos años como una aspiradora de los capitales del globo. Entre los principales acreedores figuran Japón y China. Una retracción o una huída de capitales acentuarían una falta de liquidez y hasta una depreciación de los títulos públicos estadounidenses.
Muy probablemente, un abaratamiento del dólar ni siquiera redunde en una mejora de la balanza comercial: por el contrario, puede ser el puntapié de una cadena de devaluaciones competitivas, enrareciendo más el intercambio comercial y el movimiento financiero. Un descenso del valor del dólar puede ser la señal que faltaba para provocar un golpe más rotundo a la divisa norteamericana como medio de pago internacional y reserva de valor. Esta tendencia ya se está dando: el dólar concentraba el 80% de la transacciones internacionales dos décadas atrás y ahora menos del 60%. En el contexto actual, esto llevaría a buscar refugios en activos más seguros. El oro, cuya cotización ya es record y se aproxima a superar la barrera de los 2.700 dólares, es un indicador de este fenómeno.
Visto este panorama, salta a la vista que los frentes de tormenta son demasiados y de una envergadura sideral y exceden holgadamente la capacidad de rescate de los Estados capitalistas, empezando por el de Estados Unidos. Estamos frente a un escenario convulsivo cuyo recorrido no estará exento de crisis bancarias, derrumbes bursátiles, defaults corporativos y soberanos, bancarrotas y quiebras. La guerra que se extiende y que ahora está pegando un nuevo salto en Medio Oriente es una consecuencia de la crisis capitalista y, al mismo tiempo, un factor de su agravamiento, pues excluye cualquier posibilidad de acción coordinada de los Estados y acentúa las tendencias a la fractura y dislocación de la economía mundial.
El devenir de la bancarrota capitalista que viene sometiendo a los pueblos a privaciones y sacrificios sin precedentes y a los horrores de la guerra habla por sí solo de la inviabilidad de las salidas reformistas, basadas en la regulación del Estado capitalista, y actualizan la necesidad de una salida anticapitalista que, como tal, está reservada a la acción revolucionaria de los trabajadores, que apunte a un reorganización de la humanidad sobre otras bases sociales.
Pablo Heller
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